El pequeño pueblo español que Elsa Peretti llamaba hogar y las nuevas piezas de Tiffany que le rinden homenaje

En 1972, la diseñadora Elsa Peretti compró una modesta casa rural en Cataluña por unos pocos miles de dólares, todo lo que en ese momento le permitía el bolsillo. Desde aquellos días, su fortuna creció exponencialmente gracias al idilio con Tiffany & Co., que la firma celebra hoy, 50 años después. La icónica casa de joyas ha lanzado en su honor tres nuevas piezas con su revolucionario diseño Bone: un anillo, otro modelo Split y un brazalete de oro, decorado este último con una lágrima en pavé de diamantes. Orgánicas y sensuales, su rompedora silueta sigue tan vigente como hace medio siglo y nos transporta a la localidad de Sant Martí Vell, en Girona, donde Elsa descubrió aquel primer retiro. Se enamoró a primera vista y perdidamente de aquella Casa Pequeña envuelta en rosas y glicinas en una noche estrellada. La residencia, que formaba parte de un pueblo en ruinas a media colina, se convertiría en refugio y remanso de inspiración.

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La casa de Elsa Peretti en Sant Martí Vell, Girona.

Aunque el padre de Elsa, Ferdinando, tenía una situación económica bien desahogada, escandalizado de que su hija traicionara las pulcras costumbres conservadoras de la familia, la dejó de lado para que se buscara la vida por su cuenta. Elsa dio clases de francés y se ganó el pan como profesora de esquí en Gstaad, antes de licenciarse en diseño de interiores y entrar a trabajar en Milán para el arquitecto Dado Torrigiani. En 1964 se convirtió en modelo, recaló en Barcelona e hizo migas con un grupo de artistas catalanes –el arquitecto Ricardo Bofill y el escultor Xavier Corberó, entre ellos– que se oponían al régimen franquista y eran conocidos como la gauche divine (la izquierda divina).

En 1968, se trasladó a Nueva York y allí despegó profesionalmente. En paralelo al modelaje, empezó a experimentar con la joyería y fue en los talleres del orfebre español Vincent Abad donde creó un colgante con una larga tira de cuero, inspirado en un jarrón de flores que había visto en un mercadillo. La pieza decoró el cuello de una de las modelos en el desfile de Giorgio di Sant’Angelo –epítome por entonces de la alta costura– y el éxito fue instantáneo. Su bagaje en la moda también sirvió de catalizador: ese mismo año regresó de un trabajo en México con un elemento de una silla de montar a cuestas que, reinterpretado en plata, se convertiría en un eficaz cinturón; y a principios de los 70 llegó a ser en una de las llamadas Halstonettes, las musas de confianza del famoso diseñador Halston. Pronto empezó a diseñar joyas para él, creaciones sensuales en sintonía con los tiempos: por ejemplo, un lúdico frasquito lacado, prendido de un largo hilo de seda bellamente anudado.

Y un buen día de 1974, la llamada de Tiffany puso a funcionar su inspiración a toda máquina. En Sant Martí Vell, vio el esqueleto de una serpiente y lo transformó en un collar. Pronto le siguieron los escorpiones. Parecía gozar de una creatividad infinita –adaptó corazones, hebillas, judías (un mechero, unos gemelos, un clutch nocturno), huesos, manzanas, cota de malla– y el impacto de sus joyas fue más que notable. Décadas más tarde, su trabajo influiría en diseñadores como Tom Ford e incluso la mera actitud con que lucía sus cinturones joya en los años 60 y 70 trascendería su época.

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Un brazalete de archivo de Peretti.

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Nuevo brazalete de oro de 18 quilates con pavé de diamantes de Tiffany & Co.

Entre los numerosos inmuebles que se conservan en Sant Martí Vell figura su laboratorio, abarrotado de bocetos, y lo que ahora es un monumento a su obra junto con las deslumbrantes piezas que coleccionaba, entre ellas unos ancestrales cuencos chinos de porcelana verde celadón, delicadamente esmaltados.

Con el tiempo, Elsa llegó a vivir en muchas otras propiedades, de Manhattan (fría y blanca, alfombrada de ratán) a Italia (diseñadas allí con ayuda de su gran amigo Renzo Mongiardino). En su casa costera de Porto Ercole ideó una fantástica chimenea con forma de hombre enfurecido que arrojaba llamas por la boca y un rústico trampantojo en el techo que parecía abrir la estancia al cielo, con ramas asomando por entre las rendijas. El apartamento de Roma, por su parte, invocaba los gustos más imperiales de Mongiardino. Sant Martí Vell, sin embargo, siguió siendo su rincón más querido. Con el inmenso capital que le proporcionó su trabajo en Tiffany & Co. (en 2013, la firma renovó su contrato de exclusividad y a los derechos de autor se sumó un pago íntegro de 47 millones de dólares), su interés por el pueblo fue en aumento.

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Una de las 18 casas de Peretti en el pueblo.

La diseñadora restauró 18 casas y tres masías, todas ellas patrimonio de la Fundación Nando y Elsa Peretti. Su casa original sigue siendo modesta, con añadidos lujosos pero sutiles: una piscina se esconde discretamente en una terraza inferior y hay esculturas repartidas por los jardines; en el comedor, se dispuso una chimenea elevada y las estancias reúnen hoy sus impresionantes obras de arte (en una torre anexa, Elsa construyó un cuarto de baño: te cuesta la vida subir los escalones pero, una vez allí, la vista es preciosa). Con cada casa que adquiría, su visión se magnificaba. Tomó un largo edificio de piedra que en su día albergó el fisco local, le arrancó todo el suelo e instaló una asombrosa chimenea de cobre de Lanfranco Bombelli que trepa por tres plantas –a sus pies reposa una enorme piedra de molino, una “mesa” donde entretenerse, el perfecto reclamo para las fiestas que allí se dieron–. Cuando Elsa compró una granja al otro lado de sus viñedos, el viejo granjero que la vendía estaba tan desolado por tener que abandonarla que ella le pidió que se quedara. Ambos la compartieron hasta la muerte de Elsa en 2021, a los 80 años.

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Su característico colgante de corazón, con bocetos del proceso.

Una rugosa escalera ennegrecida, de una belleza sublime, sube hasta un dormitorio. En un rincón distingo sus cubiertos Padova, colgados en la pared. La jarra para el agua es una extraña vasija plateada con una abertura para la mano. Los sinuosos candelabros de plata, abstracciones de huesos de vaca, sostienen velas que aspiran a tocar el cielo. El mundo de Elsa nació para subyugar.

Este artículo se publicó originalmente en Vogue.com

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