‘El Rey y el filósofo’, de Daniel Guebel: Leibniz en el agujero negro de Versalles | Babelia

A estas alturas, nadie va a dudar de John Lennon. Pero es obvio que si al White Album le hubiéramos quitado los 8:22 minutos de Revolution nº9, no hubiéramos levantado la aguja del tocadiscos un millón de veces para adelantarla hasta Good Night. ¿Sigue siendo White Album un gran disco? Por supuesto. Digamos, entonces que Revolution nº9 era innecesario, pero los genios son así.

Por idéntico motivo uno no va a dudar de uno de los mejores escritores argentinos de su generación: Daniel Guebel (Buenos Aires, 1965). Es, simplemente, que un reloj de pared nunca está de más en la habitación de un músico o un novelista. Es éste —el de la elefantiasis en algunos tramos finales del libro— el único pecado de este soberbio ejercicio de construcción barroca que es El Rey y el filósofo.

Al amparo de los hechos reales de la visita como embajador del Imperio Romano Germánico, del filósofo Gottfried Leibniz a Versalles para ser recibido por Luis XIV, con el propósito de convencerle de la invasión de Egipto. Escrito de forma epistolar entre una buena cuadrilla de personajes, la acción establece, en su primera parte, sus propias condiciones de escritura y lectura y son geniales. Es divertido, inteligente, talentoso al saber vertebrar una narración con solo unas cuerdas, poleas y un lenguaje rico, sesudo, con sentido tanto literario como narrativo. Como si los Monty Python hubieran secuestrado a César Aira y le hubieran convencido de que reescribiera El Proceso y no dejara de hacerlo pasada la página 150.

Leibniz y su ayudante entran en el agujero negro de Versalles, sus salones que no van a ningún lado, espejos, cotilleos, fuentes, traiciones, puertas y andamiajes, máscaras, pulgas e historias increíbles que siempre acaban siendo (más o menos), ciertas.

El delirio de lo que leemos sobre la corte de Luis XIV, los trazos filosóficos, las fumadas moriscas y las mónadas leibnitzianas hechas corte y boato ridículo en un Versalles construido precisamente para cerrar el mundo en una burbuja. Teniendo a la nobleza esperando eternamente audiencia para el rey, éste evitaba conspiraciones y las revoluciones acababan siendo solo cotilleos y líos de alcoba. El talento de Guebel hace entrar y salir personajes, nos pide que sigamos a K. y al Conejo Blanco y no podemos resistirnos. Es Versalles. Es el Barroco. Es Francia y es Daniel Guebel.

Finalmente, Luis XIV y Leibnitz se ven y hablan de Egipto y Cleopatra, de filosofía, derechos de autor, la eternidad o la nimiedad de las obras del hombre, geopolítica, resurrección de los muertos y del miedo, el miedo absoluto a la noche, a la oscuridad, a las fieras feroces, las enfermedades, una amante vengativa o una herida en una pierna. Luis XIV, al parecer, como no podía ser de otra manera, lo llena todo. Diseñado quijotescamente fascinante por su autor, nos depara grandes momentos y algunos, ya hacía el final, un tanto tediosos, que nos llevan a un cuadro de ansiedad porque llegue, de una vez, la gangrena, pero cerrando el libro, nos embarga la nostalgia. No de Luis XIV ni de Leibnitz. Sino del próximo libro de Daniel Guebel tenga o no reloj en su despacho.

Portada de ‘El rey y el filósofo’, de Daniel Guebel.

El rey y el filósofo

Daniel Guebel
Random House, 2024
320 páginas, 19,90 euros

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