Liren Ding fue coronado como nuevo campeón del mundo el pasado 1 de mayo porque tomó una decisión de muy alto riesgo, que requiere gran sangre fría, inteligencia y confianza en sí mismo. Era la cuarta y última partida del desempate rápido del Mundial de Astaná (Kazajistán). Las tres anteriores habían terminado en tablas tras el 7-7 de las catorce partidas lentas durante más de tres semanas. El chino tenía asumido que un nuevo empate le perjudicaba porque se sentía inferior a su rival, el ruso Ian Niepómniashi, en la tanda aún más rápida de la modalidad relámpago.
Y decidió que lo mejor era actuar como un kamikaze, clavándose una torre sobre el rey en una posición muy compleja, con damas en el tablero, a pesar de que le quedaban menos de dos minutos en el reloj. Niepómniashi, quien ya daba el empate por seguro y estaba repitiendo jugadas, quedó bloqueado, erró y tuvo que conformarse por seguir siendo el subcampeón del mundo. Mientras tanto, Ding lloraba de alegría y emoción: era el primer chino que lograba el título absoluto tras diez años de reinado del noruego Magnus Carlsen.