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Pocos años después del final de la Segunda Guerra Mundial, Hollywood empezó a producir películas inspiradas en el conflicto. Ya fuera para procesar la magnitud de la tragedia o para reforzar el relato de la victoria aliada, este tipo de cine se convirtió en un subgénero muy popular y nos dio éxitos como ‘De aquí a la eternidad‘ o ‘El puente sobre el río Kwai‘. Y también otros que quizá están más infravalorados como ‘Ha llegado el águila‘, que fue uno de los últimos representantes de esa etapa clásica del cine bélico.
Su estreno en 1976 coincidió con un momento en que el interés por este tipo de películas empezaba a menguar, antes de que resurgiera en los 90 con obras como ‘Salvar al soldado Ryan‘ o ‘La delgada línea roja‘, y aunque no buscaba innovar técnicamente ni experimentar con varios géneros, la película ofrecía algo igual de atractivo.
Estamos hablando del elenco de primer nivel con el que contaba y que estaba encabezado por Michael Caine, Donald Sutherland y Robert Duvall. Las interpretaciones, su enfoque de espionaje poco habitual y su manera de manejar el suspense la convirtieron en una joya que merece ser reivindicada.
‘Ha llegado el águila’ no pretendía ser una epopeya patriótica ni una reconstrucción histórica fiel. Su valor residía en proponer una aventura ambientada en la Segunda Guerra Mundial que, más que exaltar un bando, exploraba la tensión, el riesgo y la intriga de una misión casi imposible.
Un plan inteligente en territorio enemigo


Basada en la novela homónima de Jack Higgins, la historia imagina un complot ficticio en el que unos comandos alemanes intentan secuestrar a Winston Churchill durante una visita a un pequeño pueblo costero de Norfolk. La misión, encabezada por el oficial Kurt Steiner (Michael Caine) y el agente del IRA Liam Devlin (Donald Sutherland), es ideada por el coronel Max Radl (Robert Duvall) como una maniobra para acortar la guerra.
Sin embargo, lo que empieza siendo un plan calculado pronto se convierte en una lucha por la supervivencia. Con las comunicaciones cortadas y en territorio hostil, Steiner y su equipo se enfrentan a un enemigo invisible y al riesgo constante de ser descubiertos. La tensión no viene de grandes batallas campales, sino de una amenaza silenciosa y la necesidad de pasar inadvertidos entre los habitantes del pueblo.
A diferencia de otros dramas bélicos, ‘Ha llegado el águila’ se inclina más bien por el género del espionaje. No se trata tanto de celebrar victorias militares, sino de seguir a un grupo de hombres que están. atrapados en una misión secreta donde cualquier error puede ser fatal.
Esta aproximación genera un suspense distinto, más cercano al de un thriller que al de una superproducción bélica. Incluso cuando estalla la acción, la película evita el heroísmo fácil y se centra en las consecuencias humanas de la violencia, dejando espacio para un mensaje antibélico más marcado que el de muchas producciones anteriores.
Al servicio de la tensión


Otro de los aciertos de ‘Ha llegado el águila’ es que la trama es completamente ficticia. Y esta libertad narrativa permite construir un relato impredecible, sin tener la obligación de ceñirse a la cronología ni a personajes históricos reales.
Gracias a ello, la Segunda Guerra Mundial se convierte aquí en el marco de una historia de aventuras con sabor clásico. El contexto bélico funciona como un escenario y se refuerza esa idea de que el cine bélico también puede ser simplemente puro entretenimiento.
La película marcó el cierre de la filmografía de un cineasta como John Sturges que, aunque no siempre estuvo en el panteón de los grandes autores, dejó huella con títulos como ‘Los siete magníficos’ o ‘La gran evasión’. Su especialidad era el cine de aventuras bien narrado y con personajes carismáticos y aunque esta no sea su obra más recordada, sí que resume perfectamente su estilo. Y es un placer redescubrirla.
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