Retrato de Elena López Riera
“Hay momentos en la vida para todo. A veces me arrepiento de no ser madre y no tener novio, novia o pareja y estar sola. Otras veces me encuentro a gusto. Imagino a esas mujeres y es lo que me transmiten. Su forma de pensar ha sido una herramienta política y personal para la vida: ‘Nos habéis puteado, nos habéis obligado a follar sin querer, a criar a nuestros hijos o a limpiar, pero no nos habéis quitado la alegría de vivir’”, ahonda Elena López Riera. Todos estos pensamientos se canalizan a través de un sencillísimo formato en el que las protagonistas hablan con Elena y una cámara graba. Una idea kamikaze que pocas veces se ve ya en el documental. “Más sencillo no se puede”, comparte. “Quería volver a un espacio muy sencillo de palabra y no intervenir con el montaje en eso. Creo que en esa sencillez hay algo que emerge, que es como cuando estamos tú y yo hablando o cuando te vas con una amiga. Hay silencio, carraspeos, y quería volver a eso. También por una cuestión tan sencilla como que no sabía cómo hacerlo de otro modo. He intentado que la película no sea otra cosa que lo que es”, insiste. “Yo soy muy bruta y no es algo que vaya a cambiar ya con la edad que tengo. Me gusta de hecho esa palabra mucho, brutalidad, porque creo que esta película es muy bruta en todos los sentidos del término. Por violenta, que lo es, y porque es un material en bruto, no muy trabajado y no embellecido”.
Aunque en las entrevistas López Riera es expansiva y divertida, el abrir Las novias del sur con el caso de su propia madre se entiende como un ejercicio difícil para cualquiera. También el aportar la propia voz. “Ponerlo todo en primera persona para mí es muy importante por esto que voy a explicar: te permite no tener que dar explicación a todo y poder tener una opinión. Yo no pretendo que esto sea la realidad ni un estudio sociológico sobre las mujeres y su sexualidad, sino que es mi visión. Responde a pulsiones que no puedo explicar, a casualidades de la vida y a un momento vital”, expone. “¿Por qué mi madre? Por una cuestión personal que a lo mejor no importa a nadie, pero a mí y a mi madre sí. Me di cuenta de que con mí se acababa, ya no iba a haber más madres y más hijas en mi familia”.
En esa media hora se da una evolución de las invitadas y se sueltan ante la cámara. Lo que empieza de una manera termina de otra muy diferente. López Riera se gana su confianza. “Fue facilísimo. No es que yo tenga una habilidad extraordinaria de entrevistadora, es que simplemente nadie les había preguntado. No las conocía de absolutamente nada”, rememora sobre unas conversaciones que resultaron muy largas y en las que terminaron abriéndose. “Ellas me dieron la voz a mí y también la capacidad de hacer buenas preguntas que yo no tenía. Soy muy pesada con esto, pero es que hay una cosa muy manida relacionada con el documental que me sobra. Lo de darle voz a los que nos la tienen y hacer visible lo invisible, sobra. Ellas ya tienen voz, pero nadie les ha preguntado”. La mayoría de invitadas pasan los 70, pero hay una que supera los 100. Pepita Bernat es, quizá, la protagonista más mediática. Una vecina de La Rambla de Barcelona que ocupó titulares hace poco por celebrar su 105 cumpleaños en La Paloma, una sala mítica de la capital catalana. “Gracias a Anna [Pacheco] y a Andrea [Gumes], que les estaré eternamente agradecidas por la amistad, por el apoyo que me dan, conseguí ponerme en contacto con Pepita. Y es un fenómeno de la naturaleza”, explica. “Se enamoró por primera vez con 74 años. Tuvo su primer orgasmo con 74 años. Si lo piensas es heavy. Afortunadamente que la vida le ha dado años para poder, pero es fuerte. Pepita es increíble”.