Catorce años después del inicio del conflicto, Siria enfrenta múltiples crisis que amenazan con hipotecar su futuro. Entre las ruinas del silencio y las promesas de reconstrucción, el país carga con las secuelas de un conflicto que, aunque ya no truena en los cielos, sigue resonando bajo los pies y en las aulas vacías. Lo que la violencia dejó atrás —infancias rotas, escuelas colapsadas, tierra sembrada de muerte— sigue marcando el pulso de cada día.
Casi tres millones de niños están fuera del sistema educativo. Las escuelas, si no fueron bombardeadas, quedaron sin maestros ni libros. Mohamed perdió un año de clases y tuvo que mudarse tres veces tras la destrucción de su casa. Rawan Shogri, maestra pese a todo, enseña sin materiales, con un salario que no alcanza, pero con la convicción de rescatar lo que alguna vez fue uno de los sistemas educativos más sólidos del mundo árabe.
Y mientras tanto, la tierra sigue armada. En calles y campos, los restos del conflicto permanecen bajo la superficie: minas, bombas sin detonar, fragmentos de una guerra que no termina de irse. En solo tres meses, al menos 188 niños murieron o resultaron heridos por explosivos, un promedio de dos niños por día. Zain, de 13 años, recogió un objeto brillante de camino al fútbol. Ahora carga con una herida que no se ve, pero que le cambió la vida. Basima, de 11 años, perdió a su padre en el conflicto cuando tenía solo dos. Ahora aprende a identificar los peligros ocultos en el suelo que ella y sus hermanos pisan cada día.
Siria avanza sobre terreno inestable, no solo por las minas. Con señales de apertura internacional aún tímidas y el levantamiento de sanciones todavía por concretar, el país camina entre los restos de un régimen agotado y la amenaza persistente de grupos extremistas que ven en la reconciliación una traición. Los vestigios de la guerra se manifiestan por todas partes en el país: estatuas decapitadas, murales acribillados y nuevas banderas ondeando sobre ciudades transformadas. Las armas han callado, pero los desafíos persisten. Su sombra sigue pesando sobre el presente de millones de personas, especialmente los más jóvenes, cuyo futuro aún está por reconstruirse. La guerra se fue. Lo que dejó atrás, todavía no.
Ibarra Sánchez —-PIEDEFOTO—- Rawan Shogri, una maestra siria, da clase a Mohamed en la escuela Al Najjar Al Naal, recientemente rehabilitada por Unicef, en Douma, Siria, el 6 de abril. Shogri afirma: “Estamos destrozados por la situación de nuestros estudiantes. La calidad de la educación ha caído drásticamente”.Diego Ibarra SánchezUna imagen desfigurada del expresidente Bachar el Asad en las afueras de Tartús, Siria, el 10 de abril. Desde la destitución de El Asad en diciembre, los símbolos —carteles, vallas publicitarias y estatuas— que antes eran habituales en todo el país han sido desmantelados o desfigurados. Estos símbolos, comunes en edificios gubernamentales, ventanas de taxis, negocios y sitios históricos, eran herramientas que reforzaban el control del régimen.Diego Ibarra SánchezDos escuelas reducidas a escombros en el barrio de Jobar, en Damasco, el 6 de abril. Desde 2011, 7.000 centros educativos han sido destruidos. Muchos niños sirios recientemente desplazados y en situación de extrema vulnerabilidad nunca han pisado un aula.Diego Ibarra SánchezAya, estudiante de tercer grado, se dirige a la escuela temporal en el campamento Zahouria, en Homs, el 8 de abril. Se ha desplazado de un campamento a otro durante toda su vida y, con el apoyo de Unicef, accedió al sistema educativo por primera vez.Diego Ibarra SánchezUna escuela destruida en Douma, en una imagen del 6 de abril. Los colegios que aún funcionan lo hacen, en muchos casos, en condiciones extremas: con niños hacinados y sin mobiliario, libros de texto, agua potable o saneamiento.Diego Ibarra SánchezMohamed al Khalaf, retratado el 10 de abril en Latakia. Su hermana pequeña, Rahaf Louay al Khalaf, murió en una explosión causada por un artefacto sin detonar el 15 de marzo.Diego Ibarra SánchezBasima, de 11 años, frente a su casa, en una zona rural de Damasco, el pasado 7 de abril. Tras asistir a una sesión de concienciación sobre artefactos explosivos sin detonar, Basima convenció a su hermano menor, Kassem, de deshacerse de una colección de casquillos de bala que había llevado a casa.Diego Ibarra SánchezMohamed al Kadri, de 11 años, en la escuela Al Najjar Al Naal, en Douma, Siria, el 6 de abril. “Mi sueño para el futuro es convertirme en arquitecto”, cuenta. Diego Ibarra SánchezZain, de 13 años, juega al ajedrez el 9 de abril en Latakia, Siria, con el coordinador del programa de Mosaic, durante una visita domiciliaria como parte de su rehabilitación psicológica. Zain perdió tres dedos y tiene una lesión ocular por la explosión de un artefacto sin detonar.
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Diego Ibarra SánchezMohamad camina por los túneles en Jobar, que solían usarse para transportar civiles en ambulancia durante la guerra. Desde 2012 hasta 2018, el barrio se convirtió en un bastión de la oposición y soportó años de asedio. Los bombardeos destruyeron el 93% de sus edificios. Diego Ibarra Sánchez
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