En el Festival de Venecia, los interiores se llevan la palma

En el Festival de Venecia, siempre se han apreciado las cosas bellas: no en vano, el famoso certamen se enmarca técnicamente en la Biennale, la celebración anual del arte y la arquitectura, entre otras disciplinas creativas. Por ello, parece lógico que muchos de los estrenos de este año estén repletos de interiores increíbles y cautivadores: maravillas modernistas, grandilocuencia parisina de techos altos y espacios diáfanos y luminosos con paletas de colores ricos y saturados. Sin embargo, tras una semana de proyecciones en la ciudad flotante, sorprende la cantidad de habitaciones, muebles y obras de arte extraordinarias que se quedan grabadas en la memoria, en algunos casos más incluso que la propia película o serie.

Parece justo empezar por The brutalist, la epopeya de más de tres horas y media de Brady Corbet sobre la vida y la carrera del emigrante judío-húngaro, superviviente del Holocausto y arquitecto László Tóth (Adrien Brody, en el mejor momento de su carrera), que, curiosamente, cuenta con un epílogo que nos lleva a la Bienal de Arquitectura de Venecia de 1980, donde se rinde homenaje al sufrido héroe con una retrospectiva. Este pionero librepensador, que parece inspirarse en personajes como Marcel Breuer y Louis Kahn, llega a Estados Unidos unas tres décadas antes para reunirse con su primo (Alessandro Nivola) en Filadelfia, donde posee una modesta tienda de muebles. Cuando este le pide su opinión sobre las piezas anticuadas y horteras que vende, László mira a su alrededor y admite: «No es muy bonito».

Rápidamente le pone remedio. En una asombrosa secuencia, le vemos esbozar y construir una silla cantilever exquisitamente elegante. Colocada en el escaparate junto a una mesa a juego, luce gloriosa, sumamente adelantada a su tiempo.

Lo mismo puede decirse de su primer gran encargo: el hijo de un industrial (Joe Alwyn) pide una nueva biblioteca como sorpresa para su padre (Guy Pearce). El espacio, abarrotado ahora de muebles de madera oscura y vestido con cortinas rojo oscuro, se transforma de manera espectacular: se diseñan estanterías curvas que camuflan los libros a lo largo de las paredes circulares, se descubren los altísimos ventanales para que entre más luz (salvo por un algodón ligero que todavía protege los tomos del sol) y se coloca una única silla reclinable de estilos años 50 en el centro de la habitación. Su modernidad austera, casi monacal, sobrecoge.

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Farándula y Moda

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