Entre imponer su agenda y la renuncia a transformaciones de calado: el Petro impaciente encara la segunda parte de su mandato

El 2024 de Gustavo Petro ha estado marcado por la resistencia al cambio radical de políticas de Estado que prometió al llegar al poder, a veces por factores externos a su Gobierno y en otras ocasiones por la insistencia del presidente de Colombia en asuntos en los que tiene poco que ganar. Petro se mueve entre dos tensiones: piensa que debe imponer su agenda y está convencido de que por eso fue elegido por los jóvenes y los afros, pero al mismo tiempo sabe que tiene que renunciar a algunas transformaciones de calado por la necesidad de consensuar con la oposición. En ese caso el cambio se vuelve quirúrgico, vira solo unos grados y pone al Gobierno en una dirección distinta, pero con la lentitud de un buque de carga.

El presidente, de naturaleza impaciente, comprueba cómo su Presidencia se le escurre de las manos. Le quedan 20 meses de dormir y gobernar en la Casa de Nariño, la residencia presidencial. Su propósito es que en 2026 le suceda alguien de su círculo que continúe con sus políticas de inclusión y justicia social, como ha logrado Andrés Manuel López Obrador en México, que le ha cedido el mando a Claudia Sheinbaum con una facilidad asombrosa en las urnas. Petro no tiene una popularidad tan alta como la de López Obrador, pero atesora en torno a un 35% nada desdeñable de cara a las presidenciales. Tampoco ha consolidado un partido como Morena, pero su Pacto Histórico da pasos camino a la esquiva unidad de las izquierdas. Por el ambiente de tormenta que ha rodeado al Gobierno muchos piensan que la siguiente presidenta o presidente vendrá de la derecha o el centro, pero dar por muerto al petrismo, a estas alturas, sería un error.

El Gobierno de Petro, dirigido desde el despacho que ocupa su número dos, Laura Sarabia, ha logrado sacar una reforma pensional histórica que acaba con un sistema que perjudicaba de manera clara a los más pobres. La OCDE, en sus informes, destacaba que Colombia era el único país de América Latina cuyo sistema de pensiones incrementaba la desigualdad. Con esto, Petro le ha cumplido a “los viejos y las viejas” a los que se refiere a menudo en sus discursos, a la espera de que la ratifique la Corte Constitucional. Además, 1,6 millones de personas han salido de la pobreza, unos números que mejoran los de su predecesor, Iván Duque.

El presidente también se ha abierto a la inclusión de perspectivas más moderadas y de consenso en su Gobierno, como ha sido el fichaje de Juan Fernando Cristo, un político liberal respetado por sectores más conservadores. A su lado también tiene a Luis Gilberto Murillo, otro apaciguador que tiende al diálogo y que está revelándose como una figura presidenciable. Cristo ha sacado adelante la reforma al sistema general de participaciones, el mayor avance en descentralización en 40 años. Sarabia ha conseguido acercarse a los empresarios, que al comienzo mostraron mucho temor con Petro, y convencerles de llevar a cabo la Misión La Guajira, con la que se lleva agua potable a ese empobrecido departamento.

En el plano internacional, el Gobierno ha conseguido que Colombia sea protagonista con la celebración de la COP16 en la ciudad de Cali. En ese evento brilló la ministra de Ambiente, Susana Muhamad, una figura destacada en el gabinete. Petro se ha significado como un líder preocupado por el medio ambiente y con la intención de conseguir atraer la atención sobre el Amazonas, que se encuentra en peligro por la deforestación y la minería. El presidente le propuso a los países desarrollados condonar deuda por acción climática, pero eso no se ha traducido en nada concreto. Sin embargo, estas políticas verdes le ponen en el centro del debate de un tema que cada vez importa más en el mundo. No hay que olvidarse tampoco de Cultura, un apartado en el que el ministro Juan David Correa ha implantado un cambio de discurso y logrado la inclusión de las negritudes y el universo indígena en la conversación en el debate cultural colombiano.

¿Las sombras? El Congreso ha hundido una reforma tributaria y le obliga a reducir el presupuesto de 2025, un contratiempo con el que no se contaba. Siguen en curso la laboral, la de jurisdicción agraria y una segunda versión de la sanitaria, pero con un destino incierto. Por este y otros asuntos, el presidente denuncia un golpe de Estado blando, una resistencia del deep state incrustado en las entrañas del aparato después de décadas de gobiernos conservadores. Ese encono se refleja en los medios de comunicación del establecimiento que, 24 horas al día, golpean al gobierno con todo tipo de informaciones, algunas más fundamentadas que otras. Para hacer de pararrayos, Petro cuenta con Hollman Morris, un periodista de su cuerda que dirige los medios públicos con una clara línea editorial gobiernista, pero que desde esas plataformas difícilmente puede contrarrestar el alud de publicidad negativa. No ha ayudado mucho la salida del ministro de Hacienda, Ricardo Bonilla, por un supuesto caso de corrupción que el propio Petro cree que es falso, pero la presión era tanta que tuvo que dejar caer a este economista, de los más sólidos de su gabinete.

Petro a veces ha pecado de optimista. En campaña dijo que en tres meses lograría desmovilizar al ELN, la última guerrilla en armas. Dos años después, las negociaciones con ese grupo armado están encalladas y ya se habla de lograr que hagan la transición hacia una fuerza civil, lo que no necesariamente significa que entreguen las armas. Pablo Beltrán, negociador jefe del ELN, teme que los paramilitares con los que se disputan el territorio, e incluso las disidencias de las extintas FARC, aprovechen su debilidad para exterminarlos. La paz total, esa suerte de negociación paralela con todos los actores rebeldes, no pasa por su mejor momento y no da la sensación de que vaya a mejorar en los próximos meses. Petro se ha topado con una verdad: acostumbrados al combate y a la selva, con los bolsillos llenos por la venta de droga y la minería ilegal, no tienen mucho interés en bajar los fusiles y regresar a una vida civil en la que no se les ha perdido nada.

El acuerdo nacional, además, ya ha quedado en el pasado. Lo tiene en mente el senador Iván Cepeda, muy cercano a Petro, y también Cristo, pero el ambiente está tan crispado que se antoja imposible. La política nacional se ha polarizado, como en tantas otras partes del mundo, que se trata de un ejercicio sordo, sin puentes ni diálogo hacia el otro. A Petro le toca navegar entre aguas turbulentas en busca de cambios. Lo que logre concretar en 2025 marcará hasta dónde lo ha conseguido.

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