Como apuntábamos antes, parece ser que la intención emprendedora es territorio de los más jóvenes, ya que aquellos entre 18 y 24 años son los más optimistas y los que mejores percepciones tienen frente a los que se sitúan entre los 25 y 34 años. Así, en esa primera horquilla de edad se encuentran aquellos que protagonizan la puesta en marcha de nuevas iniciativas emprendedoras y su consolidación, siendo las mujeres las que muestran mayores tasas de emprendimiento y mayor presencia entre las iniciativas emprendedoras consolidadas –aunque ellas tienen peor percepción respecto a los factores psicosociales que influyen sobre el emprendimiento–.
A la hora de dar el salto, es lógico que sea necesario contar con ciertos conocimientos logísticos, burocráticos o financieros –el 60% de los jóvenes considera que no tiene los conocimientos para emprender–. Por eso a lo largo de todo el proceso emprendedor tiene un protagonismo claro el perfil universitario, ya que en estos casos habitualmente se parte de una formación que infunde mayor seguridad a la hora de iniciarse en esta carrera empresarial. Otra explicación puede estar en la sobre cualificación de estos profesionales, “que provoca que sientan que no encajan de la misma forma en el tejido productivo nacional, lo que les induce a generar sus propios proyectos emprendedores”, explican desde la Fundación Youth Business Spain.
En cuanto a la inversión, esta es modesta –invierten la mitad que los mayores de 35 años–, algo que se explica por unas fuentes de financiación también más humildes. Y es que en este punto son los propios ahorros, las amistades y la familia las fuentes más frecuentes, cuando en el caso de los mayores de 35 años se accede más a entidades e instituciones financieras. Además, los jóvenes optan en mayor medida por las subvenciones públicas.
Por último, quedaría preguntarnos: ¿En qué sectores invierten los jóvenes? El estudio muestra que las iniciativas se caracterizan por una alta especialización productiva en negocios orientados al consumo (52,6%), que puede ser desde un bar a una empresa de experiencias turísticas; y a los servicios empresariales (35,3%), arquitectura, odontología, psicología, fisioterapia, fontanería, etc. “Aquí los resultados son muy similares en todos los grupos de edad, si bien entre los emprendedores jóvenes tienen un peso mayor, una diferencia que puede estar motivada por la menor complejidad de muchos de los negocios de este sector frente a los industriales”, explica Sara.
La realidad de las startups tecnológicas
Hay un dato tremendamente revelador del estudio que está relacionado con el bajo compromiso con la tecnología y la innovación de las iniciativas emprendedoras jóvenes –no ocurre lo mismo con la digitalización, que es muy alta (78,2%)–. Algo que la directora explica de la siguiente forma: “Vivimos en una especie de burbuja en la que si uno se deja llevar por lo que vemos en ciertos medios o en foros de emprendimiento pareciera que vivimos en un país en el que florecen las startups, pero la realidad es que la mayoría de las actividades emprendedoras de nuestro país operan en sectores de baja o nula tecnología”. Por lo tanto, Sara considera que la clave no está en el compromiso de los jóvenes con la tecnología y la innovación, sino en las expectativas o la idea que hemos creado de ambas disciplinas. Y amplía, “últimamente parece que las únicas empresas innovadoras y tecnológicas son los modelos startaperos de Silicon Valley y eso no se corresponde con el país en el que vivimos. Veo muchos pequeños negocios liderados por jóvenes que introducen componentes interesantísimos innovadores”.
Por eso, a Simón le parece maravilloso que se siga apostando y apoyando a jóvenes para que pongan en marcha ese tipo de iniciativas empresariales innovadoras y con tecnologías escalables, invertibles y vendibles, pero también cree que no podemos olvidarnos de la realidad de nuestro tejido empresarial en el que el 90% son autónomos y pequeñas y medianas empresas que constituyen el 65% del PIB. Y concluye con la definición de innovación que hace la fundación COTEC, que considera muy acertada para medir la innovación de las empresas de nuestro país: “Todo cambio (no solo tecnológico) basado en conocimiento (no solo científico) que aporta valor (no solo económico)”.