The Case Against Travel (Un caso en contra de los viajes). Así se titulaba un largo ensayo publicado en la revista The New Yorker, el 24 de junio de 2023, en el que Agnes Callard articulaba una serie de enfoques críticos en torno a esa idea tan socialmente aceptada de que viajar es una de las máximas expresiones de crecimiento y sofisticación personal. “Nos convierte en la peor versión de nosotros mismos y, al mismo tiempo, nos convence de que estamos en nuestro mejor momento”, rezaba provocadora la entradilla. Cuestionar aquellos lugares comunes que se han establecido como ‘verdades irrevocables’ es siempre, tal como prueba el texto de la filósofa estadounidense, un ejercicio pertinente –además de bastante divertido, si se plantea con algo de inteligencia y cierta mala leche–.
El escepticismo que se desprende tanto de las bondades del viaje de ocio como de su implicación más destructiva, el turismo de masas, es también extrapolable a otra de esas creencias que vuelve de manera recurrente a salpicar la conversación colectiva: la de la lectura en altas dosis como puerta de acceso al cielo de la intelectualidad más respetable. Sobre ese ubicuo “tengo que leer más” se ha manifestado en varias ocasiones la escritora y editora Sabina Urraca, cuya novela más reciente, El celo (Alfagura), aterrizó en librerías en primavera. “He conocido a personas esplendorosas, maravillosas, a veces grandes contadoras de historias y apreciadoras de la belleza de la vida, que no sentían demasiado interés por la lectura. Y me parece perfecto. Tengo también muchos amigos que leen de forma puntual algunas cosas, pero que no son grandes devoradores de libros –odio esta expresión– y que, en cambio, saben muchas cosas del mundo, viven más en el entorno, hablan con otras personas, saben hacer cosas con las manos. La literatura no es algo que esté necesariamente en los libros. Casi al contrario: la veo mucho más en el mundo del día a día, cuando levanto la vista del ejemplar de turno y de la obsesión con lo escrito, y observo y escucho a los demás”, dice la autora en declaraciones a Vogue España.
Crítica con respecto a lo que describe como la “divinización de la cultura”, Urraca prosigue. “No es un elitismo como otro cualquiera: es un elitismo que encima está revestido de una aparente virtud, de ‘estar haciendo las cosas bien en la vida’. Obviamente, hay un componente socioeconómico que flota sobre él y no podemos negar. El vanagloriarse de leer mucho es una presunción que lleva aparejada cierta altanería, una superioridad absurda. ¿Por qué tendría que leer alguien a quien no le gusta leer? De hecho, como persona que ama leer, amplío esta última pregunta: ¿Por qué, siendo para mí la lectura algo tan maravilloso, tendría alguien que hacerlo obligado, pasándolo mal, y para colmo sintiéndose peor por pasarlo mal?”.
Las cuestiones que deja en el aire la escritora resultan especialmente interesantes en un contexto en el que proliferan los prescriptores literarios en comunidades especializadas como Goodreads o plataformas de carácter más generalista como Instagram o TikTok (donde el fenómeno #BookTok, muy estudiado mediáticamente, se ha establecido como una engrasadísima maquinaria de ventas para impulsar el mercado editorial). Llama la atención que, muchas veces, los enfoques de estos bookfluencers buscan priorizar la cantidad de títulos referenciados, en detrimento de las reseñas más profundas o cualitativas que se puedan hacer al respecto de cada uno de ellos.