Son las tres de la tarde y estoy tumbada boca abajo en la arena fina de la playa. A unos pasos se encuentran las pozas de roca: bloques de piedras cubiertas de algas verde neón, gambas translúcidas que se deslizan entre filamentos aceitosos y el agua cristalina que refleja el sol. Más allá está el gran protagonista: el vasto mar azul, que crepita con fuerza cuando las olas se desperezan al bostezar. Más tarde me sumerjo y el agua tibia turquesa, la sal y el magnesio se pegan a mi piel. Quizá debería vivir así, pienso adormilada, como cualquier londinense en cuanto experimenta la buena vida durante una fracción de segundo. ¿Puede que me haya equivocado todo este tiempo?
No es ningún secreto que el mar (adentrarse en él, yacer junto a él, estar cerca de él) se considera desde hace mucho tiempo beneficioso para nuestra salud. En el siglo XVIII, antes de que los ISRS y la terapia fueran cosa conocida, el remedio para las mujeres que sufrían de “histeria” (una frase comodín para cualquier tipo de mal) era enviarlas a lugares costeros. Y también conocemos su eficacia por experiencia propia, ¿no? Tras pasar un fin de semana junto al mar, me sentí más feliz y saludable de lo que había estado durante meses. Bajó mi nivel de cortisol, se me aclaró la piel y pude conciliar el sueño sin despertarme a las 7 de la mañana con una difusa sensación de malestar. Pero, ¿por qué el mar es tan saludable? ¿Y qué nos dice sobre cómo deberíamos vivir?
Los beneficios para la salud mental de estar cerca del agua están bien documentados. Un amplio estudio de 2013 sobre los efectos de la naturaleza en la felicidad reveló que quienes vivían en la costa o cerca de masas de agua, también conocidas como «espacios azules», eran los más felices de todos los participantes. En 2016, otro estudio descubrió que vivir cerca de dichos espacios azules disminuía el malestar psicológico. Más recientemente, en 2019, una nueva investigación sacó a la palestra que, entre los hogares con bajos ingresos, los que vivían cerca de la costa experimentaban una mejor salud mental que los que no. De hecho, todos los estudios sobre el tema han apuntado a la idea de que incluso el mero hecho de ver el mar (ese azul brillante, amplio y reluciente) puede disminuir el estrés, por encima de lo que consiguen espacios verdes como los bosques.
El porqué real es un poco más complicado, pues las razones son varias. Un estudio de 2013 descubrió que el sonido de las olas apaciguaba a las personas más que la música relajante, así que quizá sea eso lo que esté teniendo efecto. Por otro lado, la Organización Mundial de la Salud señala que el ruido del tráfico rodado, ferroviario y aéreo es el segundo factor más perjudicial para la salud en Europa occidental, solo por detrás de la contaminación atmosférica. Así que tendría sentido que lo contrario (la ausencia de ese ruido) tuviera un impacto favorable. Y no olvidemos que algo tan sencillo como el aire fresco de la costa, naturalmente rico en oxígeno, se relaciona desde hace tiempo con una mejor salud mental.