“Cuando perdí la pierna, estaba muy triste. Salí del hospital y me pasaba el día en la tienda. No quería hacer nada, no quería ver a nadie. Y luego, cuando tuve que volver al hospital, me di cuenta por el camino y en el hospital de que ahora la mayoría de la gente de Gaza es como yo. Casi todos han perdido una pierna o un brazo. Así que no pasa nada”. La historia del niño al que la guerra le robó una pierna (y mucho más) la contó la psicóloga de Médicos Sin Fronteras Letícia Furlan en el Museo de las Memorias (In)Posibles, una institución que acoge los relatos de los que no tienen sitio. Era el 11 de octubre, un día después del alto el fuego de Israel en el marco del “acuerdo de paz” impuesto por Donald Trump. Los palestinos han tenido que tragarse un acuerdo que, una vez más, los humilla y los mantiene sin soberanía en su propio país, porque era la única manera de impedir que Israel los siguiera matando hasta que no quedara ni uno. Han tenido que tragárselo por la omisión de muchos países, sobre todo de Europa. Pero ¿y los espectadores del genocidio?
Mucho se ha escrito sobre la complicidad de los “ciudadanos de a pie” de Alemania en el genocidio nazi, y sobre la omisión, año tras año, de los gobiernos y ciudadanos del mundo. Siempre será obsceno que todo ese horror se ignorara durante años. Europa y Estados Unidos no se opusieron a Alemania en la Segunda Guerra Mundial por el exterminio de los judíos, sino por razones geopolíticas y económicas. Pero ahora, en la tercera década del siglo XXI, ¿cómo se explica que los gobiernos no actuaran? Porque los palestinos no necesitaban discursos vacíos mientras los israelíes reducían sus cuerpos a escombros humanos. A diferencia del genocidio nazi, oculto a los ojos de la mayoría en una época sin internet, la destrucción masiva de los palestinos ha sido documentada diariamente en vídeo, audio y texto por las familias de las víctimas, los profesionales de la salud, los periodistas que se han arriesgado a cubrirla —al menos 252 han sido asesinados por las fuerzas israelíes—. Entonces, ¿cómo se explica la omisión de la mayoría de las personas del mundo?
En un manifiesto contundente, un grupo de más de 50 intelectuales, entre ellos Angela Davis, Virginie Despentes y Benjamin Seroussi, pidieron apoyo para las acciones de los activistas de la flotilla que se dirigió a Gaza, cuyo espíritu humanista “rompe el estupor”. En el texto, distinguen entre los asesinos, los muertos y los espectadores: “El espectáculo del genocidio nos aturde, pero la destrucción no es el fin de todo: inaugura nuevas formas de gobernar y, en todas partes, mucho más allá de Gaza, aparecen nuevos sujetos, desvitalizados, aturdidos, paralizados. Nos guste o no, la escena tiene tres actores: los asesinos, los muertos y los espectadores. Nosotros, los espectadores, nos hemos convertido en una población reducida a percibirnos —con vergüenza y rabia— impotentes, atrapados en nuestro punto más débil: nuestra sensibilidad ante lo obsceno, mezclada con el miedo y la fascinación, seguida de una gradual insensibilización al mismo espectáculo”. Para ellos, los espectadores han consentido el genocidio por omisión, al no reaccionar ante el horror y el sufrimiento que estaban viendo en pantalla.
Tantas veces acusadas de montar un espectáculo, las flotillas, por el contrario, denunciaron la conversión del genocidio en espectáculo, rompieron la parálisis, humanizaron la respuesta, pusieron el cuerpo en la lucha por la dignidad. Greta Thunberg fue atacada repetidamente por miembros del Gobierno israelí e insultada en muchos idiomas en internet por incorporar la relación entre colapso climático y genocidio, entre colonialismo y genocidio. Cuando Greta fue puesta en libertad, Trump, el “artífice de la paz”, la llamó “alborotadora” y le aconsejó ir al médico para “controlar la ira”. Pero ¿es Greta el problema? ¿No deberían ser los espectadores, los que día tras día consienten por omisión que niños exploten o mueran de desnutrición, los que causan estupor? ¿Cómo una reacción de solidaridad ante un genocidio se ha convertido en un “problema” que debería tratar un médico?
Aún estamos a tiempo de dejar, colectivamente, de ser espectadores. No habrá paz si Benjamín Netanyahu y los miembros de su Gobierno no rinden cuentas por sus crímenes y acaban su vida en la cárcel. No habrá paz, no solo para Palestina, sino para el mundo, si el genocidio queda impune. El destino de Palestina depende del tamaño de la presión que los ciudadanos ejerzan sobre sus gobernantes, de su solidaridad activa con el pueblo destrozado. Les debemos una respuesta a los 67.000 asesinados, más de 20.000 de ellos niños, cifras asumidamente subestimadas, porque hay miles más bajo los escombros. Estas estadísticas tampoco incluyen a los 461 muertos de hambre, convertida en arma de guerra por Israel. Les debemos una respuesta al niño gazatí que tendrá que vivir sin una pierna entre los escombros de su tierra y a los 21.000 niños a quienes la máquina del horror israelí ha dejado alguna discapacidad. Seguir consintiendo por omisión nos destruirá a todos.