Por mucho que lo intentes, si hay lago que no puede controlarse en cualquier boda es el tiempo, y fue «impredecible hasta decir basta», ríe Laura: «Llovía tanto que tuvimos que subirnos a una mesa de picnic durante las fotos para evitar que se empaparan los bajos de mi vestido y el pantalón de Andy antes de la ceremonia. La increíble diseñadora y horticultora floral Susannah van der Zaag de Bloem recreó en interiores el prado de flores que habíamos imaginado para la ceremonia al aire libre y quedó espectacular, con hierbas, flores y hiedra locales brotando del suelo y trepando por el cristal de la ventana. Visto ahora, no lo habríamos hecho de otra manera».
Brian, el tío de Laura, ofició la ceremonia, en cuya redacción también colaboró Anna, su madrina: «También incluimos algunas lecturas que significan mucho para nosotros: un soneto de Pablo Neruda elegido por Andy y un fragmento de Ana de las Tejas Verdes, mi libro favorito», cuenta la novia.
La literatura jugó un papel importante en el gran día de la pareja, ya que buscaron una novela para cada invitado, que colocaron en sus asientos con una nota escrita a mano en el interior. «Debimos de saquear todas las librerías de libros usados del área metropolitana de Toronto y nos llevó meses, pero fue una experiencia especial mirar juntos todos esos viejos volúmenes semana tras semana y charlar sobre a quién le podría gustar qué, o qué héroes y heroínas nos recordaban a nuestros amigos y familiares», dice Laura.
La cena de recepción se diseñó para que pareciera «un cómodo capullo», con cuadros que habían pertenecido a la abuela galerista de Laura, Magdeleine, colgados detrás de la mesa principal: «Era como si ella estuviera allí con nosotros en espíritu», dice. Los invitados cenaron productos locales canadienses, como ensalada de melocotón de Ontario, fletán de la isla de Fogo, confit de pato del lago Brome y setas recolectadas en la cercana isla de Tobin. La tarta era de KWENTO: una Guinness de chocolate, crema de mantequilla y caramelo salado, coronada con una cereza para cada invitado.
Para la fiesta, Laura se puso un minivestido rojo de lentejuelas de Ganni y Andy una camisa de Jacquemus: «También me puse unos divertidos accesorios de fiesta: unos pendientes rosas de Simone Rocha con grandes lazos rojos y unos guantes rojos de tul de Maison Margiela«, añade.
Como buen coleccionista de vinilos, Andy pidió a un DJ de Record Collective que se encargara de la música, y los invitados bailaron bajo una bola de discoteca hasta altas horas de la madrugada. «Más tarde, en homenaje a algunas noches muy divertidas pasadas en Bussey Building, en Peckham, traje una increíble banda de música llamada SHOUT! The Band para que desfilara por la pista de baile y tocara por sorpresa para Andy y nuestros invitados», recuerda Laura. Después, todos se trasladaron a una casita iluminada en el bosque, y los amigos se turnaron para encargarse de pinchar.
«Realmente fue el mejor y más loco fin de semana», dice Laura echando la vista atrás. «Nos emocionó muchísimo que todos nuestros seres queridos vinieran desde cerca y desde lejos para celebrarlo con nosotros. Más allá de todo lo que habíamos deseado y planeado, fueron los detalles inesperados, tormentas de lluvia épicas, neumáticos reventados y todo eso, los que hicieron que fuera simplemente perfecto».
Este artículo se publicó originalmente en Vogue.co.uk