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El legendario Gregory Peck estaba tan comprometido con los personajes a los que interpretaba que incluso fue capaz de sacrificar su propia imagen en sus trabajos como actor. Así ocurrió con Jimmy Ringo, el protagonista del western de 1950 ‘El pistolero (Fiebre de sangre)‘ que, para que fuera creíble como una figura legendaria del Oeste, tuvo que dejarse bigote. Y por esto mismo la película terminó siendo un fiasco en taquilla.
El tema es que este bigote era más propio de un vaquero real que de una estrella de Hollywood. De hecho, el propio Spyros Skouras, por aquel entonces presidente de 20th Century Fox, lo vio en el set y no pudo disimular su reacción. Convencido de que Peck era un sex symbol cuya imagen debía protegerse, exigió que se repitieran las escenas sin el bigote.
Sin embargo, tras dos semanas de rodaje, el coste que suponía rehacerlo todo era demasiado elevado, y la producción siguió adelante sin los cambios. Algo de lo que sin duda terminaron arrepintiéndose, porque según Entertainment Weekly, Peck recordó cómo Skouras se refirió a «un bigote de morsa feo» y que, cada vez que se cruzaban, le recordaba cómo «ese bigote me costó millones”.
El bigote lo fastidió todo


En aquellos años, no era raro ver bigotes en la gran pantalla, especialmente en el western. Pero lo habitual era que fueran delgados y estilizados, como los de Errol Flynn o Clark Gable, y el de Peck se salía de ese molde, porque era grueso, tosco y más auténtico. Tanto, que el estudio pensó que esto podía llevar a que el público femenino desconectase de la película.
No obstante, más allá de este debate, lo cierto es que ‘El pistolero’ también pasó injustamente desapercibida, a pesar de ser una de las mejores interpretaciones que nos dejó Gregory Peck y una joya del western. Su personaje es un hombre cansado, perseguido por su pasado, y que busca redención en un mundo que ya no tiene sitio para él.
Además, la película evita caer en los clichés más típicos del género. No hay héroes intachables, ni villanos caricaturescos, ni finales felices, sino que tenemos un retrato sobrio y melancólico de lo que significa ser un mito atrapado en su propia aureola. Y también un filme magnético en el que la tensión no se construye a base de tiroteos, sino de silencios y miradas.
A pesar de su escasa recaudación (que no llegó a los dos millones de dólares), ‘El pistolero’ merece ser reivindicada y no tuvo la culpa de que lo que más se comentase de ella fuera el bigote de su protagonista. Porque siempre ha sido un western estupendo.