Quizá era inevitable que surgiera una artista como Ethel Cain. Mitad estrella del pop, mitad terrorista del drone, Ethel Cain es el icono soñado de una generación que ha podido crecer escuchando lo mismo a Lana Del Rey que a Stars of the Lid. Ella forma parte de esa generación -tiene 27 años- pero posee el talento suficiente para radicalmente re-configurar la imagen -y el sonido- de una pop star. En 2025, es más posible que nunca. Y, aún así, Ethel Cain parece totalmente increíble.
Ethel Cain es igualmente un personaje complicado. Sus comentarios políticos han sido provocadores, como cuando sugirió que se volvieran a poner «de moda los asesinatos a presidentes». Sus críticas a la admiración obsesiva de sus seguidores o a lo que llama la «epidemia de la ironía» han generado debate. ‘Perverts‘, el EP de horror drone que publicó en enero, era un claro intento de dibujar una marcada línea entre Ethel Cain la artista y las expectativas de sus fans.
El asunto ha tomado un giro oscuro este año ante la aparición de unos mensajes racistas que Hayden Anedhonia -así se hace llamar la artista detrás del alias Ethel Cain- publicó hace ocho años. Su respuesta, magistral, era la publicación de una carta de más de 2.000 palabras en Google Docs en la que Cain asumía responsabilidades y pedía perdón, pero en la que denunciaba también el ánimo persecutorio de esos supuestos fans que investigan cada uno de sus pasos con intención de calumniarla y hundirla.
En este escenario llega ‘Willoughby Tucker, I’ll Always Love You’, el segundo álbum de Ethel Cain. El álbum funciona como una precuela de ‘Preacher’s Daughter‘ (2022), ambientado alrededor de 1986, cinco años antes de los eventos del álbum anterior, centrándose en el primer amor (destinado al fracaso) de Ethel con el perturbado Willoughby Tucker. A partir de esta historia, Ethel construye un mundo marcado por la tragedia adolescente, el trauma generacional, la adicción o las dificultades mentales, contextualizándolo en eventos históricos como la «Tormenta de Polvo» de los años 30, la guerra de Vietnam o el asedio de Waco de 1993. Todo ello envuelto en la cinematográfica estética «Southern Gothic» que define su obra.
La exploración de las emociones en ‘Willoughby Tucker, I’ll Always Love You’ es profunda, honesta y, a menudo, inusual. ‘Nettles‘, la balada de folk pastoral que ha servido de carta de presentación, explora la «envidia de género», pero también es el dulce recuerdo de un amor idealizado aunque «espinoso». ‘Fuck Me Eyes‘, inspirada vagamente en ‘Bette Davis Eyes’ de Kim Carnes, analiza la «misoginia interiorizada» a través de la mirada atenta a una compañera de instituto que es sexualizada y deshumanizada por sus compañeros. Sus sintetizadores suenan resplandecientes.
Ambos son los marcados singles de un álbum que vuelve a ser épico en extensión y que alterna dos de las facetas conocidas de Ethel Cain, la de escritora de canciones emocionalmente demoledoras, y la de compositora de ambient que crea películas sonoras porque no puede rodarlas en la vida real (todavía).
Ethel logra dar unidad a ‘Willoughby Tucker, I’ll Always Love You’ gracias a su visión cinematográfica y a la extensión panorámica de sus composiciones. ‘Waco, Texas’, probablemente la canción de amor más bella que ha firmado (qué tremendamente bonitos esos «You know I’d do anything for you / You know it’s true, ‘cause I’ve said it to you») es una odisea de 15 minutos que podrían ser el doble. Incluso cuando la duración parece caprichosa, como en ‘Tempest’, que concluye con unos interminables «forevers», el universo del álbum termina absorbiendo.
El conjunto es sorprendentemente cohesivo a pesar de que el repertorio se compone de canciones escritas hace años. ‘Dust Bowl’, la pieza central, en la que Ethel reflexiona sobre la pérdida de su querido Willoughby, un chico traumatizado por la violencia de su padre, veterano de Vietnam, lleva años filtrada en internet en una de sus primeras versiones. En su grabación definitiva, Ethel entrega una escalofriante balada slowcore que ancla el disco como el corazón emocional de toda la obra, un punto de gravedad al que regresan las demás canciones.
Algunas transiciones son espectaculares. El lamento guitarrero ‘Janie’, que abre el álbum de la forma más desnuda, y que recibe su nombre de la mejor amiga de Cain en esta historia, da paso a la instrumental ‘Willoughby’s Theme’ (aquí hasta el título alude a la banda sonora), que, a través de pianos y de un océano de guitarras shoegaze, conduce hacia una especie de naufragio, a un viaje sin retorno a la oscuridad del disco. Y lo mismo se puede decir de la transición entre ‘Radio Towers’ y la devastadora ‘Tempest’, que se extiende hasta los 10 minutos, como una tormenta que nunca acaba… hasta que lo hace.
La acongojante ‘A Knock at the Door’, que flota sobre guitarras acústicas y reverb como una canción de Grouper, vaticina el destino de Ethel Cain cuando declara que «todo aquello que he amado, lo he amado hasta la muerte». Cada oyente dedicará el tiempo que desee a sumergirse en los personajes, los matices y las conexiones -ya sean evidentes o sugeridas- que habitan en las letras y en la propia música del álbum (por ejemplo, los latidos que se oyen en ‘Radio Towers’). Sin embargo, Hayden tiene razón cuando dice que no hace falta conocer todo el «lore» que rodea su obra para disfrutar de estas canciones. Cualquiera al que le funcione un mínimo el corazón -todavía- se sentirá conmovido.