La muestra madrileña, que se podrá visitar del 10 de abril al 20 de julio, implica dos cambios profundos en la trayectoria de la artista –de nuevo la naturaleza mutante que abraza abiertamente Fàbregas–: por un lado, la introducción de un material que no había usado hasta ahora, el látex, que ha dado lugar a unas texturas mucho más ricas y complejas –“De hecho, el látex ya es una exudación, una supuración de un árbol, así que se me mezclaron los dos mundos: tanto el material como el del imaginario que en ese momento estaba trabajando”, explica–; y, por otro, la ausencia de una de las coordenadas principales de su carrera hasta el momento, el color. Para empezar, la elección del material principal que ha usado en estas últimas piezas fue producto de un fallo. “Estas nuevas texturas surgen de un error durante un proceso de experimentación a principios de 2024: en un momento dado, una de las pelotas que contenía un molde explotó mientras la resina [material que utilizaba entonces] aún se estaba secando. Lo que ocurrió allí fue el punto inicial para toda esa práctica que se está desarrollando. No intenté reproducirlo, pero sí buscar y entender qué pasaba. Empecé a probar con varios materiales y el látex fue con el que más a gusto me sentí, intuitivamente me pareció que era el que más me iba a dar a largo plazo”. El segundo salto al vacío de Fàbregas, el de prescindir del color, ha dado lugar a una paleta de efecto piel que aumenta exponencialmente su componente biomórfico. “El formato monocromático me ha permitido centrarme más en la forma y ha cambiado un poco el proceso en el estudio. Anteriormente, cuando trabajaba con diferentes colores, a veces me costaba mezclarlos en una misma escultura. Y ahora, al desarrollar formas del mismo tono, todas son susceptibles de intercambiarse, conectarse o separarse. Hay un sinfín de posibilidades en relación a la forma. Ahora en el taller están pasando unas cosas, pero sé que cuando vaya al espacio [expositivo] van a suceder muchas otras. La transformación y el cambio siempre han estado implícitos en mi obra”, reflexiona la artista.
Fàbregas en su estudio con camisa y pantalón, ambos de JACQUEMUS; y mocasines Classic Dan Gambling W, de SEBAGO.
La práctica de Fábregas es tan orgánica como cabría esperar viendo el carácter de sus creaciones. “A mí me gusta entender el proceso de crear estas esculturas como que hago respirar los materiales juntos. Estas piezas están hechas de malla elástica, aire y látex, y durante el proceso a veces me siento como una celestina porque en primera instancia estos materiales están separados, pero cuando el látex aún está curándose y empiezo a aplicar y sacar aire, es como hacer inhalar y exhalar a la pieza. Es ahí cuando empiezan a surgir todas esas texturas, arrugas y estrías que son las marcas de la primera respiración de estos materiales juntos, me gusta entenderlo así”. Las obras, que la artista modifica sobre la marcha en su estudio alterando el aire que contienen y el espacio que ocupan, están en permanente desarrollo. Un constante devenir que adquiere otra capa más durante el montaje de la muestra, donde las posibilidades vuelven a multiplicarse de un modo distinto. Sin embargo, este carácter cambiante, lejos de conducir a un cierto caos compositivo, dispara incansablemente la capacidad creativa de Fàbregas. “Realmente la combinatoria es infinita, pero está bien siempre tener una deadline. Alguna vez me han preguntado, ¿cuándo sabes si una escultura o una exposición está terminada? La respuesta es que no lo sabes. De hecho creo que nunca se acaban, porque son los procesos los que te llevan a los sitios. Siempre estás en constante aprendizaje y en constante cambio”. Las esculturas de Fàbregas despiertan y azuzan descaradamente el sentido del tacto, es literalmente imposible no sentir la tentación de tocarlas cuando se está cerca de ellas, como si la mirada necesitara constatar que no se trata de seres vivientes, que aquellas figuras son, contra todo pronóstico, inanimadas. Una sensación también compartida de alguna manera por la propia artista: “Para mí son cuerpos vivos y un cuerpo vivo es un cuerpo cambiante. Yo tengo las membranas que lo contienen, pero la masa interior –el aire– son las vísceras de las esculturas. Si se transforma, el exterior también muta. He trabajado con las esculturas más hinchadas en los últimos años y seguramente en Matadero vamos a encontrar cuerpos con más arrugas y pliegues”, adelanta. Esa textura tan particular que tiene la serie que ahora expone la barcelonesa invita a la conexión con el espectador. Los elementos que las forman no son incorruptibles, no se sitúan en un lugar platónico e inaccesible, sino que tienen fallas, costuras y cicatrices y, por tanto, es posible reconocerse en ellos. “La mayoría de los materiales con los que trabajo son maleables, elásticos y fluidos y esas cualidades determinan cómo colaboro con ellos. Yo entiendo los materiales blandos como sensibles porque son capaces de dejarse impregnar por su entorno y, en ese sentido, creo que tienen una gran capacidad empática, en constante escucha”, confirma Fàbregas sobre el efecto de conexión instantánea que provocan sus piezas. Y añade: “Mi trabajo se desarrolla en el campo del cuerpo, la materia, los sentidos y los afectos más que en el de la representación o la intelectualidad y, en ese sentido, el discurso no es lineal ni rígido, sino más bien blando y escurridizo, es un discurso lleno de pliegues y de fluctuaciones”. Y termina afirmando: “Mi práctica está más cerca de proponer otras maneras de acercarnos y experienciar el mundo».