Expediente Warren El último rito (2025) crítica


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Hace doce años —de verdad que el tiempo está pasando a una velocidad absurda—, y tras demostrar su valía con la rompedora ‘Saw’ o con títulos de la talla de ‘Insidious’ o la infravalorada ‘Silencio desde el mal’, James Wan puso la primera piedra de uno de los grandes fenómenos del cine de terror del siglo XXI con una ‘Expediente Warren’ que revitalizó el subgénero paranormal aunando clasicismo con un notable espíritu renovador tanto en lo técnico como en lo narrativo.

Como no podía ser menos, el éxito comercial del largometraje derivó en una explotación sin tregua por parte del estudio responsable que, desde entonces, nos ha dejado tres cintas de la línea principal, tres spin-off de Annabelle, dos de la Monja y una cinta centrada en la figura de la Llorona que, siendo honestos, sería mejor pasar por alto.

Tal y como cabe esperar de una franquicia tan nutrida en la que los altibajos han estado a la orden del día, pese al aceptable nivel en términos generales, tarde o temprano debía tocar a su fin. El problema es que, cuando los máximos responsables han decidido dar cierre a las aventuras de Ed y Lorraine con ‘Expediente Warren: El último rito’, la fórmula ya estaba demasiado quemada y el resultado ha acabado asemejándose a un espectáculo de fuegos artificiales con la pólvora mojada.

Susto o muerte

Una de las mayores incógnitas que me ha generado ‘El último rito’ es el público al que va dirigido. No entiendo muy bien la demografía de esta cuarta parte, aunque la lógica invita a partir de la base de que el target principal son los fans más fieles que quieren dar una despedida en condiciones a Vera Farmiga y Patrick Wilson —que, por cierto, vuelven a ser con creces lo mejor del largo— más de una década después de la toma de contacto con sus encantadores personajes.

De ser así, la nueva ‘The Conjuring’ no funciona por un motivo concreto: los parroquianos que hemos entregado nuestros nervios a la saga hemos llegado curados de espanto y estamos prácticamente inmunizados a la retahíla de recursos para asustarnos que ha utilizado el director Michael Chaves, que sigue sin estar a la altura de lo que hizo Wan pese a haber hecho callo con ‘Obligado por el demonio’ y la mencionada ‘La llorona’.

Me veo obligado a confesar que, en mi caso, ni uno solo de los múltiples y descafeinados jumpscares consiguió hacerme tan siquiera pestañear, antojándose tremendamente previsibles, telegrafiados y con trucos de puesta en escena y montaje entre lo ajado —esos rostros fantasmagóricos son de juzgado de guardia—, lo reciclado y lo perezoso. Una especie de greatest hits del Warrenverso sin el genio original.

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Desgraciadamente, esto no ayuda a maquillar el gran problema de ‘El último rito’: tener un metraje de dos horas y veinte minutos con una cadencia ciertamente aburrida y lastrado por una estructura que intercala el drama familiar con exceso de almíbar y el típico caso paranormal marca de la casa con cierto desequilibrio. Esto, a priori, no debería suponer un problema, pero cuando parece que el primer acto dura 120 minutos y que todo confluye en los últimos veinte minutos, es sinónimo de que algo falla. 

Es, precisamente, este tramo de cierre el que termina salvando los muebles con un tercer acto de lo más solvente. El clímax del filme es intenso, es espectacular y está resuelto con brío y una buena mano en cuanto a edición y puesta en escena que parece ausente durante el resto de la proyección, pero para llegar hasta este momento hay que realizar un sacrificio lo suficientemente exigente como para impedir que la traca final se disfrute plenamente. 

Si ‘El último rito’ puede hacerse dura para alguien que, como un servidor, puede considerarse aficionado al género en general y a las peripecias de los Warren en particular, el espectador que sólo aspire a pegarse unos cuantos sustos y pasar un rato entretenido entre amigos, podría acabar ligeramente decepcionado. Pero de todo hay que sacar algo positivo, y es que todo apunta que dejarán descansar a la pareja de parapsicólogos durante una temporada.

Por supuesto, el relevo generacional está acechando desde el horizonte, pero la enseñanza queda clara en lo que alude a lo estrictamente creativo —porque en lo económico ‘The Conjuring’ sigue siendo un plan sin fisuras—: hay que saber cuándo parar

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