‘Extraño río’ (2025), crítica | Reivindica el arte y la poesía narrativa como acto de valentía hacia la industria. Me he aburrido como una ostra viéndola

Nadie es feliz del todo cuando es adolescente. Creemos que sí, porque hemos idealizado una época en la que éramos más jóvenes, pero es una época de dudas continuas, riesgos innecesarios, jeroglíficos mentales y preguntas imposibles de responderte a ti mismo. Muchos directores de cine han intentado, a lo largo de las décadas, plasmar lo que significa estar en ese momento exacto entre la niñez y la madurez, esos primeros amores no correspondidos y ese realismo mágico constante e inconsciente que se convertirá en el futuro en una bruma llena de recuerdos. Y muy pocos lo han conseguido igual que la flecha certera de ‘Extraño río’.

Río por no llorar

Tengo que ser honesto antes de empezar: no he entrado en la propuesta de Jaume Claret, pero al mismo tiempo me veo en la obligación de aclarar que es un problema exclusivamente mío. Realmente, la dirección de ‘Extraño río’ es estupenda, y marca uno de los debuts españoles más impresionantes de los últimos años en cuanto a composición de planos, montaje y, en general, el entendimiento del cine como motor artístico que va más allá del mero entretenimiento. Pero igual que hay cuadros magníficos que no resuenan contigo, la película me ha dejado extrañamente frío.

Quizá sea porque ‘Extraño río’ es una película muy festivalera, pensada por y para los cinéfilos más clásicos y -por qué no decirlo- elitistas. Alejada casi por completo de una narrativa convencional, la cinta se rinde al poder de los sentimientos, embargando al espectador con la singular sensación de ser un adolescente de 16 años de vacaciones forzadas con tus padres, cuando lo que querrías es estar besándote con el chico que te gusta. Para ello, Claret se aleja todo lo que puede de los convencionalismos, especialmente al entrar en un tercer acto que se rinde del todo a la fantasía teen más onírica posible.

Hay quien la ha comprado con ‘Call me by your name’, pero yo diría que se parece más a las cintas VHS que grababan tus padres de vacaciones donde nadie quería realmente estar ahí. De hecho, el director, con la adolescencia aún cercana pero una madurez bien instalada en su cabeza, sabe encontrar ese punto justo de amor y ternura paternal mezclado con el cringe y el rechazo natural a hablar de ciertas cosas (besos, amores, sexo) con ellos, encontrando un punto perfecto tan adorable como desesperante. Que te pillen haciéndote una paja y se lo tomen a broma porque son padres modernos, vaya.

Más paja que grano

Solo hay dos maneras de afrontar ‘Extraño río’. Puedes sumergirte hasta el fondo en su belleza pictórica, su poesía visual, sus largos y bellos planos (nadie ha mostrado el mar con el encanto y la dureza de esta película) y su representación de esa mezcla de pureza y cachondez continua que nos asola cuando tenemos 16 años… O quedarte en la orilla, preguntándote por qué su abrumador arte escénico y una dirección muy consciente de lo rompedora que resulta en tiempos de pura obviedad fílmica te resultan tan ajenos, tan poco atrayentes, como ecos de una cinta que te podría haber llegado a apasionar.

Lo cierto es que, aún entendiendo y apreciando ‘Extraño río’, creo que para apreciarla correctamente debes pasar un momento vital concreto. Quizá hace veinte años hubiera salido emocionado y a lágrima viva, pero hoy por hoy, asistiendo impertérrito a una masturbación de cuatro minutos fundida con el agua del río como metafórico clímax, me hundí de manera inevitable en la butaca. Es bello a su manera, sé lo que quiere hacer, lo aprecio, pero no consigue epatarme. Y pocas cosas dan más rabia que saber que algo es bueno pero distar mucho de ser su público objetivo.

Como ejemplo de lo que está por venir en el cine de autor español, ‘Extraño río’ es emocionante, única y prepara un futuro esperanzador para una industria que no se rinde. Alejada del modelo ESCAC (¡por fin!) y envuelta con una sorprendente libertad narrativa, la película es imprescindible para los amantes del cine-arte, la dirección autoral y las proyecciones festivaleras. Me hubiera gustado disfrutarla más, pero me es imposible no recomendarla, sobre todo como acto de valentía poético ante un panorama casi desolador. Y si para ello hay que aguantar planos literalmente masturbatorios, que así sea.

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