Es tan obvia la broma de Amaia tocando ‘Magia en Benidorm’ en Benidorm que ni la propia Romero da a esta canción un trato especial en su concierto del domingo. La estructura de la gira de ‘Si abro los ojos no es real‘ se sigue a rajatabla: Amaia intercala las canciones del álbum con otras de discos pasados y, puntualmente, comparte con el público algunas de sus habituales, graciosas y espontáneas observaciones. Esta vez advirtió de que iba a sudar mucho -el domingo en Benidorm hacía calor-, contó que pasaba de hacer bises porque le parecen una «gilipollez» y compartió que pensaba que se le había corrido la raya del ojo, pero que al final resultó que no.
En contraste con la naturalidad de Amaia, el virtuosismo musical de las canciones de ‘Si abro los ojos no es real’ sobresale en directo, sobre todo cuando Romero aporrea el piano en ‘C’est la vie’ o cuando versiona ‘Me pongo colorada’ de Papa Levante en clave clásica en ese mismo instrumento. No contenta con regalar melodías tan sumamente preciosas como la de ‘Auxiliar’, Amaia canta ‘Ya está’ al arpa. Esta vez no se decide entre pedir silencio al público o no. Al final lo sugiere de otra manera, invitando a la audiencia a «reflexionar» mientras interpreta esta canción dedicada a su madre.
Entre números más saltarines y divertidos como el de ‘M.A.P.S.’, y las ya conocidas coreografías de Amaia vistas en la gira, destaca el control vocal de la navarra, notable en su interpretación de ‘Santos que yo te pinte’ de Los Planetas, y el cierre con ‘Tengo un pensamiento’ demuestra que esta puede ser su canción insignia, la que la representa al completo. Es un acierto que el arreglo de directo incluya la marcha de la versión de La Revuelta, llevando al público a aquel icónico momento.

Durante un momento del concierto de Lori Meyers en el Low, el cantante Noni alucina con que el público siga cantando efusivamente el estribillo de ‘Luces de neón’ incluso después de que el grupo haya terminado de tocarla. «Es la primera vez que pasa», afirma. Cuesta creerlo, pero su emoción es visible, tanto que Noni se entrega por completo al público. «Estoy a vuestra disposición», asegura poniendo el micro de cara a la audiencia. Esta conexión entre grupo y audiencia convierte el directo de Lori Meyers en canónico de un festival como Low, al que el público acude dispuesto a emocionarse, apoyándose en unas canciones, como ‘Emborracharme’, que ya son enormes.
La banda, con sus seis integrantes alineados sobre el escenario, posicionados detrás de una fila de cuatro pantallas rectangulares, demuestra sobre la tarima la vigencia de himnos colectivos como ‘Siempre sale el sol’ o ‘Mi realidad’, y también su habilidad para construir un repertorio de directo muy ágil en su elegante exploración de diferentes estilos musicales como la música disco (‘El tiempo pasará’), el jangle pop (‘Luciérnagas y mariposas’) o el pop 60s (‘¿Aha han vuelto?’). Precisamente las canciones de Lori Meyers contienen una elegancia evidente incluso para el curioso que no escucha su música asiduamente. Eso direncia a los Lori incluso tantos años después de su debut.

En una industria dominada por la nostalgia, propuestas como la de rusowsky nos recuerdan exactamente en qué año estamos. La innovación de Ruslán Mediavilla -o de su colega Ralphie Choo- ya no es que mezcle o fusione géneros, o que salte de un estilo a otro dentro de una misma canción, pues ese truco ya lo conocemos, sino que su música borre completamente toda frontera y sea el producto inevitable de una conciencia musical sobreinformada gracias a internet, pero, ojo, cultivada también en conservatorio. rusowsky parte de la Academia para romper con todo.
‘DAISY‘, el disco que presenta en el Low, es una obra definitiva del pop de nuestra época. A nadie le puede extrañar a estas alturas que el show de rusowsky pase del trap agresivo de Travis Scott en su introducción, a un sample de Las Ketchup inmediatamente a continuación, a la ternura de ‘Sophia’, al ambient de ‘pikito’, incluyendo la extracción de distintos ritmos de la música latina, del merengue a la bachata pasando por el dancehall y el reggaeton, en todos casos sujetos a la continua mutación en vivo. En directo, las canciones parecen más líquidas incluso que en disco.
rusowsky, que aparece sobre el escenario vestido de chándal, trae un sonido inmensamente superior al que vi hace años en su concierto en otro festival, notable en las percusiones de ‘Pink + Pink’ con Ravyn Lenae o la industrial ‘sukkKK!!!’ con La Zowi, pero él sigue sin ser el frontman platónico. Sobre el escenario, más bien, parece un productor supervisando la grabación de su disco, y sus interacciones con el público son tan tímidas que, en alguna ocasión, las transiciones entre canción y canción se llenan de silencios incómodos -incluso al principio del concierto- que contrastan con la chulería e imaginación contenida en sus canciones.
Aún así, el show de rusowsky en el Low se puede considerar una consolidación absoluta, sobre todo después del estreno de su Tiny Desk. El público canta como loco el merengazo de ‘malibU’, una fan es grabada llorando con ‘Bby Romeo’, y la euforia colectiva es inevitable en ‘Dolores’, la canción «más divertida» del set, aunque el mismo rusowsky no necesitaba subrayarlo. El show más actual del Low a nivel musical, en directo la imaginación de las producciones de ‘DAISY’ brilla en todo su esplendor.

Tienta afirmar que al menos una vez en la vida es obligado asistir a un concierto de Fangoria, como mínimo, porque todo fan del pop debe poder decir que ha presenciado en directo una interpretación del verdadero himno de España, ‘A quién le importa’. Antes, el repertorio es una sucesión de éxitos icónicos solo al alcance de un grupo cuya trayectoria abarca décadas y que ha sabido adaptarse a las tendencias de los nuevos tiempos. Simplemente hay que lamentar que las remezclas elegidas por Fangoria para presentar sus canciones antiguas se parezcan menos a la sutileza de ‘Electricistas’, y más al sonido de aquel David Guetta que reivindicaban hace años. Es tan verdad que el directo de Fangoria es divertidísimo, como que la zapatilla EDM que ahora reviste ‘Ni tú ni nadie’ o ‘Perlas ensangrentadas’ es chabacana a más no poder.
El concierto, al menos, se sostiene absolutamente y sin ningún tipo de duda en el star power de Alaska -que lleva pelo cardado y maquillaje glam de estilo años 80- y, sobre todo, en los estribillazos que Fangoria y Alaska y Dinamara han escrito a lo largo de los años. Desde luego no se apoya en una puesta en escena modesta, en la que el cuerpo de baile intenta más o menos aportar un mínimo de ritmo visual.
Durante el intermedio y mientras Alaska cambia de vestuario, la saxofonista Tavi Gallart se cubre de gloria tocando las melodías de ‘Rolling in the Deep’ de Adele, ‘Back to Black’ de Amy Winehouse y ‘Titanium’ de Guetta y Sia, y el público la acompaña cantando efusivamente las letras. Es un segmento extraño, complaciente con el público, pero que no pega nada.
Sobre todo porque el show de Fangoria se aferra principalmente al tecnazo y al dance dosmilero, notable en las nuevas versiones de ‘Electricistas’ y ‘No sé qué me das’ o en la versión original de ‘Un poco todo’, uno de los puntos flojos del repertorio. Suenan fieles a las grabaciones originales ‘Rey del glam’ o ‘Geometría sentimental’ y, aunque se agradece que Alaska y Canut se molesten en actualizar arreglos de canciones viejas, tanta tralla EDM y 90s house, y tan sumamente evidente, termina empachando. Eso sí, ‘Dramas y comedias’ no la tocan: qué pecado habría sido ese.