Felicidad y placer: por qué no son lo mismo (y cómo diferenciarlo puede cambiar tu vida)

Felicidad y placer: por qué no son lo mismo

Todo lo que nos rodea nos empuja a buscar sensaciones rápidas: una compra online que llega en dos horas, una story que recibe cien reacciones en minutos, un plan improvisado que nos hace olvidar el tedio de la rutina. Vivimos instalados en el placer inmediato, y esa dopamina constante nos da subidones… pero también nos vacía. El sociólogo Zygmunt Bauman lo explicaba con lucidez: en la modernidad líquida, nada es duradero y todo es desechable. Ese enfoque no solo afecta a las relaciones o al consumo; también nos afecta emocionalmente. Confundimos la intensidad con la plenitud. Confundimos placer con felicidad, ¿y cómo nos afecta todo esto?

El placer es instantáneo. La felicidad es profunda

El doctor Robert Lustig, endocrinólogo y profesor de la Universidad de California, lo explica de manera magistral en su libro The Hacking of the American Mind. El placer y la felicidad no solo son distintos; además, funcionan mediante circuitos cerebrales diferentes. El placer activa la dopamina, la hormona del deseo y la recompensa inmediata. Es efímera, adictiva y, si no se regula, conduce al vacío y la fatiga emocional. La felicidad, en cambio, tiene que ver con la serotonina, un neurotransmisor vinculado al bienestar sostenido, la calma y el propósito. Lustig va más allá: en una sociedad saturada de mensajes publicitarios que prometen satisfacción instantánea, es fácil caer en la trampa y perseguir estímulos que solo generan dependencia.

Adictos al subidón: la trampa de la dopamina

Lustig afirma que la sociedad contemporánea nos ha vuelto adictos a la dopamina: pantallas, redes sociales, likes, compras compulsivas. Cada estímulo nos da un subidón, pero nos deja más hambrientos después. “El placer es pasajero y requiere cada vez más para sentir lo mismo. La felicidad es duradera y no necesita excesos”, escribe Lustig. La psicóloga Anna Lembke, autora de Dopamine Nation, alerta: “Vivimos en un entorno de abundancia artificial donde la dopamina está sobreestimulada. Esto lleva al agotamiento, la insatisfacción y, a menudo, a la tristeza profunda”.

¿Qué nos ocurre cuando confundimos placer con felicidad?

Cuando vivimos en búsqueda constante de placer, dejamos de tolerar el aburrimiento, el vacío o el silencio. Pero es precisamente en esos espacios donde surge la verdadera reflexión y la capacidad de conectar con nosotros mismos. Barry Schwartz, autor de La paradoja de la elección, lo resume así: “Más opciones no nos hacen más felices; nos paralizan. La felicidad surge cuando aceptamos límites y nos enfocamos en lo esencial”.

La cultura de lo efímero nos obliga a mantenernos hiperestimulados. Y cuando no hay estímulo, aparece la ansiedad. Lo vemos en la necesidad constante de revisar el móvil, en la dificultad para sostener una conversación sin interrupciones, en el miedo a perdernos algo. La psicóloga Silvia Congost advierte: “Estamos sobreestimulados y, a la vez, emocionalmente desconectados. Confundimos intensidad con bienestar y eso nos agota”. En un estudio publicado en Frontiers in Psychology (2022), se demostró que el uso excesivo de redes sociales está directamente relacionado con niveles elevados de ansiedad y un menor bienestar subjetivo.

La felicidad se construye en el día a día

La felicidad no llega con un golpe de suerte ni con un subidón puntual. Se construye cada día, con hábitos que nos conectan con lo que realmente importa. Dormir bien, cuidar de nuestro cuerpo, dar las gracias por lo que tenemos, poner límites, desconectar del ruido externo. Como explica Sonja Lyubomirsky en La ciencia de la felicidad, el 40% de nuestro bienestar depende de nuestros hábitos cotidianos. La autora detalla que pequeñas acciones diarias como agradecer, meditar, evitar comparaciones y establecer objetivos realistas producen cambios medibles y sostenibles en el bienestar.

La calma como meta revolucionaria

En un mundo que celebra el exceso y la inmediatez, encontrar placer en la calma y en lo sencillo es casi un acto contracultural. La filósofa francesa Frédéric Lenoir, en su libro La felicidad, un asunto serio, escribe: “La felicidad auténtica surge cuando dejamos de buscar afuera y empezamos a cultivar dentro”. En la misma línea, el monje budista Matthieu Ricard –conocido como “el hombre más feliz del mundo” tras estudios neurocientíficos sobre su cerebro– afirma que “la felicidad es un estado mental que se entrena, no un estado que se persigue”.

Las claves neurobiológicas para vivir mejor

La neurociencia respalda esta idea. Estudios realizados en la Universidad de Harvard, a través del famoso Harvard Study of Adult Development, revelan que las relaciones profundas y sostenidas son el principal predictor de la felicidad. No la riqueza, ni la fama, ni el éxito profesional. La calidad de nuestras conexiones emocionales es lo que nos protege frente a la soledad y el vacío. ¿Hay luz al final del túnel? El mismo estudio indica que sí y facilita unas pautas que se pueden practicar desde ya.

Consejos para distinguir placer y felicidad (y vivir mejor)

  • Aprende a detectar si buscas estímulo o bienestar. Antes de hacer scroll, pregúntate: ¿lo necesito o solo quiero distraerme?
  • Practica momentos de silencio diario. La felicidad nace en la pausa.
  • Cuida tus relaciones profundas. La dopamina vive en la cantidad; la serotonina, en la calidad.
  • Busca actividades que aporten propósito: voluntariado, proyectos creativos, aprendizaje.
  • Celebra lo sencillo. La felicidad no es grandilocuente; es discreta y cotidiana.
  • Evita el multitasking constante. La atención plena mejora la serenidad.
  • Establece límites con la tecnología. Desconectar es necesario para reconectar.

Conclusión: el placer excita, la felicidad llena

En palabras del escritor Matthieu Ricard: “La felicidad es un estado mental que se cultiva; el placer es un destello fugaz”. Si quieres profundizar en cómo encontrar calma y equilibrio. Al final, la plenitud no es cuestión de buscar sin parar, sino de aprender a estar. La felicidad, como la calma, no llega a golpe de notificación: se construye en los espacios donde reina el silencio y la presencia.

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