Uno de los mayores temores que tenemos la mayoría de las personas es al fracaso. Bien sea de índole personal o profesional, tan sólo imaginar en que las cosas no salieran cómo planeábamos, nos causa tal frustración que a veces ni siquiera lo intentamos. Si lo pensamos con detenimiento parece el colmo de lo absurdo, porque el futuro es tan incierto como cambiante, y no hay más que echar un vistazo a la última década para darnos cuenta de ello.
Como explica el empresario Ramón Blanco Duelo en su libro ‘Fracasar para avanzar’ (Ed. Sine Qua Non), nos engañamos a nosotros mismos cuando hacemos planes y esperamos que el mundo luego se acople a ellos como un guante. “El horizonte es mucho más amplio de lo que pensamos. Hay que estar preparado para un infinito mundo de posibilidades, no solo para el escenario que hemos dibujado en nuestra cabeza, o en nuestra hoja de Excel. El futuro no se adivina, se ‘gestiona’”.
La psicóloga Olga Albaladejo, hace hincapié en que no debemos ver el fracaso como lo contrario del éxito, sino parte natural del proceso. “Nos obliga a parar, revisar, tomar decisiones más conscientes y reconectar con lo que importa. Bien abordado, se convierte en una fuente poderosa de autoconocimiento y aprendizaje”, y reflexiona sobre la cantidad de personas que transforman su vida a raíz de una crisis personal, profesional o de salud. “Los estudios sobre crecimiento postraumático (Tedeschi & Calhoun, 2004) demuestran que, tras experiencias difíciles, es posible desarrollar fortalezas personales, vínculos más auténticos y una nueva perspectiva vital. El fracaso, cuando se digiere con sentido, actúa como una brújula: nos redirige, nos despierta y nos alinea con lo esencial”.
Riesgo y fracaso: dos caras de una misma moneda
Pero el miedo a “fallar” conlleva un precio más allá de lo evidente. Para Blanco, en un país cuyos ciudadanos no asumen riesgos y no montan empresas, no avanza económicamente, y señala que es fundamental aprender a fracasar. Sin embargo, en España somos especialmente conservadores a la hora de lanzarnos a montar una empresa y en gran parte se debe a ese miedo a que las cosas no salgan como esperamos. “Somos el país número 15 en Producto Interior Bruto a nivel mundial y el 98 en actitud hacia el riesgo. Tenemos un 130% del Producto Interior Bruto en depósitos frente al 60% de Dinamarca. El 74% de los españoles opina que su vida va a ser mejor trabajando para el Estado, que para el sector privado”, arguye el autor, quien también hace referencia a ese sutil 27% de jóvenes que considera la posibilidad de emprender, frente al 60% de Estados Unidos.
Esta incapacidad para encajar adecuadamente el fracaso viene de haber aprendido que nuestro valor depende de los resultados que conseguimos, no de quiénes somos, señala Albaladejo, y porque vivimos en una cultura que sobreexpone la imagen del éxito —sobre todo en redes sociales— y silencia el proceso que hay detrás. “Encajar el fracaso requiere ir más allá de esa mirada externa. Significa aprender a valorarnos incluso cuando algo no sale como esperábamos. Y entender que cada caída forma parte del camino y que no es una prueba de ‘lo malos’ que somos”.
Aprendiendo del fracaso para avanzar
“Creo que a medida que fracasamos a lo largo de la vida vamos aprendiendo. A medida que acumulamos experiencias vamos fracasando menos. Primero porque aprendemos del pasado, y segundo porque somos capaces de adaptar mejor nuestras expectativas a la realidad”, arguye Ramón Blanco, quien a lo largo de su libro, recorre varios casos de éxitos (y de fracasos), de la mano de grandes empresarios. De todos ellos, destaca dos enseñanzas clave a la hora de emprender, que nos ayudarán a encajar mejor la derrota: