Ignorando la firme oposición de su propio campo político y del resto de partidos consultados, Emmanuel Macron volvió a nombrar este viernes a Sébastien Lecornu como primer ministro cuatro días después de que dimitiera. El inquilino de Matignon, cuyo último ejecutivo duró apenas 14 horas, vuelve con la delicada misión de nombrar un Gobierno para el lunes. Solo así podrá presentar los Presupuestos dentro de los plazos establecidos por la Constitución francesa.
La temeraria decisión de Macron de confiar de nuevo en su hombre más fiel no solo refleja su creciente soledad, sino también su incapacidad de entender que lo que reclaman tanto los partidos como la ciudadanía es un corte definitivo con el macronismo. El presidente francés, responsable de sumir el país en una de las crisis institucionales más graves de su historia reciente al disolver el Parlamento en junio de 2024, vuelve a dejar en evidencia su férrea negativa a una cohabitación pese a que la izquierda resultó ganadora de aquellos comicios.
Al dirigente que llegó con la promesa de regenerar la política francesa y que hoy alcanza niveles récord de impopularidad, poco parece importarle el abismo al que ha llevado el régimen de la V República: Lecornu es ya el cuarto primer ministro en poco más de un año y el octavo desde que Macron accedió al poder en 2017. Una inestabilidad que no hace más que allanar el camino al discurso antisistema de la extrema derecha.
La preceptiva aprobación de los Presupuestos no será fácil en un Parlamento sin mayorías, lo cual deja abierta la posibilidad de una nueva disolución. El regreso de Lecornu agrava la crisis en la coalición que ha sostenido los últimos tres gobiernos —Los Republicanos ya han anunciado que no participarán en el cuarto— y consolida la desconfianza absoluta del Partido Socialista, que censurará al Ejecutivo si no suspende la reforma de las pensiones. A esto se suman las amenazas del Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen —que pide la convocatoria de elecciones legislativas— y la Francia Insumisa de Mélenchon, que exige la dimisión de Macron y unas presidenciales anticipadas. Ambos están dispuestos a tumbar al Gobierno con nuevas mociones de censura.
La aprobación del proyecto presupuestario antes del plazo límite del 31 de diciembre es una premisa fundamental para que la crisis institucional no se convierta también en una crisis económica y financiera. Con un déficit público del 5,8% del PIB en 2024 —este año está previsto que se sitúe en el 5,4%, muy por encima del límite del 3% fijado por la Unión Europea— y una deuda que ascendía a 114% del PIB al cierre del primer semestre de 2025, la segunda economía de la UE ha pasado de encarnar la solvencia económica a convertirse en el tercer país más endeudado de la zona euro, por detrás de Grecia e Italia.
La crisis institucional y financiera no solo debilita a Francia, también pone en riesgo la cohesión del proyecto europeo. La solidez del nuevo Gobierno es fundamental en el contexto actual de auge de los partidos de extrema derecha en una Europa ya de por sí debilitada por la consolidación de gobiernos ultras como el de Giorgia Meloni en Italia, o el de Viktor Orbán en Hungría. El Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen, favorito en las encuestas, lleva meses instrumentalizando la inestabilidad política que atraviesa el país y el sentimiento de desposesión democrática extendido entre la ciudadanía. La caída del país de las luces en manos de la extrema derecha tendría consecuencias cualitativamente distintas a las de otros países. Francia es, junto con Alemania, el pilar sobre el que se ha construido cada avance decisivo de la integración europea. Su peso en las instituciones comunitarias, su capacidad de veto en política exterior y su condición de potencia nuclear la convierten en un miembro clave de la UE. Una Francia en manos de la extrema derecha no sería una pieza más del tablero ultra europeo, sino un golpe al proyecto europeo de consecuencias imprevisibles.
El RN es un partido que ha coqueteado con la idea de abandonar la Unión, que rechaza las instituciones supranacionales y aboga por una Europa de naciones soberanas, y cuyo aspirante a primer ministro, Jordan Bardella, lidera el grupo ultra Patriotas por Europa en el Parlamento Europeo. Su acceso al poder lo convertiría en un agente de bloqueo desde dentro. Esto ocurriría, además, en un momento crítico: cuando Europa necesita unirse para influir en las negociaciones sobre Gaza impulsadas por Trump y para frenar la agresión rusa. En un contexto de creciente erosión del orden internacional liberal, la UE no puede permitirse que la crisis francesa paralice su capacidad de actuar como garante de los valores democráticos.