La historia del pop está llena de discos que la crítica no reconoció en su momento y al final se convirtieron en obras de culto. Ahí están ‘Palabra de mujer’ de Mónica Naranjo o ‘El viaje de Copperpot’ de La Oreja de Van Gogh. También hay otros que no vendieron un millón de copias, más bien se quedaron en 5.000, y aun así, marcaron de manera determinante, como el debut de Astrud, que recientemente aparecía muy bien posicionado en una selección histórica de El País (aunque su segundo disco era mucho mejor).
¿Qué lugar ocupa ‘Superestar’ de la artista antes y siempre conocida como Tamara? Desde luego su impacto comercial no se parece en nada al primer grupo, por mucho que el personaje se colara en las cocinas de todos los españoles, entre otras cosas porque el álbum se retiró enseguida del mercado por problemas legales en el uso del nombre artístico. Sus canciones nunca serán cantadas en grandes estadios por las masas como las de Estopa o Camela: ‘No cambié’ ni siquiera aparecía en tal álbum.
Respecto a lo segundo, tampoco es que el disco haya sido citado por nuevos artistas del tipo Amaia, ni mucho menos Martin, como sí ha pasado con los proyectos de Genís Segarra, pero el fenómeno puede parecerse un poco más. Ojete Calor y Ladilla Rusa han podido terminar llenando ciertos espacios gracias a gente como Tamara, pues ella misma al fin y al cabo ha encontrado su lugar en eventos del tipo Horteralia.
Cuán cómoda está María del Mar Cuena Seisdedos en un lugar que lleva la palabra «hortera» por bandera, es un misterio. En algún momento de la posmodernidad, empezó a ser obligatorio que una artista de pop se riera de sí misma -no tanto los masculinos-, y Tamara nunca ha podido traspasar esa frontera. En 2 horas de entrevista-masaje en el podcast Puedo hablar en 2022, se habló mucho de salud mental -era muy necesario-, también de acoso mediático y con razón -aunque Tamara nunca hizo demasiado por esquivarlo-, muy poquito de música -ni una sola anécdota sobre la creación de este disco-, y nada de humor.
A la espera de que Yurena termine de reeditar esta obra, cuyo máster al menos ha terminado en su poder, una nueva visita a ‘Superestar’ con motivo de la inigualable serie de Nacho Vigalondo sigue sin despejar las dudas. El disco nunca es tan delirante como el sobresaliente ‘Rockstation’ de McNamara, con el que comparte créditos. Pero desde luego tiene aún menos que ver con los discos de televisivos como Jesulín de Ubrique o Jesús Vázquez. La duda ofende.
‘Superestar’ es un álbum sobre la fama y el qué dirán que bebe de la discografía de Raphael y de las letras al respecto de Manuel Alejandro, solo que con unas influencias más «new romantic». Tamara creció escuchando obsesivamente a Culture Club, Duran Duran, Spandau Ballet, Alphabeat… e incluso décadas después ha reconocido que esa es la música que continúa oyendo. Bajo la producción de Spunky -famoso corista de Fangoria y artista de pop y electrónica en solitario-, se sumerge en los sonidos dance de finales de los 90, a menudo con un poso synth-pop. El resultado ha envejecido ni más ni menos que igual que el grueso del álbum que Fangoria publicaron el mismo 2001: ‘Naturaleza muerta’.
La mejor canción aquí, por mucho, es ‘Tú vas a ser mi hombre’. Luis Miguélez y Juan Tormento, vinculados a McNamara y a los últimos Dinarama, exprimieron al máximo la estética glam del personaje para llevarlo a las guitarras de los años 70. El musical final es el clímax de la carrera de Tamara: la guitarra con que Miguélez lo grabó debería estar en un museo. El anhelo tamaño «Un hombre de verdad» de la letra tiene correspondencia con otras narrativas del álbum en las que la cantante persigue al objeto deseado de manera «creepy», entre el cringe y lo entrañable. Es el caso de ‘La pesada’, que contiene frases como «hoy te he visto en traje de baño, eres el hombre del año», «solo te persigo porque sé que estás cañón» o «yo quiero estar donde estás tú».
En ‘Amor caníbal’, escrita por Carlos Berlanga y Nacho Canut, se adelanta a la moda Dahmer, con un par de amantes muertos troceados en la nevera. «No sé cómo ni cuándo te veré, y ni siquiera si un día volveré a tocarte, a dorarte en el horno de mi pasión / Gratinarte, rebozarte en el horno de mi pasión», dice el estribillo. Los autores de ‘La funcionaria asesina’ y ‘Egeo’ volvían a escribir juntos.
La segunda mejor canción sí es la recordada ‘A por ti’. Extraída de un álbum perdido anterior de Tamara y de autoría indefinida («Derechos reservados», se indica en ese CD que vale cientos de euros en el mercado negro), es la que mayor dinamismo presenta entre beats, estrofas, estribillos y puentes, frente a otras canciones del álbum que en algunas partes suenan más desangeladas. La producción tipo house, la calma con la que se repite la única frase del estribillo, su cadencia inocentona pero picante y el outro spoken word -obviamente, lo que mejor va con su voz- continúan funcionando 25 años después. No era tan fácil de conseguir.
También funcionó a Miguélez y Tormento el single ‘Tiembla Tamara’, de nuevo con un gran equilibrio entre glam y synth-pop y la frase que mejor resume las contradicciones de la artista: «soy un virus que propaga amor y odio, y odio y el odio». «Y odio el odio», repite un coro, por si no había quedado claro. Víctor Sandoval -no había nadie más- acude a hacer coros en un tema sobre la prensa rosa, ‘Hablando por hablar’, mientras Tito Pintado de Penélope Trip y anti (!!), recientemente de regreso, es quien se queda nada menos que el corte titular, en este caso aparentemente inspirado en otro gran fan del pop colorido y rococó, Tino Casal.
Rafa Spunky, aparte de productor, entrega otra de las mejores pistas, ‘Un recuerdo’, un tema melancólico, muy bonito, que termina en carcajadas, acaso adelantándose a Rigoberta Bandini. El disco deja curiosidades peor redondeadas como ‘Nada para mí’, otro tema más del tándem Canut y Berlanga (este último, por cierto, solo un año antes de morir), el hermano de Canut (‘Vete a la porra’), más y más declaraciones de intenciones tipo ‘No podrán conmigo’ y el curioso momento reggae de ‘Volverás a mí’. Boy George, al fin y al cabo, también tenía alguno.
Hablando de reggae, la aportación más extraña en un disco muy extraño es la que hacen Ibon Errazkin y Teresa Iturrioz, en aquel entonces ex Le Mans y Aventuras de Kirlian, con un tema a capella pasado por el vocoder llamado ‘Ven, ven, ven’. Iturrioz, que aparece en los créditos como «Teresísima», terminaría realizando su propia adaptación del tema en Single, años después, como prueba de que los autores del proyecto se habían tomado todo esto muy en serio, por mucho que Rockdelux o Go! en la época dijeran algo así como que todos estos autores habían acudido por el «glamour» y habían salido cubiertos «de caspa». Fuera con la esperanza de que el disco vendiera tanto como el maxi de ‘No cambié’, fuera porque creían en la unicidad del personaje, construyeron una de las grandes rarezas del pop español. Ni el crack económico de 2008, ni la pandemia, han logrado que algunos nos deshagamos de este CD.