Gao Zhen, el artista chino que lleva más de 400 días detenido por criticar a Mao | Internacional

El 26 de agosto de 2024, a primera hora, el artista Gao Zhen se dio cuenta al despertarse de que no había luz en casa. Poco después, un conocido avisó a su mujer de que había visto mucha policía por la zona. Algo raro sucedía. Residentes en Nueva York, la pareja y su hijo de entonces seis años se encontraban de visita en China. Gao ―uno de los Hermanos Gao, dupla artística conocida por sus obras satíricas sobre la Revolución Cultural china― y su esposa, Yaliang Zhao, habían sido advertidos por amigos de que corrían riesgos por viajar a su país de origen. La madre de Yaliang iba a ser operada de cáncer; sería solo una breve estancia. Se alojaron en el estudio de los hermanos en un edificio de ladrillo visto en el distrito de Sanhe, en la provincia de Hebei, cerca de Pekín, donde la luz, esa mañana, había dejado de funcionar. Tras una llamada, lograron que un técnico viniera a echar un vistazo. Cuando el operario entró en el estudio, unos 30 policías siguieron sus pasos: venían a llevarse a Gao.

El artista, de 69 años, lleva desde entonces preso en el Centro de Detención de Sanhe. Está acusado de “insultar, difamar o infringir” con sus obras “la reputación y el honor de héroes y mártires”, un delito penado con hasta tres años de cárcel. Fue la otra pata de la pareja artística, su hermano Gao Qiang, que vive en Estados Unidos, quien denunció su detención poco después. El juicio aún no tiene fecha, aunque el abogado ha explicado a la familia que podría llegar tras la próxima sesión plenaria del Partido Comunista, una de las grandes citas políticas de China, que se celebra la semana que viene.

Sentada en un café en el distrito de arte 798 de Pekín, Yaliang Zhao, de 47 años, dice: “El arte no es un delito”. Es menuda, tiene una melena corta, y una sombra va y viene de su mirada. Es también artista y escritora. “Queremos que salga cuanto antes”. Ni ella ni su hijo han visto a Gao desde su detención hace más de 400 días. Tampoco se les permite abandonar China, a pesar de que el niño, nacido en Estados Unidos, tiene pasaporte estadounidense. El muchacho corretea por el local mientras su madre desgrana el caso. Estaba presente cuando se llevaron a su padre. No lo vio, pero lo oyó desde la cocina.

Yaliang Zhao, Gao Zong

La detención de Gao está relacionada con tres esculturas muy concretas sobre el mito fundacional de la República Popular, Mao Zedong. Una, titulada La ejecución de Cristo, representa a un pelotón de fusilamiento formado por siete Maos que se disponen a disparar contra Jesús. Otra, Miss Mao, es un busto del líder comunista de estilo pop con nariz de Pinocho, la lengua fuera y pechos de mujer. La tercera, La culpa de Mao, muestra al mandatario arrodillado ante los retratos de los padres de los hermanos Gao.

Las tres piezas, creadas hace años, tocan el gran tema al que han dedicado su vida los artistas. Durante la Revolución Cultural (1966-76), la década de caos y purgas que dejó, según cálculos de los expertos, cerca de dos millones de muertos, Gao Zhen también vivió, igual que su hijo ahora, la experiencia de que su padre fuera detenido ante sus ojos. Murió preso.

“La historia parece repetirse”, señala Yaliang en una carta que ha enviado recientemente al embajador estadounidense en China, pidiendo su ayuda. En la misiva destaca que se ha actuado de forma retroactiva, con acusaciones por obras creadas hace años. Es “el fin definitivo de los derechos humanos y el Estado de derecho en China”, afirma.

Tras la muerte de Mao, con la apertura de China, surgieron movimientos artísticos dedicados a revisitar aquel periodo traumático. En los primeros 2000, este tipo de obras daban la vuelta al mundo, eran muy valoradas. Incluso se volvieron un cliché. Los hermanos Gao se desenvolvieron en ese ambiente. Montaban exposiciones clandestinas a las que solo se podía acudir con invitación. Y usaban tácticas de guerrilla. La escultura de Mao arrodillado, por ejemplo, la idearon con el gran timonel decapitado: el cuerpo iba por un lado, guardaban la cabeza escondida en otro, y solo juntaban ambas piezas en la exhibición. Aun así, tuvieron problemas. Algunas de sus exposiciones fueron clausuradas. Nunca antes habían sido detenidos.

Algo cambió en 2021. “Se volvió un delito”, cuenta Yaliang. Ese año, China aprobó una enmienda al código penal para castigar con hasta tres años la difamación de los héroes y mártires. Ya en 2018 se había aprobado una norma para protegerlos, aunque sin consecuencias penales. Salvaguardar una “visión correcta de la historia” se ha convertido en una de las obsesiones de Pekín desde la llegada al poder de Xi Jinping, en 2012, para quien una de las grandes amenazas es el “nihilismo histórico” que corroyó a la Unión Soviética.

La nueva norma se ha aplicado a conciencia, con los poderes públicos animando a la denuncia ciudadana. Uno de los objetivos fue poner coto a las redes sociales. Han sido condenados periodistas e influencers. El cerco se ha estrechado también sobre el arte. “Ahora, todo ha cambiado”, dice una poeta y escritora, amiga de Yaliang, que la acompaña en el café esta tarde de otoño. No da su nombre por miedo a represalias. “El arte contemporáneo está muerto. Los artistas solo quieren vivir. Es arriesgado hacer arte”, comentan las amigas. “Los artistas y escritores se sienten desesperanzados”.

El distrito 798, donde se encuentra el café, es una constatación de esa derrota. Esta antigua zona industrial semiabandonada fue un hervidero creativo donde se instalaron los artistas más transgresores de su generación, como Ai Wei Wei, que abandonó China en 2015 después de haber pasado una temporada bajo arresto. A los hermanos Gao les aconsejaron también poner distancia. Gao Zhen tiene una tarjeta verde estadounidense desde 2011; ha vivido años a caballo entre Estados Unidos y China. Su hermano y pareja artística también reside en Nueva York. Yaliang y el hijo se mudaron allí hace año y medio. Vivían en una casa con jardín en Long Island.

El 798, entre tanto, se ha vuelto una zona de arte comercial al que acudir a ver alguna exposición convenientemente aprobada, hacer unas compras de ropa moderna, tomar un helado, y regresar a casa sin meterse en líos.

“Allí teníamos el estudio”, señala Yaliang a través de la ventana. Luego, su marido alquiló este local donde ha concertado la entrevista. Era una vieja casa de dos plantas flanqueada por un álamo, que, tras hacerse cargo, convirtieron en una cafetería acristalada. Respetaron el álamo, que atraviesa el edificio y da una sombra agradable en la azotea. La regenta el hermano gemelo del artista, Gao Zong, que a menudo está sentado cerca de una ventana junto a una urraca gris enjaulada llamada Xique.

Con Gao en prisión, la familia decidió compartir la planta baja del café para cubrir gastos: ahora es una tienda de Mixue Bingcheng, la mayor cadena de locales comerciales de China, donde sirven bubble tea, un té con bolitas gomosas.

El hermano gemelo, Gao Zong, también está presente durante la entrevista. Lleva un sombrero similar al de su hermano. Se parecen mucho. De vez en cuando anima la conversación con alguna foto en el móvil, como una del fallecido Liu Xiaobo, el disidente chino galardonado con el premio Nobel de la Paz en 2010, agarrando la nariz de Pinocho de la escultura Miss Mao. O rebusca entre libros para encontrar algún catálogo de sus hermanos. Señala las obras por las que ha sido acusado su gemelo mayor. El mismo día en que lo detuvieron, la Policía acudió también a la cafetería. Lo interrogaron e hicieron un registro. Revisaron sus teléfonos. Le preguntaron por una foto de Ai Wei Wei en el ordenador. No requisaron nada.

Del estudio se llevaron más de un centenar de obras, además de libros, ordenadores y discos duros. Yaliang dice que salieron cinco camiones con las piezas. También han clausurado el estudio y no les han devuelto la llave. Ahora vive en un apartamento cercano con su hijo, que ha iniciado el curso en la escuela local. El niño sigue correteando por la cafetería. Se divierte con un amigo golpeando la jaula de la urraca.

Ella no le ha contado toda la verdad: le dice que su padre está trabajando con la Policía. Y le enseña, para demostrarlo, las obras que Gao ha logrado hacerles llegar desde la cárcel. Son piezas trabajadas en un folio al estilo del arte chino del recorte de papel. Gao las compone arrancando trocitos de papel a mano ―no puede usar nada afilado―. Yaliang muestra una que representa al artista, con sombrero y gafas de sol, posando las manos sobre la cabeza de su hijo; otra, de color negro, es ella con lágrimas en los ojos.

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