¡Qué necesario es a veces un poco de caos ante el meticuloso orden establecido como norma! Sacudir, agitar, gritar, reorganizar, romper, tirar, reconfigurar. Geese no han dejado de hacerlo desde sus inicios y, más que nunca, vuelven a llevar el desorden por bandera en ‘Getting Killed’, un cuarto álbum que está permanentemente huyendo de cualquier estructura convencional, que se niega a caer en las fauces de los algoritmos y las modas.
Impulsado por ese ferviente deseo de libertad creativa, las once canciones que componen el disco deambulan entre todo tipo de subgéneros rock, llevando sus referencias a lugares inexplorados. Lo que consigue la banda es un sonido nuevo y fresco, un derroche de talento y visión por parte de sus cuatro jovencísimos miembros (todos entre 22 y 23 años), quienes han sabido sacar a la música rock del mayoritariamente perezoso momento en el que se encuentra en la actualidad y jugar con sus infinitas posibilidades.
El álbum comienza con la extrañísima y excelente ‘Trinidad’, una canción que se construye sobre una base de blues-rock psicodélico en la que el vocalista Cameron Winter grita cosas como “hay una bomba en mi coche” o “mis hijas están muertas, mi mujer está en el cobertizo, mi marido está quemando plomo”. Lo que todo esto signifique da un poco igual, ya que lo importante es el estado de paranoia y fascinación que transmite, asentando desde el principio el tono surrealista que recorre a todo el proyecto.
Pese a lograr siempre una cohesión sonora, el eclecticismo -o, de nuevo, el desorden si se prefiere- es un aspecto fundamental para Geese. Desde la revitalización del sonido rock and roll clásico tipo Elvis Presley de ‘Cobra’, a la psicodelia del corte titular, o la balada romántica de ‘Half Real’, todo funciona como un despliegue sorprendente de madurez.
Hay una enorme lucidez para convertir en música las ideas más extravagantes que se les pudiera venir a la cabeza en el proceso creativo. La clave para ello es, evidentemente, un trabajo en equipo que no debe darse por sentado. El bajo de Dominic DiGesu, la guitarra de Emily Green, la batería de Max Bassin y, por supuesto, la voz de Cameron Winter, nunca han sonado con tanta fuerza como aquí. Han llegado a un nivel altísimo de conexión musical, reforzado por el gran hallazgo que ha sido contar con Kenneth Blume (previamente conocido como Kenny Beats) como productor, quien ha entendido perfectamente sus necesidades.
Todo lo que tocan se convierte en oro en ‘Getting Killed’, incluso en canciones que en manos de otros no funcionarían, como en el imaginativo indie rock de ‘Taxes’, quizá el mayor himno que encontramos aquí gracias a su épica progresión instrumental. Winter explora con ambigüedad y mucho humor negro lo que parece ser un desengaño, utilizando la metáfora de los impuestos como una deuda emocional del narrador. “Si quieres que pague mis impuestos, será mejor que vengas con un crucifijo, vas a tener que clavarme al suelo”, canta apasionadamente. La catarsis llega con el verso final, “me romperé el corazón yo mismo a partir de ahora”. Y en esa improbable mezcla de sátira, abstracción y emoción cruda consigue sumir al oyente en un estado de rebelión eufórica.
Lo mismo sucede en ‘100 Horses’, un corte que coquetea con el blues, el funk y el rock psicodélico de forma exquisita; o en la brillante jam de ‘Bow Down’, donde destaca la tensión que crea la percusión sugerente de Bassin junto con la interpretación vocal de Winter.
El tema final, ‘Long Island City Here I Come’ también es otro gran ejemplo de talento en bruto, de por qué Geese no creen en la pulcritud de las fórmulas. Son seis minutos para dejarse llevar, donde el grupo parece pasárselo en grande sin importarles muy bien qué dirección están tomando y quizá sin saber adónde te quieren llevar. Ahí reside la belleza de ‘Getting Killed’, un disco que no solamente es un soplo de aire fresco en el panorama musical actual, sino que despierta un gran interés por el futuro de una banda que es todo creatividad, riesgo y talento. Qué bonito cuando llega un álbum que te zarandea, que te recuerda que no está todo hecho, que lo único que hace falta es desmontar las piezas del rompecabezas y crear uno nuevo.