Hay una regla no escrita en el cine moderno: los perros no pueden morir. Y, desde luego, nadie puede matarlos, a no ser que después vaya a tener una importancia pivotal en la trama y se cobre su venganza, como pasa en ‘John Wick’ o la reciente ‘Vieja Loca’. Por eso ‘Good Boy’ se torna tan sorprendente al adoptar el punto de vista del can: aunque intuyes que no le va a pasar nada, el agobio constante a su alrededor te hace, por primera vez en mucho tiempo, temer. Y es que, como público, podemos ver sufrir a personajes humanos de manera absolutamente lúdica, pero nadie va a permitir que los demonios se metan con un pobre perrete.
Perro, pero no Sanxe
Lo primero que uno puede intuir al escuchar el argumento de ‘Good Boy’ (un perro acosado por demonios) es que la película va a ser una continua chufla. Sin embargo, el gran acierto de Ben Leonberg, su director, es tomársela absolutamente en serio desde el primer momento hasta el último: la película es un drama sobre la enfermedad, la depresión, el cariño incondicional de los animales, la familia y, por supuesto, el hecho fehaciente de que la humanidad no se merece la fidelidad y el amor de los perros. Lejos de permitir momentos de esparcimiento y comedia, la cinta se va cerrando cada vez más sobre sí misma, de forma brillante, agobiante y claustrofóbica.
‘Good Boy’ acaba tornándose pletórica gracias a dos piezas clave. La primera es Indy, su protagonista, el perro real de Leonberg, que a lo largo de tres años de rodaje supo dar exactamente los planos que necesitaban aunque fuera de casualidad o con un esfuerzo titánico por no parecer condenadamente adorable. Sí, solo es un gran actor gracias al efecto Kuleshov y no es consciente de estar metido en una película, pero eso no quita para que sea una de las mejores interpretaciones del año. La segunda es la decisión de rodar siempre a pocos centímetros del suelo, basados en la mirada del propio golden retriever.
Las caras de los humanos desaparecen del plano, los tiros de cámara son convulsos e Indy domina la imagen de manera constante (salvo en un par de momentos vitales para la trama): es una decisión de dirección valiente, sabia y, ante todo, que rema contra los fundamentos de los rodajes clásicos. Al fin y al cabo, no hay nada en ‘Good Boy’ que nos haga pensar en un cine académico, incluso dentro de la propia inventiva del terror. Va a por todas abrazando su propia rareza, y, aunque esté repleta de imperfecciones, su mero planteamiento rompedor, abrazando la artesanía por encima de cualquier concepción predeterminada, ya es digno de aplauso. O, al menos, de sonoro ladrido.
A ladridos contra los demonios
Por supuesto, debido a su propia artesanía y a la imposibilidad de conseguir rodar todas las escenas a la perfección (Indy, al fin y al cabo, no es un perro actor ni entrenado para serlo), la película tiene altibajos muy claros y momentos más flojos de lo que deberían, pero eso no debería disuadirte de verla. Personalmente, prefiero un error artesanal realizado con el mayor amor del mundo por un director de Bozeman (Montana) y su mujer que una película virtualmente sin fallos técnicos firmada y aprobada por un comité de expertos. En ‘Good Boy’ hay vida, cariño, fuerza y pasión. Ojalá pudiera decir lo mismo del resto de la cartelera.
Además, la película tiene algunas de las mejores escenas de terror del año (ese Indy bajo la lluvia rebozado por el barro) y en ningún momento flaquea en su complicado viaje: en su voluntad antisistema y su cabezonería está, de hecho, el mayor de sus logros. Es cine prácticamente casero y underground, hecho con cuatro duros y terriblemente personal, como una rebelión deseosa de mostrar lo que se puede hacer sin necesidad de gastarse un gran presupuesto en CGI y efectos visuales. Y, por supuesto, con un precioso perrete y una dirección inteligente acompañando cada momento del viaje.
Aunque el guion, debido a las propias limitaciones del proyecto en sí, cae en lugares comunes algo frustrantes y abusa de tópicos del género de casas encantadas, es muy difícil no caer rendido a los pies de (o, al menos, apreciar debidamente) ‘Good Boy’. En otras manos quizá hubiera sido una comedieta más común, o habría adoptado un enfoque más formal, pero Leonberg, consciente de que no tiene nada que perder y va a afianzar aún más sus lazos con Indy, decide dar un tono radical a una película con un guion inteligente pero más convencional de lo que me gustaría. Eso sí, tiene sus efectos secundarios: después de verla, te vas a parar a acariciar a cada perrete que te encuentres por la calle. Si es que no lo haces ya, claro.
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