Abrams es director de cine y televisión, productor, guionista e incluso actor; ganador de dos premios Emmy, ha participado en la creación de algunas de las series más icónicas del siglo XXI. No es de extrañar, por tanto, que se atribuya el éxito de Gracie a la fama de su padre, crítica habitual con la que la joven ha lidiado desde que se lanzó a publicar música. No me compete a mí dictaminar —no me siento capaz— si hay o no talento en ella, pero conocer sus vínculos familiares es imprescindible para comprender tanto su éxito precoz como que haya quien se resista a celebrarla.
Su unión con Taylor Swift exacerba esta dualidad, pues ha heredado parte de sus fans y parte de sus haters; Gracie es, para muchos, una nueva representante del género en el que hace tiempo que Taylor reina: música para adolescentes y universitarias blancas con sufrimientos propios del primer mundo. Gracie compone canciones en las que habla sobre relaciones fallidas, sobre echar de menos, sobre carencias y deseos; aunque su voz recuerda a la de algunas artistas indies, sus versos y letras evocan una sencillez más próxima al pop. En entrevistas, se describe como alguien en extremo sensible, condenada a percibir, en cuestión de segundos y sin necesidad de palabras, las emociones de aquellos que la rodean. Digo «condenada» porque es así como, según explica, experimenta en ocasiones ese don.
Por ejemplo: le suponía un verdadero reto ofrecer conciertos, le ha costado acostumbrarse al público. Cuando, convertida en la flamante telonera de la última gira de Taylor, dio el salto de locales relativamente pequeños a auténticos estadios, se murió de miedo. Tuvo que aprender a tolerar la presencia abrumadora de la masa, a observar los rostros individuales, a descubrir en ellos la alegría y la emoción y así contagiarse y permitirse disfrutar. Por este y otros motivos, asegura que su carrera está siendo terapéutica.
Gracie es una chica guapa, atractiva de la manera en que eran atractivas las veinteañeras indies de la primera década de los 2000: pelo corto, tez pálida, looks con cierto toque naíf; una chica de la que sin duda se enamoraría el protagonista de (500) días juntos. Es fácil imaginarla de adolescente, componiendo sobre un teclado en su habitación. Sus seguidoras, entre las que se encuentran famosas como la modelo Camila Morrone, destacan la cualidad intimista ya no solo de sus temas, sino de sus actuaciones; todos coinciden en que genera un clima de inusual calidez, como si estuvieras viendo a una amiga a la que conoces bien y que te conoce bien. Y es que, aunque Gracie Abrams es guay y se mueve entre guais, uno no termina de leerla en esa clave. Su levísimo toque de pringadez facilita que se establezca una conexión.