En la novela negra (si aceptamos este término como aglutinador de infinidad de subgéneros) confluyen desde el inicio su pecado, su razón de ser y el sentido último de su éxito. La serialización de las novelas por entregas en el siglo XIX ha encontrado en la literatura criminal contemporánea su mejor molde para encajar y triunfar en un siglo XXI dominado por lo audiovisual. Y quien dice series de novelas dice personajes recurrentes. Arthur Conan Doyle, harto de Sherlock Holmes, probó en sus carnes los efectos del éxito desmedido de un protagonista: acabó con él en 1894 en las cataratas de Reichenbach mientras luchaba contra su archienemigo Moriarty en El problema final y ocho años después lo había resucitado por la presión social que exigía su regreso. A partir de ahí, veda abierta para los creadores, que ahondaron con gusto en esa vertiente: inolvidables personajes como Hercules Poirot, Philip Marlowe o Jules Maigret fueron relevados después por Martin Beck, Kinsey Millhone, Kay Scarpetta, Tess Monaghan, Jean Baptiste Adamsberg, Charlie Parker o Harry Bosch, por citar algunos ejemplos significativos en un universo infinito.
Los aficionados siguen sus aventuras y conocen sus manías, las virtudes que los coronan y los males que los acechan mejor que nadie. Como decía Umberto Eco, se trata de proporcionar al lector “el placer regresivo de la vuelta a lo esperado”.
La literatura de género en España arrancó con retraso pero con fuerza. Lo que sigue es una selección de los detectives más significativos del género con sus características más determinantes y alguna curiosidad. Un mapa completo de España según sus pesquisidores.
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