El universo de Guillermo Del Toro siempre ha estado poblado por criaturas tenebrosas y monstruos incomprendidos por su otredad que buscan sentirse parte de un mundo que los teme y persigue. Por ello, no parecía haber nadie más indicado para llevar ‘Frankenstein’ a la pantalla por enésima vez que el cineasta mexicano. Un proyecto que le ha llevado años levantar y que, de alguna manera, encapsula todas las obsesiones temáticas de su cine.
‘Frankenstein’ comienza en un mar gélido, donde un hombre se sube a un barco huyendo de una criatura dispuesta a matarlo y a acabar con cualquiera que se interponga en su camino. Tras este violento prólogo, Del Toro presenta la primera parte de la película, centrada en Victor (Oscar Isaac), un brillante científico obsesionado con crear vida a través de sus experimentos anatómicos, recreando con minuciosidad los ambientes góticos aristócratas que ya retrató en ‘La cumbre escarlata’. La segunda parte, sale de los pulcros salones victorianos y se detiene en lo que realmente más le interesa: el punto de vista del monstruo.
Del Toro propone una adaptación fiel de la novela de Mary Shelley, llevándosela siempre a su terreno. Tras tantos años queriendo contar su historia preferida, aquella que le fascinó desde niño y cuya devoción le ha acompañado a lo largo de toda su vida, ha logrado tanto imprimir el alma del material original como aportar su propia visión. La ocasión especial lo requería, y así, el director firma su film más épico, sirviéndose de una narración grandilocuente que celebra gustosamente su afán por el puro espectáculo.
Hay amor en cada detalle de su primorosa y artesanal ambientación, donde destaca un gran tratamiento de la luz y los colores, un vestuario majestuoso y un generoso despliegue de todo tipo de cachivaches decimonónicos. Pero sobre todo, hay amor en la manera en la que el cineasta se acerca a la criatura, interpretada con inmensa ternura por Jacob Elordi, un Frankenstein adorable e indefenso ante el insano perfeccionismo de su creador.
Dos siglos después, los temas que trata ‘Frankenstein’ siguen siendo relevantes, universales y aplicables a muchos aspectos sociales. El odio irracional ante la naturaleza diferente del otro, la importancia de sentirse comprendido y amado, el peligro de la corrupción del poder… Todo ello resuena con fuerza e incluso conmueve en la versión de Guillermo Del Toro.
Aunque pese a sus muchos méritos, especialmente en su segunda parte, la película queda algo descompensada en su retrato de Victor. La primera mitad, dedicada a él, dura más de una hora, pero no hay demasiada profundidad en el desarrollo de un personaje que debería ser mucho más fascinante y del que apenas conocemos nada más allá de sus ambiciones científicas y su megalomanía.
Sin embargo, pese a esto y a un metraje algo excesivo de dos horas y media, el balance es positivo. ‘Frankenstein’ es una película de enormes proporciones y presupuesto, diseñada cuidadosamente para el disfrute del gran público y de todos aquellos que vean reflejado un pedacito de ellos mismos en el célebre monstruo de Mary Shelley.
