Para la cena, Harris cambió a un diseño de Nina Ricci, con el que buscaba abrazar su lado más femenino: «Me inspiré en diseños de archivo de finales de los años 30 y principios de los 40. Fue mi momento Grace Kelly, con los hombros y el escote al aire, sintiéndome muy femenina y fabulosa, con un chal de satén blanco alrededor de los brazos y el típico lazo rizado en la espalda. Me sentí muy poderoso con él».
Por último, en la fiesta, Reed quiso rendir homenaje a su primera clienta, la influencer Camille Charrière: «Quería tener mi momento novia Camille Charrière», bromea. «Para ella creamos este vestido lencero de encaje de Chantilly con Swarovski y cuentas de cristal bordadas, y a mí me apetecía tener mi momento naked dress y sentirme súper guapa. Lleva una blusa de cuello alto con la espalda drapeada totalmente al descubierto, y mis característicos pantalones bootcut«.
Cualquiera que conozca a Reed sabrá de sobra que le encanta la iluminación, así que no es de extrañar que las velas desempeñaron un papel importante en su gran día: «Quería que las mesas y los pasillos estuvieran bordeados de velas y que todo pareciera muy luminoso», dice. «Creo que la iluminación es lo que crea realmente el espacio y hace que todo encaje». Se generó un ambiente etéreo, con el resplandor de las pequeñas llamas danzando sobre las históricas paredes de la Villa Tasca.
La ceremonia tuvo lugar en una arboleda, con el pasillo cubierto de pétalos de rosas blancas. La oficiante fue Emma Lucy, amiga y sanadora de Reed, a quien él atribuye el mérito de haberle ayudado a gestionar sus emociones y su ansiedad, sobre todo en el loco mundo de la moda. Como Senerman es judío, incorporaron algunos elementos de su fe, incluido el momento de romper el cristal: «Tomamos elementos de muchos ritos y tradiciones diferentes para hacer algo que expresara realmente nuestra individualidad y nuestro amor actual», explica Reed.
Recién casados, los novios volvieron a Villa Tasca para tomar el aperitivo y bailar, mientras corría el champán. Entonces Reed lanzó el ramo, un momento que, según dice, todavía le hace llorar cuando lo recuerda. A continuación se celebró una cena a la luz de las velas, con una decoración inspirada en las fiestas de té que Reed recreaba de pequeño con sus muñecas: «Hacía unas decoraciones muy victorianas, eduardianas, con manteles blancos y candelabros enormes, así que quise recrearlas», explica. «No había flores, solo velas. Quería crear nuestra propia Narnia, nuestro espacio seguro de amor y aceptación queer«, dice. Todos recibieron como recuerdo una figurita dorada de un animal que les representaba, un guiño a la recurrente broma entre Reed y Senerman de que él es una jirafa y Senerman un tiburón.
«Fue una experiencia que, no me canso de repetirlo, nunca pensé que viviría», recuerda ahora, «Suena muy cursi, pero me pareció mil millones de veces más extraordinaria de lo que jamás hubiera imaginado. Creo que ser una persona queer y caminar hacia el altar con un look fabuloso y expresivo, con el pelo suelto por toda la espalda, y ver a mi marido allí y mirarle profundamente a los ojos fue un momento que probablemente nunca podré expresar del todo con palabras».
Este artículo se publicó originalmente en Vogue.com