He estado un año sin probar nada de alcohol y esto es lo que he aprendido

«Si yo tuviera resacas tan infernales como las tuyas… no las tendría”, me dijo una noche mi amiga Gema riéndose del aparente escaso sentido de la frase. Pero había bastante razón en su tautología: hay gente, como ella, que se toma un par de copas y al día siguiente se encuentra fenomenal (o, al menos, razonablemente bien). Y hay quienes, tras una mañana de vómitos, comprenden que no pueden beber. Yo no pertenecía a ninguno de esos dos grupos. Mis molestias de estómago me llevaron a intentar controlarme. Y mis sucesivos fracasos me hicieron preguntarme si tenía lo que la OMS considera un consumo problemático de alcohol, que se estima que afecta a 237 millones de hombres y 46 millones de mujeres en el mundo, la mayor parte en Europa. Había un tercer grupo, el de los alcohólicos, al que me preguntaba aterrorizada si pertenecía.

No había drama. Tenía trabajo, salud y una vida social y sentimental plena, pero quería beber menos y no podía. No me emborrachaba ni había ‘tocado fondo’. Sin embargo, en palabras de María Cárceles Mateo, psicóloga experta en adicciones, “es como una línea de metro, y darte cuenta de que no controlas es la primera parada: si no lo detienes, tu tren llegará a los extremos que todos conocemos”. Cuando sentí que nadie podía ayudarme, ni mi entorno (que no veía problema alguno), ni los médicos (uno me recomendó beber un vaso de agua por cada copa de vino; a la tercera copa me había olvidado del agua), acudí a una sesión de Alcohólicos Anónimos. Y lo que vi allí me deprimió por completo: aunque eran las personas más amables y empáticas que había conocido, se sentían miserables por no beber y, si bebían, el martirio era doble. Mi vida tal como era, era mil veces mejor, incluso con las esporádicas resacas infernales. Además, como descubrí en el libro de ‘Sober Truth’, de Lance Dodes (un psiquiatra retirado de la Harvard Medical School), la verdadera tasa de éxito del programa de AA no supera el 8%.

En esa época leía todo lo que pudiera ayudarme y, casualidad o algoritmo, llegué a ‘Es fácil vivir sin alcohol… ¡si sabes cómo!’, de Geoffrey Molloy –autor del libro Cero, cero (Penguin Libros)– con un enfoque con el que por fin sintonizaba: dejar de beber no solo podía ser algo relativamente sencillo, sino que podía hacerme feliz. No hacía falta medicarse (como sugieren muchos expertos, médicos incluidos, a pesar de que ya en los 90 un estudio de Kenneth Sher y Amy Watson de las universidades de Missouri y Columbia demostraba que la recuperación natural es la que mejores resultados da a largo plazo), ni hay por qué meter a Dios en esto (AA se basa en la creencia en un poder superior, una idea con la que no comulgo), tampoco hay que resignarse a una existencia miserable. Casualidad o fortuna, el autor –mitad malasio, mitad irlandés– vive en Cantabria y mensualmente organiza en su granja retiros para dejar el alcohol simplemente usando herramientas de la psicología y el mindfulness, argumentando, razonando y demostrando que, a pesar de lo que creemos, no necesitamos beber.

Molloy, que superó hace casi tres décadas sus propias adicciones, es un experto en meditación Raja Yoga y otras prácticas budistas, y se ha formado durante más de diez años con diferentes psicólogos y maestros zen. Pero su método no tiene nada de místico. Solo es necesario sentido común, humor y una mente lo suficientemente abierta como para comprender que algo que te hace daño no merece espacio en tu vida. Durante cuatro días en su granja y después, con sesiones virtuales mensuales, Molloy ha conseguido que mi primer año 0’0 no solo haya resultado fácil, sino uno de los más felices de mi vida adulta. “Para que una persona pueda vivir libre del alcohol sin echarlo de menos necesita trabajar el sentido de sacrificio”, explica. “El error es creer que renunciamos a un placer, a una satisfacción o una ayuda para calmar el estrés o la ansiedad”.

De hecho, entre otros beneficios (algunos quizá superfluos, como la pérdida de peso o una piel más luminosa; otros más trascendentes, como la reducción del riesgo de cáncer), en estos doce meses he comprobado que me resulta mucho más fácil gestionar el estrés sin alcohol que con él. Un estudio publicado en el canadiense Journal of Psychiatry & Neuroscience demostró que, a pesar de que a menudo se use como relajante, el alcohol afecta a la actividad de los receptores GABA (el llamado neurotransmisor de la calma) haciéndonos sentir a la larga más estrés y apatía. El viral término hangxiety (mezcla de resaca y ansiedad) describe esos pensamientos negativos que, junto a las náuseas, han desaparecido de mis mañanas del día después.

Ver fuente

Farándula y Moda

Entrada siguiente

Nace +MAS Audiences, la alianza de PRISA Media y medios latinoamericanos para abordar el mercado publicitario de EE UU | Comunicación y Medios

Vie Jun 14 , 2024
Comparte en tus redes sociales PRISA Media, Clarín (Argentina), El Comercio (Perú), Milenio/Multimedios (México) y El Tiempo (Colombia) suman fuerzas y lanzan +MAS Audiences, una innovadora plataforma de publicidad programática que conecta a los anunciantes con el mercado latino de Estados Unidos. La iniciativa ha unido a los principales grupos […]
EL PAÍS

Puede que te guste