Incendios en León: Noche de guardia frente al fuego | España

A las seis de la tarde el fuego rodeaba Castrotierra. Después de cinco días luchando contra uno de los incendios más grandes de la historia reciente de España, los vecinos de este pequeño pueblo, a 11 kilómetros de la Bañeza y 66 de León, estaban resignados a que las llamas llegarían a sus casas. Habían pasado por Villamontán, Carracedo de Vidriales, Palacios de Jamuz o Robledino y todo indicaba que era cuestión de horas que también ahí terminara con todo. Hasta ese momento, bomberos, guardas forestales, hidroaviones y helicópteros peleaban hasta la extenuación contra las llamas. Unos vecinos tiraban de las mangueras, otros orientaban los aspersores que riegan el trigo y la patata hacia el fuego, otros llevaban bocadillos y otros, como Miguel, iban de lado a lado con su tractor improvisando cortafuegos. Periódicamente, de entre las llamas volvían brigadistas extenuados que caminaban arrastrando los pies después de tratar de apagar el incendio con todo lo que tenían a mano: palas, picos, motosierras, batefuegos.

Si el martes los vecinos luchaban solos contra el fuego, el miércoles no cabían más logotipos y departamentos trabajando en la zona: bomberos de Castilla y León, bomberos de Castilla-La Mancha, bomberos de Portugal, Guardia Civil, la UME, ocho helicópteros y dos hidroaviones se emplearon intensamente durante todo el día sin conseguir frenar el fuego que avanzaba como un ejército en formación arrasando con todo. Primero iba hacia el oeste, hacia Robledino, pero el fuerte viento que se sintió en la zona durante todo el día lo cambió de rumbo y ahora amenazaba Castrotierra.

Eran casi las nueve de la noche cuando las nubes empezaron a juntarse sobre los campos de trigo y patata de Castrotierra: 50 habitantes en invierno y unos 200 en verano. Si la iglesia no estuviera averiada desde hace dos meses, cuando cayó un rayo sobre el campanario, muchos pensarían que obró el milagro: en menos de 15 minutos, el cielo ocre de un atardecer entre llamas cambió a gris y después a negro. Cuando parecía que la noche había llegado precipitadamente, sonó un estruendo gigante y, primero una gota, luego dos… una impresionante tormenta cayó sobre el pueblo llenando de agua el lugar. Después de tres días de tensión, las primeras risas llegaban con el agua a un lugar abatido. Los vecinos sonreían por primera vez, y si antes miraban al cielo para maldecir que los hidroaviones no hubieran llegado antes, ahora miraban para agradecer la lluvia salvadora.

Durante todo el día, la Guardia Civil había tratado de evacuar los pueblos de la zona, pero no hay nada más difícil que desalojar por la fuerza la tierra de tus abuelos por miedo a las llamas. Lo resume cabreado el agente de la Guardia Civil que acaba de ir puerta por puerta llamando a los vecinos para que obedezcan. En unas casas aceptaron voluntariamente la orden y salieron rumbo a la Bañeza y Astorga, donde han pasado dos noches. Otros vecinos trataban de hacer creer que no había nadie en casa y se escondían para no abrir la puerta mientras esperaban a que se fuera. En un tercer caso, se enfrentaban a ellos. “Si no viene nadie a ayudar, quién va a quedarse en el pueblo a tratar de apagar el fuego y salvar las casas”, protestaba Jose, un vecino.

Imagen del incendio en Abejera, Zamora.

Cuando el día anterior se llevaron a la madre de Jose evacuada a La Bañeza, no se lo pensó dos veces y cogió el coche desde Lugo, donde trabaja actualmente. Había dejado el pueblo siendo casi un adolescente, pero sigue muy vinculado a una tierra en la que ya no queda nadie de su edad, solo ancianos como su madre que pasan el día del ambulatorio a misa y de misa al hogar del jubilado.

A la una de la madrugada del jueves, Jose y Luis, su primo, son dos de los vecinos que no apartan la vista del rojo brillante de las llamas que aún quedan activas en unos campos de cultivo que el sábado eran amarillos y hoy están calcinados. “Hay miedo a que pueda volver y nos damos relevos los vecinos para estar vigilantes”, explica Luis. Su primo, que vive a dos casas de distancia, tampoco pegará ojo esta noche. “El principal temor es a que cambie el viento y pueda reavivarse el fuego. Pero creo que está controlado. Está todo tan quemado que ya no tiene hacia donde seguir. Al fuego solo lo para otro fuego”, dice abatido mirando las llamas que tiene a 100 metros.

Al terminar la frase aparece Miguel que desciende del tractor después de despejar, arar y remover la enésima finca del día improvisando cortafuegos. Precisamente, uno de los fallecidos en los incendios en la provincia de León fue un voluntario que quedó atrapado por las llamas cuando trataba de hacer algo parecido con la desbrozadora. Miguel baja agotado del tractor: “Mire como estamos”, dice señalando las llamas. “Dejan solos a los pueblos y las naciones han salido adelante siempre gracias a los pueblos”, añade.

Por primera vez en muchas noches se ven las estrellas después de que la lluvia disipara el manto de humo y partículas que cubría la zona. Por primera vez huele a tierra mojada y cenizas donde antes olía a vegetación ardiendo. “Si esto se activa tendré que llamar al concejal y que él llame a los centros de mando porque ni siquiera tenemos bien las campanas para alertar al pueblo”, bromea.

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