Jenny Odell, escritora: “Hay algo que se necesita de manera acuciante: un tiempo que se escape por completo del enfoque centrado en la producción laboral”

Gracias a su primer libro, Cómo no hacer nada: resistir la economía de la atención (Ariel, 2021), Jenny Odell consiguió abrir una brecha en la conversación pública y terminó protagonizando todo un fenómeno editorial con el volumen entrando en la lista de ‘best sellers’ del New York Times y siendo recomendado por el expresidente de EE.UU Barack Obama entre sus títulos favoritos de 2019 [fecha original de publicación].

Tras ese exhaustivo debut ensayístico en el que la escritora, artista y docente de la Universidad de Stanford se proponía escapar de las lógicas de la hiperestimulación tecnológica y de la cultura empresarial que insta al sujeto a promocionarse como si fuera una marca más, en su nuevo libro, ¡Reconquista tu tiempo! Vivimos con el reloj equivocado y nos está destruyendo (Ariel), la pensadora argumenta a favor de una visión social, medioambiental y personalmente elevada del ocio; alejada al máximo del famoso dicho anglosajón time is money (el tiempo es dinero). O, como ella misma escribe: “Creo que una verdadera reflexión sobre la naturaleza del tiempo, desligándolo de su encarnación capitalista cotidiana, demuestra que ni nuestras vidas ni la vida del planeta tienen una conclusión inevitable”. Vogue España ha conversado –lentamente– con ella sobre sus originales planteamientos a su reciente paso por Madrid.

'¡Reconquista tu tiempo' de Jenny Odell

Portada de la versión en español de ‘¡Reconquista tu tiempo!’ (2024), de Jenny Odell.Ariel

Una de las primeras cuestiones que dejas claras en este libro es que el tiempo de ocio no debería ser una mera horquilla horaria en la que el sujeto trata de recargar fuerzas con el único fin de poder seguir rindiendo en el trabajo.

Está claro que la gente tiene la necesidad de recargarse, pero, más allá de eso, creo que hay algo que se necesita de manera mucho más acuciante: un tiempo que se escape por completo de este enfoque centrado en la producción laboral. De otra forma, lo único que tienes es tu horario de trabajo y los fragmentos que separan una jornada de otra. Hay muchas maneras en las que incluso el concepto de ‘slowness’, de bajar el ritmo, está siendo comercializado como un producto o un concepto más vinculado al estilo de vida. Por eso considero que es tan relevante defender una concepción del tiempo de ocio que solo existe fuera de la óptica monetaria, un lugar que te permite pararte a cuestionar el marco en sí mismo. A veces, si no puedes separarte de algo no puedes verlo por lo que es. En el libro hablo de una especie de ‘largos paréntesis’ que están de algún modo relacionados entre sí. Lo que tienen en común es que me ponen en contacto con todos esos momentos de conexión o revelación en los que me he sentido de la misma manera a lo largo de mi vida. Como si hubiera otra dimensión del yo que existiera fuera de esa linealidad.

Según cuentas, esta suerte de epifanías, esa experiencia más trascendental del tiempo, tiene mucho más que ver con un estado mental que con una cuestión práctica. Lo que hace que sea muy difícil dar consejos concretos sobre cómo llegar a ella.

Sí, pero considero que la mayor parte de la gente ha tenido estas experiencias, aunque sean algo extraño. Así que, en vez de darles instrucciones sobre qué deberían hacer, quizá es mejor invitarles a recordar esas sensaciones del pasado. Un ejemplo muy claro se suele dar vinculado a los viajes. Ahora que estoy fuera de mi país soy capaz de percibir el nuevo entorno de manera mucho más completa. No puedo aferrarme a ninguna de mis rutinas, a mi idioma, todo me resulta tan complejo como fascinante. De una manera maravillosa, mi tiempo parece haberse expandido; las últimas dos semanas parecen haber sido tres meses. La infancia es otro buen ejemplo de una percepción distinta del tiempo, marcada por la novedad y la curiosidad.

La clave de tu respuesta parece ser la palabra ‘percepción’. Alimentar la capacidad de ver, de maravillarse, ante lo que tantas veces permanece oculto o se da por sentado en la cotidianidad del día a día.

Sí. Eso es algo sobre lo que escribí en mi libro anterior, Cómo no hacer nada (Ariel, 2021). Resulta que la compositora Pauline Oliveros tenía un concepto de ‘escucha profunda o activa’ que está muy relacionado con un estado mental que trató de cultivar a través de su práctica y de inculcárselo a sus estudiantes. Es una noción en la que subyace la idea de que, para poder escuchar de verdad, necesitas acallar primero la parte de tu cerebro que quiere analizarlo todo de manera inmediata. Suspender temporalmente el juicio o la necesidad de sacar algo concreto del momento. Lo que es mucho suspender (risas).

Otra reflexión que puede desencadenar la lectura es que los milénicos pertenecemos a una generación a la que se le ha inculcado el miedo ante la escasez del mercado laboral. ¿Crees que quizá por eso, cuando por fin se accede a un trabajo más o menos cualitativo, uno está tan agradecido que pierde la capacidad de protesta?

Sí, esa es una idea que surgió con fuerza durante la reciente huelga de actores y guionistas de Hollywood. Conocía a gente que formó parte de la protesta y, al ser la meca del cine, parece que un puesto de guionista allí es el sueño supremo. De alguna manera, durante mucho tiempo la actitud prevalente fue la de «tengo tanta suerte de trabajar aquí que voy a mantener la cabeza gacha; no voy a hablar con nadie acerca de lo que me disgusta de esta organización». Pero la realidad es que tanto la amenaza real que suponía el auge de la IA para sus puestos de trabajo y las dinámicas cada vez más explotadoras llevaron a los profesionales del sector a un punto de inflexión en el que sí que empezaron a coordinarse colectivamente. Los trabajadores se dieron cuenta de que su estrés no era una cuestión privada, sino compartida. Hasta el punto de que toda la estructura tenía que ser revisada. Y, la única forma en la que se podía hacer era juntando fuerzas. Creo que es un ejemplo muy inspirador y sorprendente.

Un aspecto especialmente espeluznante que destacas es que las mismas exigencias productivas y de optimización que durante décadas han imperado en las cadenas de montaje ahora también se han instalado en el sector servicios y en las profesiones de corte más creativo. Incluido el periodismo.

De hecho, es bastante difícil dar con una rama profesional hoy en día que no se vea sometida a esas presiones. Incluido el profesorado o los trabajadores sociales, campos que requieren una interacción muy cuerpo a cuerpo y que, sin embargo, tampoco se libran de las métricas, los informes y los formularios. De hecho, en el libro cito a un trabajador social diciendo: “Si hubiera querido trabajar en una fábrica, habría trabajado en una fábrica”. Nunca te esperarías algo así.

También está el problema de qué se entiende por productividad a la hora de medir trabajos que conllevan una parte importante de cuestiones mucho más intangibles, como el mero hecho de tener una idea o hasta documentarte para darle forma.

Creo que tiene mucho que ver con quién tiene el poder dentro de las instituciones. Tengo una amiga que dirigía una galería de arte –por cierto, el arte también tiene este problema: si recibes una subvención tienes que demostrar a través de varios formularios que estás siendo bastante productivo con ese dinero–. Así que mi amiga decidió operar de una forma muy inusual, cediendo parte del espacio y pagando a los artistas para que mostraran su obra sin ningún tipo de contraprestación. La máxima es que el mejor tipo de arte es que viene de la confianza. El artista al que se le da libertad hará un mejor trabajo, y todo el mundo podrá beneficiarse de eso. Pero ella podía hacer eso porque estaba al mando: era su decisión, no todo el mundo puede seguir su ejemplo porque, muchas veces, las estructuras nos constriñen.

Por otro lado, el mensaje que impera es el de exprimir los talentos personales para, al menos, ponerse a salvo de manera individual. Tú, sin embargo, defiendes una mirada en la que priman las redes ciudadanas.

Hay dos cosas que me interesa contrastar: ser el mejor en algo vs. aprender algo. Es una comparación que aparece mucho en el libro para visibilizar ese enfoque hiperindividualista y competitivo en el que el tiempo es todo lo que tienes o puedes acumular y, por ello, tratas de sacar el mayor valor económico de él. La cultura de los logros en contraste con este otro enfoque en el que todos nosotros somos cohabitantes del tiempo y todos nos afectamos en la percepción de él. En vez de acumular logros, se trata de aprender, de cambiar, de tener encuentros enriquecedores. Todo esto también es una forma de crecimiento, pero una que se aleja de la autoayuda y el desarrollo personal en un sentido acumulativo. Es más un tipo de alquimia que ahonda en la necesidad de redimensionar todo tu ser.

Pero, en vez de eso, muchas veces optamos por fórmulas como levantarnos a horas tempranísimas de la madrugada y hacer casi una jornada completa en casa antes de ir al trabajo a hacer una segunda jornada, laboral en este caso. ¿Cómo de lejos podemos llegar en ese empeño de ejercer presión sobre nosotros para ser lo más eficaces posible?

Creo que tenemos que reflexionar sobre esos fenómenos que permiten que algo que en principio estaba pensado como una mera herramienta de ayuda en el desempeño de una labor significativa para ti, de repente se convierte en el agente que está al mando. Cuando el medio se convierte en el fin. Las hojas de cálculo, por ejemplo. Es totalmente legítimo usar una hoja de cálculo para medir tu progreso en relación a un objetivo concreto, pero eso no hace que estas dejen de ser una mera herramienta y, como tal, deberían poder ser reemplazables por otras similares. Y, sin embargo, es fácil que esa plantilla se convierta en un objetivo en sí misma. Al igual que ocurre con la imagen de la productividad. Todos los productivity bros [una especie de gurús motivacionales] de quienes hablo en el libro han configurado una estética o religión de la productividad sin llegar a discutir nunca en fondo de la cuestión, que sería el de qué está siendo producido. No les interesa en qué pueda estar trabajando el individuo en cuestión, sino la imagen del trabajo como fin en sí misma.

Es ese escenario tan individualista que analizas, el ser humano se enfrenta a crisis globales sin precedentes hasta la fecha. ¿Cómo haces para alimentar una perspectiva lo más amplia posible y no dejarte llevar por la apatía del conflicto entre el egoísmo personal y las metas colectivas?

Para no limitar en exceso tu percepción de lo que es posible y caer en una visión determinista es importante recordar que la acción individual es mucho más restringida que la colectiva. La mayoría de las cosas poderosas que somos capaces de hacer tienen lugar cuando unimos fuerzas con otras personas. Había muchas razones por las que quería enfocarme en los factores sociales del tiempo, pero una de ellas es que la gente necesita esa apelación directa a la colectividad en estos momentos si se quieren llevar a cabo cambios sustanciales. Incluso el duelo por todas las pérdidas que ya ha generado el cambio climático requiere de un apoyo colectivo. En EE.UU. ya se ha escrito mucho sobre la falta de espacios de reunión e interacción social que no tienen una finalidad económica, en los que tu contribución no tiene por qué ser en calidad de cliente. Creo que estas críticas van a ser cada vez más necesarias, porque es imposible imaginar un futuro en solitario.

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