Una cita en uno de los relatos resuena a otro nivel tras los resultados de las elecciones que dieron la victoria a Donald Trump: “Vota, pero no esperes que eso te salve”. ¿Qué podría salvarnos, entonces, en un contexto de polarización, en el que la democracia parece un valor frágil y la in- certidumbre climática envuelve el futuro de las personas? “Creo que lo que nos salva es llevar a cabo las acciones correctas, incluso cuando no obtenemos el resultado correcto. Es una fuerza positiva en el mundo, una recompensa en sí misma”, opina Johnson. “Aunque las buenas labores, individuales o colectivas, no sustituyen la necesidad de crear estructuras, tanto en el gobierno como en comunidades más globales. Todas son necesarias. Me preocupa la fantasía de creer que se puede borrar todo lo que hay por encima y simplemente centrarse en el trabajo comunitario. No sé si, tal y como funciona hoy el mundo, eso es una posibilidad. Trabajar como comunidad es tan importante como crear estructuras que sostengan a las personas, la vida, el planeta, el clima. Existe una enorme presión sobre las comunidades”.
Hay algo en la mirada de la escritora de Virginia que es capaz de unir lo introspectivo del monólogo de un personaje de ficción con la presión –real, acuciante– del mundo en el que vivimos. “Me obsesionan las historias de los outsiders. Nos ayudan a estar de otra manera en el mundo, a un nivel tan sutil como profundo”, analiza Johnson. “Existe algo en nosotros que nos permite comprender al otro. Un ingrediente necesario para que seamos capaces de pensar sobre el gobierno, el clima, la sostenibilidad, de otra manera. Por eso voy a seguir escribiendo historias de outsiders”.
Cómo se hace una escritora –su voz, temas, personajes– es una cuestión difícil de diseccionar. Uno de los ingredientes en la clarividencia de la mirada de Johnson hunde las raíces en su propia historia. Ella fue la primera de su familia en nacer en Virginia. De pequeña, cada dos fines de semana, se subía al coche con sus padres y conducían durante diez horas hasta llegar a Carolina del Sur, aquel lugar que consideraban su verdadero hogar, “de vuelta a su pequeño mundo, a la comunidad que compartían con mis tíos, mis tías, mi millón de primos”. Confiesa que eso la dotó de un sentir complicado respecto a lo que es el hogar. “Por alguna razón, no solo por mi experiencia vital sino también por mi forma de ser, tiendo a sentirme siempre un poco fuera de las cosas, como una observadora”, aventura la autora. “Creo que he arrastrado ese sentimiento conmigo y que me ha resultado muy útilcomo escritora, porque para describir algo necesitas una barrera que te aleje de ello. Pero siento que mi corazón es poroso a los otros, siento una empatía innata también hacia personas que hacen cosas que no me gustan y eso me hace poder escribir personajes que no son como yo desde el amor, el cuidado e incluso la esperanza”.