Si hubiera nacido chico, le habrían llamado Jude en homenaje a la canción de los Beatles, la favorita de su padre. Pero nació chica y la llamaron Lara. De ahí que, cuando tocó escoger nombre artístico, optara por Judeline. Ahora no le convence, habría preferido Ángela (escrito Angel-A), pero todo sucedió tan rápido que no le dio tiempo a cambiarlo. Y es que la carrera de nuestra protagonista creció de pronto como la espuma del mar de Caños de Meca, su pueblo, un lugar de poco más de doscientos habitantes en donde, en invierno, cuando los turistas se habían marchado, Judeline se aburría de lo lindo. Explica, no obstante, que ese aburrimiento fue positivo, pues de él surgió la creatividad. Para rellenar los vacíos, Judeline inventaba universos que mantiene vivos todavía hoy, a través de sus canciones. Es la cuarta y última joven celebrada en nuestra serie estival, y se lo merece.
El productor Alizzz la incorporó a su proyecto, Descalificados, cuando tenía solo diecisiete años, movimiento que la puso en el panorama. No tardó demasiado en ficharla Interscope, pero, pese a contar con el apoyo de una discográfica grande, ella asegura que sigue haciendo lo que le apetece. Se rodea de colaboradores amigos con los que se entiende a un nivel profundo, no cumple a rajatabla las estrategias que le sugieren y defiende su voluntad sin pensar en cómo alcanzar el éxito, sino en gustarse a sí misma. El resultado, como casi siempre que se sigue esa fórmula de manera natural, habla por sí solo: se ha abierto paso en un mercado saturado de oferta gracias a su autenticidad y a su talento. Judeline destaca por la calidad de su sonido, mucho más sofisticado que el de la mayoría de intérpretes de su generación. Y es que, a sus veintidós años, es una artista como la copa de un pino. Canta de lujo, escribe todas sus letras y, aunque no domina ningún instrumento, demuestra una madurez estilística que, intuimos, se debe a que ha mamado melodías desde que vino al mundo.
Su padre, músico venezolano no profesional (pero increíble, según su hija), volcó en ella su entusiasmo y su conocimiento, y fue casi inevitable que Judeline interiorizara una enorme cultura sonora que porta consigo y que, a su vez, vuelca en su propia obra. En un brazo lleva tatuada a Rocío Jurado, en el otro a Camarón. Uno de sus hermanos también se dedica a la música, en su caso en el campo del dancehall y el reggae, así que podemos imaginar la variedad de influencias a las que ha estado expuesta. Se reconoce, además, adicta a las redes, lo que significa que no deja de consumir códigos globales. Con frecuencia se dice que es difícil situar el trabajo de Judeline en una localización concreta, pues si bien se detectan con claridad las raíces andaluzas, exuda una energía multicultural. Ella misma habla de un no-lugar, de un limbo, sobre todo cuando se refiere a Bodhiria, su primer y único álbum completo, que publicó en octubre de 2024 y que la ha consolidado como una de las figuras más interesantes de nuestro país.
El ascenso ha traído consigo, sin embargo, sombras que en ocasiones han enturbiado la luz. Un ejemplo de esta ambivalencia le ocurrió como telonera de la gira de J Balvin en Europa, oportunidad única que no disfrutó a fondo por no estar su cabeza en el sitio adecuado. Menciona a menudo un sentimiento de disociación. Se mudó a Madrid siendo una adolescente ilusionada, deseosa de materializar sus anhelos, y se topó con una industria con altas dosis de paternalismo e innumerables intereses. Para enfrentarse a esas decepciones y gestionar mejor el estrés, las demandas y los altibajos de la fama, recurrió pronto a terapia, ayuda que considera que ha sido clave en su desarrollo. También el afecto de compañeros que han experimentado un proceso similar, como Ralphie Choo. Lo cierto es que, escuchándola, a uno le sorprende su madurez y lo en la tierra que mantiene los pies. Es una estrella y, simultáneamente, la desconocida que te presta el pintalabios en el baño de la discoteca.