De tener que elegir la persona más relevante de 2024, esa sería Gisèle Pelicot. La imagen de esta abuela de 72 años sentada con la espalda erguida en un tribunal francés mientras sus 50 violadores recibían ayer sentencia condenatoria es una imagen tan imborrable como inexplicables son los sucesos que se juzgaron en Aviñón. Un marido que, durante 10 años, sedó y violó a su mujer en su casa de de la Provenza y luego la llevó a especialistas médicos por dolores pélvicos y pérdida de memoria. Cuarenta y nueve hombres que, al amparo de la oscuridad, se unieron a él para agredirla sexualmente: hombres identificados como enfermeros y guardias de prisiones, bomberos y camioneros, todos ellos residentes en un radio de 50 kilómetros, con edades comprendidas entre los 27 y los 72 años («Monsieur-Tout-le-Monde«, como los apodó la prensa francesa). Y además, para que el caso de la acusación fuera todavía más sólido y más espeluznante, miles y miles de imágenes y vídeos de dichas violaciones, perfectamente organizados y catalogados en varias carpetas del disco duro, con títulos tan ilustrativos y simples como “abuso” o un quién es quién pixelado de los depredadores.
«Es hora de que la sociedad machista y patriarcal que trivializa la violación cambie», dijo Gisèle al tribunal durante su declaración final esta semana. «Es hora de que cambiemos nuestra forma de ver la violación». Su rotunda negativa a avergonzarse durante las 15 semanas de juicio ha contribuido más todavía, en mi opinión, a lograr ese cambio de lo que ella se imagina. Fue Gisèle quien decidió celebrar un juicio público, a pesar de la preocupación de su entorno; Gisèle, también, quien presionó activamente para que las imágenes y los vídeos de sus agresiones se mostraran en el tribunal. Los periodistas presentes las han descrito como insoportables; no puedo imaginarme la fuerza que debió de necesitar para volver a verlas.
Pero lo hizo. Y, en cierto modo –y solo en cierto modo–, esa decisión de resistir fue un reivindicación en sí misma. Ayer, hundido y llorando, su marido, Dominique, «el monstruo de Avignon», ha recibido la pena máxima de 20 años de cárcel por violación. Gisèle apoyó la cabeza contra la pared del tribunal mientras el juez Roger Arata imponía a su marido una pena de 50 años. Después, uno a uno, todos y cada uno de sus otros 49 violadores fueron declarados culpables de violación con agravantes y/o agresión sexual. A las puertas del tribunal, la multitud congregada enarbolaba una pancarta en la que se leía: “La honte change de camp”. La vergüenza cambia de bando.
Y sin embargo, casi todos los violadores de Gisèle, a excepción de su marido, recibieron penas más cortas de las que habían pedido los fiscales. Seis de ellos salieron libres del tribunal, tras haber cumplido ya la duración de su condena o recibir una suspensión. La condena más larga, salvo la de Dominique, fue de 15 años para Romain Vandevelde, un hombre que violó a Gisèle seis veces y se negó a usar preservativo a pesar de saber que era seropositivo. Jean-Pierre Marechal, el único acusado que no agredió a Gisèle sino que utilizó los métodos de Dominique para violar a su propia esposa, recibió 12 años. A veces, Dominique se unía a él. Sentada en el tribunal, escuchando la lectura de las condenas, Caroline Darian, la hija de Gisèle, susurraba: «Esto no es posible».