Karol G, Shakira, Rosalía o Bad Gyal: así reflejan las reinas de la industria de la música las alternativas al amor convencional

San Valentín, como lo conocemos ahora, fue un invento del escritor inglés Geoffrey Chaucer, en su poema Parlement of Foules (1381), que vinculaba a este santo cristiano –nombrado según no uno, sino tres mártires– como patrón de los amantes. Durante estas fechas, en la antigua Roma, también se festejaban las Lupercales, rituales populares, que podían terminar en bacanales, en homenaje a las distintas divinidades asociadas con Lupercus, del latín ‘lobo’, figura vinculada a la fertilidad y los rebaños. Luego veremos como las lobas también entran aquí. Cada época tiene su religión y sabemos cual es la más potente y unificada en este momento. En la actualidad, San Valentín se ha convertido en una celebración donde se capitaliza el romanticismo en una estructura heterosexual. Pero, si algo hemos aprendido de las múltiples capas de la tradición, es que también tenemos vía libre para pensar nuestras propias, reescribiendo los códigos.

Estamos en un momento donde la heterosexualidad ha mostrado sus costuras. Se habla constantemente de la epidemia de la ‘soledad masculina’, de los ‘hombres-princesa’, de los daddy issues, de no aceptar el bare minimum en las relaciones. Y cuando estos mensajes llegan a la cultura pop, es decir, el mainstream, es que no hay vuelta atrás, el fracaso es vox populi. El top de hits globales lo lleva anunciando desde hace años con las escaladas de TQG –acrónimo de ‘te quedo grande’– de Karol G y Shakira, Despechá de Rosalía o Zorra de Bad Gyal, con remix incluido. Añade aquí tu playlist de favoritas. Hay una decepción generalizada por las promesas que lanzó el patriarcado y que no ha podido cumplir, que se retrata en estos himnos generacionales.

Que sí, que el despecho o el desengaño son grandes temáticas de la literatura universal, en todas sus formas. Hay géneros musicales enteros, como el bolero, que se construyen alrededor de este imaginario del abandono amoroso. En materia de lo masculino, el resentimiento no desentona, todo les está permitido. Pero en lo femenino material, las mujeres de décadas recientes que se atrevieron a cantar desde esa posición fueron etiquetadas de angry young women, mujercitas enfadadas; espléndido título para una revisión de la mítica novela de Louisa May Alcott, actualizada con las frustraciones de ahora. En este catálogo de ‘rabiosas’ se llegó a incluir desde Alanis Morissette a Courtney Love. Mientras que, las artistas que se revelaban de forma suave y apetecible para la mirada masculina, entraban en la categoría del girl power. Una apropiación blanqueada de los movimientos feministas en la música comercial, que tuvieron su epítome en girlsbands como las Spice Girls, las Sugar Babes o las Pussycat Dolls. Empoderadas por el sistema, pero seguimos siendo ‘chicas’. ¿Y qué se supone que una chica debería hacer? Leer sobre ello en Fucked Feminist Fans: Los orígenes del #MeToo desde la cultura pop musical y sus conexiones con las olas feministas (2024) de Leyre Marinas.

Solo faltaría que les diéramos el gusto de quedarnos a vivir en la decepción. Pongamos en nuestras caras una sonrisa de maléfica, porque tenemos varios ases en la manga, también en materia de amor. Sobre esto también se canta. Nos ha quedado claro que, como decía Thomas Hobbes, “el hombre es un lobo para el hombre”, despojando aquí la palabra ‘hombre’ de su sentido universal –humanidad–, para reapropiarse desde el humor: “el concepto de ‘macho’ se ha comido a sí mismo”. En reacción, ha habido ontológicamente una manada de lobas aulladoras, desde Mercedes Sosa a Shakira y su versión nacional vía Amor Butano. Hoy iremos más allá del sentido empoderante y del individualista para buscar los placeres compartidos.

Porque chicas, estamos de enhorabuena. Por primera vez en la historia del mainstream tenemos una gran representación FLINTA –siglas en inglés para mujeres, les(bi)anas, intersexuales, trans* y agénero– que visibilizan el gran abanico que existe dentro de las feminidades y sus deseos. No es que antes no existieran, en todos los géneros musicales ha habido siempre artistas femeninas y amantes de lo bi-bollo. Por hacer un name-dropping general, desde la Paquera de Jerez a Chavela Vargas o Queen Latifah. Muchas se quedaron en el armario. Y no las vamos a sacar, porque no hay que actuar desde el ‘presentismo’: valorar las identidades de antaño con los códigos del presente. Justamente en los referentes donde no podríamos afirmar si fueron amantes, amigas o ambas cosas, está una idea gloriosa: ¿por qué hay que separarlo? Puede convivir la amistad, el amor, el sexo o los deseos más variados en nuestras relaciones con otras mujeres. Muchas categorías preestablecidas son también inventos de nuestro archienemigo: el patriarcado.

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