Kendall Jenner: “Soy una pensadora negativa. Ese es mi problema. Siempre estoy preocupada por cosas que a lo mejor no ocurren nunca”

A primera vista, no había nada atípico en las fotos que compartió Kendall Jenner en redes de su viaje de Año Nuevo a Barbados: biquinis de tiras y vestidos de gasa, palmeras en negativo contra puestas de sol, tintineo de copas de vino, fuegos artificiales. Puestos a buscar una nota disonante, quizá sería el ejemplar de El año del pensamiento mágico, las desgarradoras memorias de 2005 de Joan Didion sobre el dolor y la pérdida, tendido sobre la lona verde de su tumbona.

“Alguien comentó: ‘No fastidies, ¿eso es lo que te llevas para leer en la playa?’”, recuerda. “Leía unas cuantas páginas en la arena y luego salían mis amigos en plan: ‘¡Venga, una foto!’”.

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Top de biquini, de  LOUIS VUITTON.

La reflexión de la autora sobre los extraños subterfugios que pone en juego el cerebro para soslayar el adiós seguramente entró en conflicto con el espíritu festivo del fin de semana. Sin embargo, estos saltos mentales son típicos de Kendall. La intensidad hierve hasta desbordarse y es entonces cuando amigos, hermanas, caballos y otros bálsamos acuden al rescate. “Es interesante que estemos programados para no pensar en la muerte todo el tiempo”, reflexiona Jenner. “Y, sin embargo, no alcanzamos a entender el concepto de eterno. No podemos visualizar un universo sin fin, pero al mismo tiempo, nada me asusta más que el final de algo. Soy muy mala para las despedidas”. Echa el freno y rompe a reír. ¿Qué mejor defensa contra la pesadumbre que el humor? “Estos son los pensamientos que se cuelan en mi mente. No puedo permitirme profundizar demasiado en ellos, porque si no entro en bucle”.

Tal tono adquiere la conversación que tengo con Jenner un día de principios de primavera en el jardín de su casa, una finca cerrada encaramada a una loma de Beverly Hills, a medio camino entre dos lugares clave de su vida: Calabasas (su ciudad natal) y el aeropuerto internacional de Los Ángeles. El cielo es de un azul incontestable, muy de allí, recién enjuagado de contaminación por la lluvia. Hace un mes, una avalancha de lodo encalló en su piscina, aunque la brisa que ondula hoy la superficie y silba entre los árboles frutales y las palmeras lo ha convertido ya en un recuerdo lejano. Ese barro funciona como metáfora para ilustrar un hábito mental que la ha atribulado desde niña. “Soy una pensadora negativa”, dice. “Ese es mi problema. Siempre estoy preocupada por cosas que a lo mejor no ocurren nunca”. La luz del sol se filtra a rayas anchas por la pérgola de madera oscura que nos cubre, pero hace un frío que pela, y Jenner se sienta con las rodillas levantadas, las piernas metidas dentro de un jersey gigante de lana gris de The Row. (“No me pongo nada más”, exagera, aunque los seguidores de su street style pueden confirmar que, en los últimos meses, la modelo ha dado un giro decisivo a su estilo hacia el lujo silencioso). No se corta en admitir abiertamente que la he pillado en medio de una mala racha. “No veo por qué no debería ser sincera al respecto. Profesionalmente, ahora mismo me veo muy estable, con muy buenas perspectivas. Pero he tenido dos meses difíciles. No he sido yo misma, y mis amigos se dan cuenta. Estoy más triste de lo normal. Con más ansiedad. Así que no voy a sentarme aquí contigo y aparentar que todo está perfecto. Así es la vida, siempre voy a tener estos sentimientos. En entrevistas anteriores, cuando alguien me ha preguntado cómo me encuentro mentalmente, siempre lo he dicho: ‘Ahora estoy genial, pero me ha pasado esto’. Bueno, pues ahora mismo estoy en ello”.

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