La alargada sombra del edadismo en la moda y la belleza | EL PAÍS Semanal

Briohny Smyth se ha quedado compuesta y sin empleo por (hacerse) vieja. Acaba de cumplir 43 años. Monitora de yoga devenida creadora de contenido saludable, el pasado febrero recibía la patada de Alo Yoga, la empresa que la tenía en nómina desde 2018, cuando adquirió la aplicación que incluía los vídeos con sus rutinas de ejercicios —Cody, rebautizada Alo Moves tras la compra—, acreedores de millones de seguidores y entre los más vistos todavía hoy del canal de YouTube de la firma. “Me dijeron que ya no me ajustaba al canon estético de Alo”, informaba en The Business Of Fashion, que a finales de agosto se hacía eco de la denuncia interpuesta en un juzgado laboral de Los Ángeles por discriminación de edad. Al parecer, la situación comenzó a torcerse en cuanto cumplió los 40 años: primero le recortaron sus emolumentos a la mitad; después, el presupuesto para la equipación, y luego se le exigía participar en trabajos promocionales cobrando hasta cinco veces menos que las instructoras más jóvenes de la marca californiana, cuyos gimnasios de interiorismo minimalista y colecciones de athleisure en tonos neutros son pasto de influyentes y tonificadas tardoadolescentes. “Llegaron a insinuarme que era mejor que tragara porque la empresa no se diversificaba en personas como yo”, cuenta Smyth, que entiende el comentario como desprecio edadista, según consta en su reclamación.

Los estereotipos, prejuicios y discriminación por razones de edad, condensados en el término edadismo que acuñara el gerontólogo y psiquiatra estadounidense Robert Butler en la década de los años sesenta del siglo pasado y que reconoce la propia Organización Mundial de la Salud, son en realidad viejas noticias en cualquier ámbito laboral, pero siguen resultando muy significativas en el ámbito de las estéticas, allí donde el viejo culto a la juventud se evidencia hasta extremos de presión social y cultural insostenibles. Cierto que este último decenio de políticas DEI, que implementaron la diversidad, la equidad y la inclusión en los entornos de trabajo y de las que fueron pioneras precisamente las industrias de la moda y la belleza, han ayudado a corregir ciertas prácticas y que quienes la hacen suelen terminar pagándola (véase el contencioso que enfrentó a la diseñadora Rachel Sunderland, de 56 años, con su empleadora, la marca de ropa urbana Superdry, por edadismo).

Sin embargo, de puertas para adentro el régimen de terror edadista parece no tener fin. Hace un par de años, la revista especializada Drapers presentaba un informe en el que concluía que el 60% de los empleados del sector de entre 50 y 65 años sufre discriminación por edad. A la mayoría se los aboca —a veces, obliga— a la jubilación anticipada, en especial si se trata de diseñadores, estilistas y quienes dan la cara al público/cliente.

“El problema es que, aunque creas que todavía eres relevante, tus compañeros de 20 años te ven como un dinosaurio”, expone Phyllis Walter, relaciones públicas ya retirada que en su momento se ocupó de la comunicación de Versace o Nicole Farhi. “Muchas marcas, en especial las de gran consumo, están obsesionadas con la juventud y los precios, y eso está pasando factura”, continúa. David Backhouse, jefe del departamento de Diseño de la Universidad de Leeds en el Reino Unido, apuntaba recientemente otra circunstancia en The Business Of Fashion: “Ahora mismo, las redes sociales han sobrepasado en importancia incluso a los equipos creativos, de ahí que las marcas estén contratando a gente muy joven para alimentar el hype digital”.

Los recientes movimientos en las jefaturas artísticas de algunos de los primeros espadas del lujo podrían leerse así, misoginia aparte: en Dior, a Maria Grazia Chiuri, 61 años, la han reemplazado por Jonathan Anderson, que hace apenas unas semanas cumplía 42; de Chanel salía Virginie Viard, de 63, y entraba Matthieu Blazy, de 41, y Donatella, de 70, se apeaba —o la apeaban— de Versace en favor de Dario Vitale, de 42. “Me relaciono a diario con algunas de las mujeres más hermosas del mundo. Creo que así es como he aprendido a lidiar con el envejecimiento de una manera productiva”, concedía la diseñadora neoyorquina Vera Wang después de que el mundo la contemplara asombrado asomarse a Instagram con un top ombliguero que aireaba unos abdominales de acero a sus 72 primaveras. “El conocimiento, la experiencia, la paciencia, el saber cuidarte son cuestiones que requieren tiempo, por eso no entiendo el edadismo, me parece algo del pasado”, sentenciaba.

Fabulosos a cualquier edad, he ahí el quid del asunto. No, envejecer ya no supone un tabú para la moda y la belleza, al menos si atendemos a la cantidad de reclamos que peinan canas (teñidas o no) en los que abundan desde hace varias temporadas. Puede decirse que aquel momentazo de la escritora y ensayista Joan Didion publicitando octogenaria la primavera/verano 2015 de Céline resultó crucial para que ambos negocios no hayan vuelto a tenerle miedo a las arrugas. Con vistas a la galería, diseñadores y marcas han abrazado así la veteranía sin reparos, bien para ponerla a desfilar pasarelas adelante, bien como mascarón de proa en campañas y acciones de marketing, lo mismo por demanda popular que porque saben que les van a salir las cuentas: en las próximas dos décadas, el gasto de los mayores de 50 años alcanzará los 15.000 millones de euros, según cifra la consultora Kantar. Silver Spenders, gastones plateados, los denomina el informe The State of Fashion 2025 elaborado por McKinsey & Company para BoF, una fuerza consumidora que dentro de un cuarto de siglo representará a un tercio de la población mundial, cada vez más envejecida en Occidente, pero, atención, también en mercados prioritarios del calado de China o la India. En poco menos de un decenio, los mileniales más tempranos habrán entrado en la cincuentena. Pero es que, ahora mismo, ya son unos viejales a ojos de esos zennials que han acabado con sus aspiraciones esteticoindumentarias. Claro que, de aquí a una década, la muchachada zeta de primera hornada andará por los 35 años y entonces serán aún más carcamales, a tenor de cómo avanza la percepción de la edad entre las nuevas generaciones. ¿Senectud, divino tesoro? En términos económicos, que no quepa duda.

El problema de fondo es que el de la veteranía glamourizada parece más espejismo que realidad, reforzado por mensajes contradictorios en forma de cremas pro-youth y tratamientos antiedad. “¿Quién no querría ser como Julianne Moore?”, inquieren los titulares cada vez que la actriz estadounidense, de 64 años, embajadora de Bottega Veneta y L’Oréal, aparece en alguna alfombra roja. “Delgada, tonificada, con la piel luminosa y casi sin arrugas”, clamaron a propósito del 53º cumpleaños de la reina Letizia, el 15 de septiembre. En efecto, es posible detectar un nuevo tipo de presión sobre el canon femenino, que obliga a la mujer de mediana edad —invisibilizada por lo general a cualquier nivel— en adelante a mirarse en un espejo privilegiado inalcanzable. De ahí a entrar en el quirófano en un intento por prolongar la juventud, un paso. Es la prueba, otra más, de que el edadismo sigue presente en el negocio a pesar de todo: mujeres (y hombres) de 60 años para arriba, sí, pero de aspecto lozano, cuerpos fibrados y sedosas melenas blancas.

“La ciencia nos ha regalado 30 años. Mi abuela murió con 62 y era una anciana. Hoy, una mujer de mi edad no lo es. Pero hay que seguir luchando”, concede a El País Semanal la actriz y modelo canaria Pino Montesdeoca. Hace una década, tras más de medio siglo de peripecia vital y profesional totalmente ajena a la que le ocupa desde entonces, irrumpió en las pasarelas, la publicidad y el cine dinamitando estereotipos y prejuicios. Ahora, a los 63 años, no hay quien la pare. Cinco desfiles, cinco, se ha marcado esta última Mercedes-Benz Fashion Week Madrid. “Lo mío tiene muy poco de vanidad: estoy en esta industria por mi edad y permanezco en ella por profesional. Lo que intento todo el tiempo es que se me vea tanto como sea posible, porque quiero normalizar, visibilizar, que cualquier mujer pueda ser portada de una revista con sus arrugas y su piel flácida. Cuando más se me vea, más se normalizará la situación, y es posible que un día los años que tengas no cuenten ni para pedir trabajo. Y si para nosotras es genial, aún más para las niñas y niños: que sepan que hay esperanza en el futuro cuando te haces mayor”, continúa. Sin intenciones aleccionadoras, en febrero publicaba La edad es un número, la actitud lo es todo (Esfera de los Libros), tratado de reflexiones emocionales filtradas por su memoria con el que quiere demostrar que es más lo que nos une que lo que nos separa. “Estoy de las presiones hasta las narices. A un hombre parece que se le permite envejecer con dignidad al gusto, mientras que a las mujeres se nos sigue exigiendo lucir tan lozanas como sea posible”, concluye, antes de rematar autocrítica: “Pero también pasa que esas presiones nos las ponemos nosotros, porque queremos cumplir las expectativas de otros, sobre todo en redes sociales, un espejo de mentiras que va a crear carencias terribles en una generación entera. Frente a eso, es preciso hacer valer tu poder de decisión. Y tener un par bien puesto, que se dice”. 

Especial Belleza | ‘El País Semanal’

Este reportaje forma parte del Especial Belleza de ‘El País Semanal’ del 28 de septiembre.

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