
Que yo sepa, solo hay algo peor que un sanchista histérico, de esos que llevan al cuello un escapulario de Pedro Sánchez, y es un antisanchista histérico, de esos que consideran a Pedro Sánchez la personificación del Maligno. El problema es que el debate político en España parece monopolizado por esos dos fantoches, y que todo conspira para desterrar cualquier discusión racional o matizada; quien la intenta es demonizado con el peor insulto: equidistante. Basta con ver esos debates televisivos donde los tertulianos de izquierdas regurgitan el argumentario de la izquierda y los tertulianos de derechas regurgitan el argumentario de la derecha. Por supuesto, este envenenamiento deliberado del debate público no es privativo de nuestro país, sino solo la versión carpetovetónica del espejismo de debate universal propiciado por las redes sociales, cuya prosperidad depende de mantener nuestra atención fija en la pantalla el máximo tiempo posible, con el fin de que las empresas puedan acceder a nuestros datos personales y vendernos todo lo vendible a través de nuestros dispositivos digitales. Se trata de un modelo de negocio perverso que está corroyendo la democracia, porque, como dice Michael Sandel, “nos separa en burbujas de afinidad y alienta la forma más inflamatoria y sensacionalista de debate ideológico, destruyendo la posibilidad de discusión y desacuerdo público razonable”. ¿Resistirán nuestras democracias esta embestida de sectarismo furioso? ¿Nos dejaremos arrastrar al matadero de una histeria inducida por el poder, que necesita una sociedad dividida y polarizada, donde nadie escucha y todos gritan? ¿Permitiremos que nos sigan enfrentando artificialmente?
Me invitan al Festival de las Ideas, que desde el año pasado reúne en Madrid a pensadores de todo el mundo, y, cuando oigo que la charla se celebra un sábado a las siete de la tarde en plena plaza de España, me digo que voy a hablar ante cuatro frikis, pero resulta que la plaza está llena a rebosar, como durante todo el festival. Me invitan a otro encuentro parecido que se celebra desde hace cinco años en Magaluf, Mallorca, y, cuando me dicen que tengo que hablar a la una de la tarde de un domingo y al aire libre, en esa playa conocida por el turismo de borrachera, la práctica del balconing y los concursos de felaciones, me digo que voy a estar más solo que la una, pero resulta que cientos de personas abarrotan el auditorio, como durante todo el festival. Y de repente caigo en la cuenta de que cosas así suceden desde hace un tiempo en toda España, de que hay personas que se reúnen para escuchar, preguntar, dialogar y tratar de razonar en la plaza pública, y me da un ataque salvaje de optimismo y me pregunto si no habrá cada vez más gente harta de tanta histeria, de tanta polarización, de tanto partidismo, de tanta irracionalidad, si no se está incubando una rebelión pacífica y silenciosa contra quienes siembran la discordia con un discurso público simplista, divisivo, falsario, hueco y ponzoñoso, que nos está matando. Pero, como sé que soy un optimista peligroso, corto en seco mi entusiasmo, me digo que la plaza de España y Magaluf y demás oasis son solo un espejismo, que no habrá una rebelión, que vamos a seguir como sonámbulos hacia el matadero, hasta que leo estas otras palabras de Sandel que se me antojan un calco de mi euforia reprimida: “La ciudadanía de las democracias se siente frustrada con la política y la vaciedad del debate público. El discurso político actual consiste en una conversación tecnocrática muy restringida, que no inspira a nadie. Y, cuando entra la pasión, se convierte en un ring en el que los contrincantes no se escuchan. La ciudadanía quiere algo mejor. La gente quiere que la vida pública gire en torno a cuestiones importantes: ¿qué es una sociedad justa? ¿Cuál debería ser el papel del dinero y los mercados? ¿Qué nos debemos como ciudadanos?”.
¿Lleva razón Sandel? ¿La llevamos los optimistas? ¿Queremos algo mejor? ¿Despertaremos de esta pesadilla destructiva, intolerante y vocinglera en que han conseguido encerrarnos? ¿Permitiremos que nos dividan para vencernos? Ustedes dirán.
