Dice Juan del Val que él escribe para la gente, no para una supuesta élite intelectual. Y yo digo que es un insulto a los lectores, al pueblo y a la literatura comercial decir tal cosa. Porque ¿quién es según Juan del Val esa gente para la que escribe y que, por lo que sea, no puede formar parte de una supuesta élite intelectual? La gente del discurso de Juan del Val no tiene identidad, no tiene clase social, no tiene oficio ni beneficio, no es sujeto político y es, en definitiva, una masa indiferenciada. Gente son, para el discurso ganador del Planeta, los consumidores, los clientes, las bases de datos… Gente son números, gente es algoritmo, gente es la chusma que nunca será élite. Sin embargo, la gente de la que habla no es lo contrario de ninguna élite, sino de las personas, de los trabajadores, de todas aquellas personas que sí tenemos nombre e identidad.
Después de estas torpes y peligrosas declaraciones, hay quien reabrió el viejo y estéril debate de las élites y de la alta y baja literatura, como si lo comercial fuera enemigo de lo cultural o al revés. Error. Balzac y Victor Hugo también escribían para muchos, pero esos muchos tenían un nombre, eran el pueblo, esos muchos eran el sujeto de los derechos. En este sentido las declaraciones de Juan del Val son un insulto para autoras y autores de literatura superventas contemporáneos que tan bien conocen, cuidan, escuchan y atienden narrativamente a sus comunidades lectoras. Pienso en grandes best sellers españolas, como Joana Marcus (más de dos millones de libros vendidos) o Elisabet Benavent (casi cinco millones de libros vendidos), y en los valores, preocupaciones, deseos, consuelos y refugios de sus millones de lectoras. Su exitosa y vendedora narrativa está cargada de identidad y de personas, no de “gente” sin rostro.
Es mentira y es un insulto decir que la literatura comercial se escribe para “la gente”. Aquí para “la gente” no escriben quienes más venden o quienes mayores comunidades lectoras generan, aquí para la gente solo escribe Juan del Val, según él ha dicho. ¿Y qué se puede esperar de quien escribe para quienes no tienen rostro ni nombre? Pues un texto coherente con el discurso de su autor. Es decir, una escritura sin forma, sin estilo, sin identidad. Una prosa que no tiene rostro igual que no lo tiene “la gente” a quien se dirige. Y digo prosa y no literatura o narrativa porque la prosa puede escribirla también (y cada día mejor) un tal ChatGPT. Por si alguien tuviera alguna duda o esperanza respecto del contenido del libro, su autor nos despeja cualquier inquietud: “No pretendo dar ningún mensaje con mi novela, solo entretener”.
¿Entretener para qué? Pues para tener la fiesta en paz, para pasar el rato. Pan y circo de toda la vida. Aquí tenemos a un escritor que presume de mantener tranquila a la población, de no hacerle pensar, de no contar nada (“ningún mensaje”, dice Del Val), de apagar el pensamiento crítico y enmascarar en la medida de lo posible cualquier hecho controvertido, empezando porque un galardón supuestamente literario recaiga en un escritor cuyo discurso ataca directamente a la inteligencia de la comunidad lectora. ¿Porque quién necesita entretenerse? ¿Acaso leen quienes no tienen nada mejor que hacer? Casi parece que leer sea cosa de pobres, de quienes no pueden pagar un entretenimiento mejor. Qué tristeza de discurso. Y qué clasista.