Un grupo de jóvenes revolucionarios antisistema lucha día a día por cambiar las cosas en un mundo moralmente deplorable. Esa es la premisa de ‘Una batalla tras otra’, donde Paul Thomas Anderson vuelve a aceptar el reto de adaptar una novela de su venerado Thomas Pynchon tras ‘Puro Vicio’. Pese a que ‘Vineland’ se publicó en 1990, la manera en la que el cineasta la transforma en imágenes no puede ser más políticamente urgente, ambientándola en la actualidad y restableciendo su mensaje al contexto social contemporáneo de su país.
Desde sus primeros minutos posee un ritmo frenético, de forma que hasta su introducción parece el clímax de una película que no llegamos a ver. En cualquier caso, Anderson, quiere llegar al meollo del asunto lo antes posible, por lo que recurre a un montaje rápido que narra vertiginosamente el pasado del que será el protagonista de esta historia, Bob Ferguson (Leonardo DiCaprio). En esta primera parte del metraje, se retrata el fervor propio de la juventud, que mueve a sus personajes a un activismo radical para intentar derrocar todo aquello que desprecian dentro de un sistema podrido y guiado por el supremacismo blanco.
Pese a que todo esto puede sonar bastante serio, que lo es, Anderson en ningún momento deja que la gravedad temática de la película empañe su naturaleza de puro entretenimiento, pues una de las mayores virtudes de ‘Una batalla tras otra’ es su oposición para definirse como una sola cosa. La ambición del cineasta va mucho más allá, puliendo una narración que viaja libre entre géneros, del thriller político, a la acción, a la comedia, con asombroso brío. Y entre todo eso, encuentra una fuerza prodigiosa para sorprender y reinventarse una y otra vez.
En lo visual, Anderson vuelve a hacer gala de su talento como uno de los grandes directores del cine contemporáneo. Hay varias secuencias, especialmente una en una carretera llena de cambios de rasante, que no tardarán en ser estudiadas en las escuelas de cine. Es absolutamente espectacular la habilidad que muestra para armar escenas que son capaces de traspasar la pantalla e insertarse directamente en la piel del espectador. Por ejemplo, esa imagen tan reconocible y cinematográfica de la carretera en mitad del árido paisaje estadounidense crea una sensación constante de vértigo y tensión únicamente con un par de simples movimientos de cámara.
Adaptar a Pynchon es una ardua tarea, pues su nivel de abstracción narrativo es tremendamente complejo y personal. El guion de Anderson opta por la opción de no intentar ser fiel a la novela punto por punto, sino capturar su espíritu. Esto está en el ADN de unos personajes memorables, reforzados por unas interpretaciones merecedoras de premios. La elección del casting es tan brillantes como impredecible. Teyana Taylor es una fuerza arrolladora en un papel secundario cuya esencia, incluso cuando no aparece en pantalla, impregna toda la película.
Leonardo DiCaprio no tiene que demostrar nada a estas alturas, pero vuelve a estar inmenso y divertidísimo en un personaje siempre al borde de la psicosis. Sean Penn encarna magistralmente a uno de los villanos más asquerosos y patéticos del cine reciente. Benicio del Toro compone un Sensei Sergio para el recuerdo. Y Chase Infiniti debuta por todo lo alto en un papel que podría convertirla en una superestrella. Incluso las actuaciones muy menores de Junglepussy o Alana Haim (con mención especial a su pelucón en cierta escena) son grandísimos aciertos.
Durante sus casi tres horas de duración, ‘Una batalla tras otra’ deja sin aliento, tanto por su ritmo febril como por su potente y desesperanzado discurso. El mundo está en manos de unos locos y el idealismo y la esperanza de que eso vaya a cambiar se va diluyendo inevitablemente con el tiempo. Paul Thomas Anderson firma una película de una magnitud inabarcable, cuya lucidez le encumbra como un auténtico revolucionario del cine estadounidense.