La jerarquización de las informaciones constituía uno de los valores del periodismo tradicional. Los responsables de diarios o programas han tenido que decidir toda la vida qué consideraban la principal noticia del momento, discernir entre lo crucial y lo anecdótico, determinar por un milímetro la preponderancia de un suceso local frente a otro lejano. Y con ello asentaban poco a poco unos principios y unas analogías que el público terminaba asumiendo; lo cual podía llevarlo a veces a entender cabalmente que el medio informativo se había desviado de sus propios criterios.
Unas informaciones abren el boletín o el telediario, otras quedan relegadas; unos contenidos abarcan gran espacio, otros se van al rincón; lo importante se diferencia de lo interesante, y lo interesante de lo superfluo. Los periodistas interpretaban lo ocurrido y arriesgaban en su ponderación, no se escondían en las disyuntivas. Hasta que alguien descubrió la locución “pero antes”, y dio con ella un paso más en la desestructuración de las noticias.
La información que la gente recibe ahora a través de las redes o de Google, y a menudo también en los periódicos digitales, le llega desestructurada, sin siquiera el encaje en una sección temática, o sin noción del momento en que han ocurrido los hechos, carente de un escalafón que avise acerca de la importancia o la trivialidad de lo sucedido. Los diarios impresos o digitales pueden ofrecer noticias a toda plana o a una columna; pero los enlaces que remiten a un texto remoto son todos iguales. Incluso algunos medios digitales colocan en pie de igualdad el genocidio de Israel en Gaza y el éxito de una cantante.
En tal caldo de cultivo ha hecho fortuna este “pero antes”: “El Barça dio ayer una lección de juego. Pero antes vamos a ver unas sorprendentes imágenes del Gran Premio de Spa-Francorchamps”. “Enseguida, las últimas críticas al partido de Liga en Miami; pero antes…, tremendo lo que ha ocurrido en un rally en Argentina”. “Vamos a tratar sobre minería, por el incendio en Las Médulas (…), pero antes vamos a hablar sobre la solastalgia” [esa pena que se siente al destruirse un paisaje; yo tampoco me lo sabía]. “Enseguida, el enfado de Julián Álvarez y el debut de Mastantuono, pero antes… el baile más viral”. “Ahora vamos con los incendios en España y con la disputa política por la gestión de estos fuegos. Pero antes, el horror de las armas vuelve a sacudir a Estados Unidos” (un hombre había asesinado a dos niños en un colegio).
Esta fórmula sí se justificaría con una gran información de última hora cuyo desarrollo queda relegado porque no ha dado tiempo a prepararlo aún: “Noticia que acabamos de conocer: Los incendios se han cobrado su tercera víctima. Enseguida lo ampliamos. Pero antes…”.
A menudo, las dos opciones coordinadas por la conjunción acompañada del adverbio distan mucho de ser igualmente trascendentes, del tipo “Hoy tenemos nuevo Papa, pero antes vamos a hablar de la boda del año”.
Otras renuncias del periodismo tradicional se han venido produciendo también de a poco: la cada vez más habitual foto “cedida” por una entidad o un organismo (y no captadas por fotógrafos independientes), declaraciones sin preguntas, viajes pagados por terceros, adopción de lenguajes ajenos, confusión de géneros… Y ahora, pasito a pasito, las renuncias a establecer lealmente las jerarquías, a mojarse ante el aparente desorden de la realidad, a jerarquizar los hechos para su mejor comprensión.
Eso es lo que pasa. Pero antes…, antes no era así.