La pugna en el Ártico acelera la carrera entre potencias por los buques rompehielos | Internacional

Hace tiempo que el Ártico dejó de ser una región remota, inhóspita, prácticamente inaccesible y todo menos tangible para el común de los mortales. Lejos de aquella imagen, esta zona hoy es un hervidero en dos frentes: el económico, con vastos yacimientos de recursos energéticos y mineros, y el geopolítico, con una pelea por su dominio cada vez más feroz entre las principales potencias del hemisferio norte. Una carrera que requiere, sí o sí, de un ariete naval: grandes (y costosísimos) buques necesarios para abrir trocha sobre un mar aún gélido.

El Ártico es caza mayor. Para Rusia, el país con más bases militares al norte del círculo polar y una flota de casi medio centenar de rompehielos —más que en toda la OTAN—, entre ellos varios de tipo nuclear —con reactores atómicos a bordo, que les dotan de una autonomía mucho mayor que los propulsados por diésel o gas natural—. Para China, que aunque es mucho más lejana en lo geográfico se define como “un Estado casi ártico”, con cuatro de estos buques en servicio y uno más en cartera. Y para Estados Unidos, que hoy cuenta con una reducidísima flota para su envergadura y cercanía física (solo tres buques), pero que empieza a pisar el acelerador para no quedarse atrás: ambiciona superar el medio centenar a largo plazo y acaba de cerrar un acuerdo con Finlandia para comprarle 11 unidades.

“El Ártico es el escenario donde las principales potencias mundiales compiten por recursos, rutas comerciales e influencia. No digo que nos dirijamos hacia un conflicto importante en la región, pero sin duda se trata de un área de creciente importancia geoestratégica”, subraya Jason C. Moyer, experto en defensa del centro de estudios Atlantic Council. Y Estados Unidos lleva décadas arrastrando un déficit de rompehielos: “Necesitaba ponerse al día tras décadas de rezago en este ámbito”, esboza. Para Washington, el liderazgo técnico de Helsinki representa una vía rápida para reducir la brecha con Rusia, ante la imposibilidad de lograrlo con su producción nacional.

La clave finlandesa

No es casualidad que sea Finlandia el país elegido para cubrir las necesidades estadounidenses. Porque, pese a su diminuto tamaño, en comparación con esa trilogía de grandes potencias, tiene la mayor flota per capita de todas —una decena de buques para una población de algo más de cinco millones de habitantes—. Es el único país del mundo en el que todos sus puertos pueden llegar a helarse en invierno. Y la vía marítima es, para ellos, la única posible para recibir suministros en los meses fríos, por lo que su supervivencia ha dependido durante mucho tiempo de su capacidad para mantener sus aguas navegables. Desde que botó su primer rompehielos en los años treinta, el país nórdico ha perfeccionado el arte de construir este tipo de barcos y se ha convertido en la primera potencia mundial en este ámbito.

El interés estadounidense no es nuevo. En su primer mandato, Donald Trump ya quiso suturar ese histórico talón de Aquiles con compras a la propia Finlandia. Unas conversaciones que, a juicio de Moyer, se han visto aceleradas por su reciente adhesión a la OTAN. Con Finlandia y Suecia dentro, aquilata, la Alianza está “mucho mejor preparada” para operar en una región “cada vez más importante”. Aunque ninguno de los dos países tiene costa ártica —sus rompehielos suelen operar en el Báltico—, sus buques y su experiencia en navegación de aguas heladas los convierte en aliados estratégicos en el nuevo tablero polar.

Con esos mimbres, dos astilleros finlandeses de referencia en su categoría —Arctech y Rauma— y una firma de diseño puntera—Aker Arctic—, el país nórdico ha sabido vender al mundo —y ahora, también, a Washington— su experiencia en la construcción y operación de estos colosos. Se enorgullecen, además, de haber botado más de la mitad de los rompehielos que navegan hoy por el mundo, y que en torno al 80% hayan sido diseñados en Finlandia.

A esos atributos, Helsinki suma la evidente cercanía reciente entre Trump y el presidente finlandés, el conservador Alexander Stubb, uno de los que —entre capotes y elogios— mejor está sabiendo domar a la fiera. Y un compromiso que parece haber hecho las delicias de la Casa Blanca: aunque con tecnología del país nórdico, siete de los nuevos rompehielos serán ensamblados en suelo estadounidense, en astilleros de Texas y Luisiana. Made in America, como se afana en vender Trump a sus bases mientras recurre a Europa para llevar a cabo un proyecto naval de importancia estratégica.

Desde su regreso a la Casa Blanca, Trump ha exhibido su interés en el Ártico: ha menospreciado a Canadá —el segundo país más grande del mundo, el segundo con más kilómetros de costa ártica y el segundo con más rompehielos, en todos los casos por detrás de Rusia— al calificarla repetidamente como el Estado número 51; ha amenazado con anexionar —sin descartar incluso el uso de la fuerza militar— Groenlandia “para garantizar la seguridad internacional”; y ha criticado con dureza a Dinamarca por no invertir lo suficiente en la defensa de la gigantesca isla que forma parte de su reino.

Todo ello mientras Washington aún depende de un rompehielos canadiense para reabastecer su base militar de Pituffik, en el noroeste de Groenlandia. Sin embargo, la mayoría de analistas sostiene que el principal desafío para EE UU en el Ártico no se encuentra en el Atlántico Norte, sino en el flanco del Pacífico. Allí, buques rusos y chinos, barcos de guerra e incluso bombarderos con capacidad nuclear patrullan regularmente las aguas y el espacio aéreo próximos a Alaska.

El presidente de Estados Unidos no solo muestra su interés por reforzar la seguridad en el Ártico, sino también su apetito por los recursos de una región que se estima que alberga vastas reservas de gas y petróleo, además de ser rica en minerales críticos. La Administración Trump ha flexibilizado las regulaciones de la industria petrolera y ha impulsado las perforaciones en Alaska.

Menos hielo, pero más difícil

El calentamiento global hace que la carrera por sumar más y más rompehielos a las flotas nacionales tenga algo de paradójico. La subida de las temperaturas está derritiendo el hielo ártico y, a largo plazo, todo apunta a que su concurso será mucho menos necesario. Mientras tanto, sin embargo, seguirán siendo vitales. Una flota más amplia otorga a un Estado mayor influencia y capacidad de acción en el Ártico.

Los rompehielos son buques versátiles. Además de mantener abiertos los puertos y despejar las zonas cubiertas de hielo, sirven para labores de vigilancia, llevar a cabo investigaciones científicas o participar en operaciones de búsqueda y rescate. También pueden escoltar buques de guerra y mantener las líneas de suministro a las bases árticas en condiciones extremas.

En los años ochenta, recuerda Jukka Viitanen, de Arctia, la empresa pública finlandesa que gestiona la flota de rompehielos de ese país, “los inviernos eran más fríos y largos; ahora, en cambio, son más lluviosos y ventosos, con cambios de viento varias veces al día que mueven los bloques de hielo de un punto a otro”. Un cambio de patrón que obliga a los barcos a hacer más pasadas para abrir camino al resto de embarcaciones: mercantes, militares y ―en mucha menor medida― de transporte de pasajeros.

“El Ártico es la región más afectada por el cambio climático y se está calentando rápidamente. Eso hace que estén apareciendo nuevas rutas comerciales, pero solo son navegables durante unos pocos meses en verano”, constata Moyer. En los todavía largos meses de invierno, en fin, los rompehielos seguirán siendo necesarios: “Continuará siendo difícil para la navegación. Y la mayoría de los rompehielos tienen una vida útil de varias décadas, por lo que existe una clara necesidad de contar con estos buques altamente especializados”. Al menos, dice, hasta finales de siglo. “Un Ártico completamente libre de hielo sigue estando lejos”.

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