La isla de Sumba, en Indonesia, es el idílico refugio que anhela todo viajero. Es uno de esos viajes que te cambian la vida, una isla perdida y olvidada en el tiempo, con playas vírgenes, arrozales, sabanas y densas selvas, a solo una hora de vuelo de Bali, pero a un mundo de distancia.
Situada al este de Bali, en la galaxia de archipiélagos del océano Índico, esta isla ovoide y agreste se enclava como una brillante esmeralda en un mar de zafiro, sin apenas afluencia, reclamos rutísticos ni domingueros. Es salvaje en todos los sentidos de la palabra: desde su indómita belleza natural hasta el feroz orgullo de su cultura, pasando por su capacidad para desafiar las expectativas de quienes la visitan.
El modo de vida sumbanés, en particular, es lo que distingue a esta isla. La mayoría de los habitantes de Sumba son agricultores de subsistencia, divididos en clanes que hablan un dialecto único. Viven en aldeas rurales de cabañas tradicionales con techos puntiagudos que se estiran hacia el cielo. La mayoría viste una mezcla de ropa occidental y tejidos ikat hechos a mano, donde suelen levar ocultas unas cimitarras locales conocidas como parangs. Muchos practican el marapu, una religión animista exclusiva de Sumba que promulga el culto a los ancestros, el sacrificio de animales durante los funerales, los entierros en tumbas megalíticas y ritos ceremoniales a cargo de chamanes llamados ratos.
