Un tipo sale en televisión, en pleno prime time, echando pestes de su exmujer y madre de su primer hijo. El tipo no soporta, pasadas décadas de ese divorcio y teniendo él familia e hijos con otra señora, que la primera a la que llevó al altar haya hecho desde entonces lo que le ha dado en gana y siga vivita y hablando. “Era mejor llamar a la Guardia Urbana para dirigir el tráfico de los tíos que había por la casa”, comenta para gran alborozo y aplauso del público ante semejante chiste, y el silencio de presentadores y colaboradores salvo una, de nombre Ángela Portero.
Otro tipo sale días después en otro programa para hablar de su libro de memorias y le dice al presentador que todos los problemas que ha tenido en la vida han sido “por contar la verdad”. Cuarenta y ocho horas después otro caballero con traje y corbata nos recuerda a la hora del tercer desayuno que está dolido con el partido político al que pertenece, que quiere que vuelva a ser aquel en el que él se reconoce y en el que, intuimos, le hacían mucho más caso.
Hay más señores, claro, porque siempre los hay, de esos nunca faltan en cualquier canal. Como uno que en encendida tertulia y ante las interrupciones de su joven compañero le espetó un sonoro y maleducado “¿Quién eres tú?”, o aquel otro que mientras narraba un episodio sucedido en el pasado le comentó a una compañera que qué iba a saber ella, si no había nacido cuando todo aquello.
La televisión en abierto convertida en un diván donde uno no va a curar sus heridas o a reparar lo que hizo mal, sino a que lo aplaudan, a solicitar la atención y la lluvia de pétalos a su paso que sin duda merece. Uno va para decir que todos y todo mal salvo ellos, fíjate tú qué cosas. Con la condescendencia de siempre, que asoma y se cuela, justo todo lo contrario que la autocrítica.
Estos señores nunca han cometido errores, son más listos que todas las hambres juntas, y no sé si creen que cualquier tiempo pasado fue mejor pero el presente sí lo es porque están ellos ahí, sentaditos mientras los demás les escuchan. Facturando, promocionándose y victimizándose, repartiendo machismo a espuertas, preguntándose qué hacen los demás ahí compartiendo oxígeno con ellos. Que suenen los aplausos.