Cuando Paquita Salas dijo «No estoy loca, estoy hasta el coño», encapsuló uno de los movimientos artísticos más inesperados de está década: el provocado por la ira aletargada de las mujeres de mediana edad hartas de todo lo que les rodea. Hartas de tener que ser supermujeres, de aguantar el «Se te pasa el arroz», de verse obligadas a ser la mejor hija, madre, amante, feminista y trabajadora, todo a la vez, para sentir que la sociedad te acepta como alguien válida. ‘Las Irresponsables’ juega en esta liga de mujeres hasta el coño de todo, pero, más allá de la rabia incontenible, no sabe ir más allá de su simple indignación.
Woman power
‘Las Irresponsables’, sobre el papel, podría ser el «eat the rich» definitivo, una comedia desenfrenada de tres mujeres al borde de un ataque de nervios dispuestas a destruir todo lo que pillan y que se van metiendo en más y más líos hasta una catarsis final cataclísmica. Sin embargo, su directora, Laura Mañá, no logra que el interés que capta en sus primeros minutos se mantenga a lo largo de un metraje que cae en mensajes excesivamente básicos y simplones y que nunca llega a explotar su potencial.
Cuando empieza la cinta y vemos a tres mujeres, cada una con sus propios problemas, yendo a pasar un fin de semana a la casa del novio rico de una de ellas, ya podemos casi telegrafiar algunas de las escenas que vamos a ver. Y sí, ocurren todas: la noche loca y desfasada con bailes y alcohol incorporados, el estallido de rabia, el destrozo de obras de arte incalculables, etcétera. Podría ser una comedia alocada resultona pese a caer en todos los tópicos posibles, pero, lamentablemente, nunca logra encontrar su propio ritmo y se pierde en su ensimismamiento mirándose continuamente al ombligo.
La película se basa en una obra de teatro y se nota, porque hay situaciones que funcionarían encima de un escenario, rodeados de gente y abrazados por las carcajadas, pero no lo hacen en una pantalla donde la cercanía con el público se pierde y las situaciones acumuladas no son, ni lejanamente, tan acertadas y divertidas como podrían serlo. En parte, es por un guion que no ha sabido adaptarse bien a otro medio, y que conserva las virtudes del original pero, al mismo tiempo, pone una lupa en sus defectos: lo que es perdonable en un directo, no lo es tanto en una obra filmada y editada.
A los ricos hay que comérselos a todos
Por suerte, tenemos momentos fantásticos de catarsis que funcionan estupendamente, y que ponen el foco en la rebeldía contra la lucha de clases, la necesidad de romperlo todo a martillazos, el hartazgo social contra aquellos que pueden permitirse comprar botellas de vino con nuestro sueldo de un año. El único problema es que no nos suena a nuevo, claro: llevamos años con el «Eat the rich» por bandera en el cine y la televisión, y ‘Las Irresponsables’ no viene a cambiar nada o a mostrar aristas en la argumentación, sino a aportar su granito de arena a la temática, tan pequeño como parecido a los demás.
Aunque pretende ser un loco desparrame y una representación de la auténtica liberación femenina, al final estas irresponsables no hacen nada que no hayamos visto antes ni aportan un punto de vista único, resultando en una película que resulta entretenida, sí, pero para la que hay que poner ciertas ganas, porque por cada momento de destrozo, ya sea físico o emocional, tenemos otro extraño que no va a ningún lado, como la subtrama del perro cagándose en el jardín, la IA volviéndose feminista, rebelde y con conciencia de clase o el final de la trama amorosa que trata de ser empoderante pero, debido a la poca preparación que nos han dado al respecto sobre la pareja, acaba por darnos igual.
Me gustaría decir que esta comedia catalana acierta y sorprende, pero solo lo hace en unos pocos momentos de genialidad: lo cierto es que ‘Las Irresponsables’, aunque no aburre, acaba tropezándose consigo misma constantemente, creyéndose su propia condición de película liberadora y liberada, dando bandazos en un ritmo irregular y eminentemente fallido. Está muy bien querer luchar contra la sociedad, pero no cuando el discurso suena tan impostado como importado. Una oportunidad perdida. Un bloque de dinamita que se quedó en petardo mojado.
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