Echábamos de menos a Lily Allen, pero Lily Allen no nos echaba de menos a nosotros. La autora de ‘The Fear’ había emprendido una nueva carrera en el mundo del teatro que no le estaba yendo mal; se había casado con David Harbour, famoso actor de ‘Stranger Things‘, y últimamente participaba en un popular podcast, aunque este año había decidido retirarse unas semanas por salud mental tras haber entrado en una «espiral» de tristeza y apatía.
Aquello sucedió en enero. En febrero, Allen y Harbour anunciaron su separación, y la siguiente noticia que hemos tenido de Allen ha sido el anuncio de su nuevo disco, con solo una semana de antelación.
‘West End Girl’ es uno de los discos posdivorcio más espontáneos, frescos y viscerales que se recuerdan. Dieciséis días de diciembre de 2024 le bastaron a Allen para registrar un conjunto de canciones donde vuelca sus reflexiones, preocupaciones y ansiedades en letras tan sinceras que incomodan. Letras que, por otro lado, nunca renuncian al humor que siempre ha caracterizado a esta mujer de «voz dulce y lengua ácida», que tan bien ha sabido reírse del mundo y de sí misma.
Como otro disco posdivorcio histórico, ‘Vulnicura‘ (2015) de Björk, ‘West End Girl’ cuenta su historia de forma cronológica: desde los primeros red flags (‘West End Girl’) hasta el primer atisbo de superación (‘Fruityloops’). En medio, la sospecha (‘Tennis’) da paso a una revelación devastadora (‘Madeline’) que lleva a Allen a una espiral de ansiedad, inseguridad y paranoia (‘Ruminating’), entremezclada con la amenaza de la recaída en la bebida y las drogas (‘Relapse’) y con otra cartera de inseguridades profundas.
Después, va dejando paso a la ira (‘4chan Stan’), a la tristeza (‘Beg for Me’) e incluso a la curiosidad por empezar de nuevo, con Allen mirando en Tinder y quedando, con casi 40 años y dos hijos adolescentes, con tíos que no saben quién es: «Yo era famosa, pero de eso hace mucho tiempo», canta en ‘Dallas Major’.
La estructura cronológica y narrativa de ‘West End Girl’ da lugar a un disco que no puede escucharse en modo aleatorio, y que pone el peso en las letras más que en la producción de singles para colocar en determinadas playlists. Aunque algunos estribillos son tan claros como el de ‘Pussy Palace‘, un retrato del hogar soñado convertido en desconocido santuario sexual, las sensibilidades musicales de esta artista que jugaba con diferentes géneros siguen presentes en un disco que convive con bossa nova (‘West End Girl’), hip-pop (‘Dallas Major’), doo-wop (‘Sleepwalking’), canción acústica (‘Just Enough’) o breakbeat (‘Relapse’), pero que sigue poniendo el foco en el aspecto narrativo.
Son las historias las protagonistas de ‘West End Girl’, y por eso la flamenca ‘Madeline’ es tan devastadora: explica exactamente la situación con pelos y señales, decidiendo incluir a la tercera en discordia dentro del imaginario del álbum, nombrándola como hacía Beyoncé en ‘Lemonade‘ (2016). Aunque las historias de gaslighting, y manipulación ajenas se suceden junto a una confrontación de las propias inseguridades de Allen con su cuerpo, su fama o su propia aptitud como esposa, pocas líneas del álbum duelen más que esa de ‘4chan Stan’ en la que Allen revela sentirse dentro de un «matrimonio de conveniencia». Recuerda a cuando Ariana Grande llamó «situationship» a su matrimonio.
El enorme peso emocional de ‘West End Girl’ habría agradecido un par de composiciones mejor dibujadas y más sólidas, porque, si bien es cierto que la variedad estilística hace que el disco sea dinámico, las melodías no siempre parecen tener el mismo peso. De esta manera hay algunas canciones que, aunque emocionalmente potentes, resultan al final poco recordables. Algunas ideas de producción, como los teclados a lo ‘Veridis Quo’ de Daft Punk en ‘4chan Stan’ o el sample de Lumidee en ‘Beg for Me’, tratan de aportar textura al disco, pero al final son las piezas clásicas las que se quedan más en la memoria.
Es el caso de ‘Dallas Major’, una pequeña joya de la Lily Allen de toda la vida; la preciosa ‘Just Enough’, con Allen meditando hacerse un facelift para gustar a un hombre que solo le da migajas; o aquellas que, con su estilo musical, explican la propia canción, como la bossa ‘West End Girl’, que abre el disco apuntando con sus cuerdas al sueño de una relación idílica que después se desmorona, la oscura ‘Relapse’ o esa ‘Let You Win’, triste pero calmada, como esa Lily que está «harta de llorar». Aunque es ‘Fruityloops’ y su «It’s not me, it’s you» la que sabe a verdadero triunfo, llevándonos de manera directa y explícita a la Lily Allen que nos enamoró hace casi dos décadas.
