Llamar por teléfono: ¿por qué cada vez evitamos más este tipo de comunicación? (Y no, no solo es cosa de la Generación Z)

Llamar por teléfono: ¿estamos perdiendo esta práctica?

Suena paradójico, pero, en un momento en el que los smartphones parecen haberse convertido en una parte más de la fisonomía humana, el “no puedo hablar, solo Whatsapp” se ha convertido en una excusa casi inquebrantable para evitar las llamadas telefónicas. ¿Llamar para pedir una pizza? Para qué, si existen aplicaciones o páginas web desde las que hacerlo en apenas segundos. ¿Resolver dudas gracias a un chat bot para evitar una llamada? Clic. ¿Reservar para cenar en un restaurante? Espera, podemos mandarles un mensaje o rellenar un simple formulario. Y, así, hasta con la comunicación más rutinaria posible. Se disfrazan como una facilidad, pero, en realidad, han derivado en cierto odio y miedo asociado a las llamadas telefónicas. Y no solo les ocurre a los nacidos en plena era digital.

Según una encuesta realizada por Uswitch.com en Reino Unido, uno de cada cuatro jóvenes asegura que nunca responde a las llamadas de teléfono. Dejar sonar el teléfono, premeditar una llamada (y sus múltiples escenarios), posponer darle al botón verde con la procrastinación como excusa o contestar directamente mediante un mensaje de texto son algunas de las respuestas no solo cada vez más habituales, sino normalizadas. Sin embargo, puedes pertenecer a otros grupos de edad y sentirte igual de identificado. “Aunque la Generación Z (1997-2010) parece ser la más afectada, este comportamiento no es exclusivo de ellos”, nos aclara Pilar Guerra, psicóloga clínica y coach ejecutivo. De hecho, el mismo estudio revela que una de cada diez personas entre 35 y 54 años –es decir, millennials (1981-1996) y X (1969–1980)– ignora llamadas telefónicas. “Lo observamos en grupos de edad y en personas mayores, especialmente aquellas que han adoptado el uso frecuente de mensajes escritos y redes sociales.” Sin embargo, sí hay un factor determinante en esta tendencia evitativa: “haber crecido en un entorno donde predomina la comunicación escrita”. Los mensajes de texto consiguen opacar las llamadas, cada vez menos habituales. ¿El motivo? La ansiedad que produce la idea de llevarlas a cabo.

Una situación que se escapa del control

Esta incomodidad, desarrollada de manera inconsciente, nos frena a la hora de hacer ciertas cosas, pero, sobre todo, de comunicarnos. “El temor a las llamadas telefónicas tiene raíces multifactoriales, pero una de las principales es el cambio en las formas de comunicación”, señala la psicóloga. Y las secuelas no son más que “una percepción invasiva, impredecible o incluso incómoda hacia las llamadas”.

Los mensajes de texto, las notas de voz y las redes sociales en general han favorecido a lo que Guerra denomina comunicación asincrónica, caracterizada por esa premeditación y reflexiones previas a una respuesta. La inmediatez no nos gusta tanto cuando somos incapaces de controlar una situación y, en el caso de las llamadas, son un claro ejemplo: “No permiten editar, borrar o reformular lo que se dice y generan una sensación de vulnerabilidad e inseguridad”, apunta Pilar. La versión escrita, en cambio, sí permite este control. “Además, tiende a ser menos personal, lo que reduce la presión emocional asociada a una interacción verbal”, añade la experta.

Gestionar la incertidumbre y los imprevistos es una tarea emocional pendiente de muchos y este comportamiento evitativo es señal de ello. “Las llamadas telefónicas eliminan la posibilidad de prepararse para la interacción y generan cierta indecisión sobre cómo manejar situaciones inesperadas, pausas incómodas o posibles malentendidos”, explica la psicóloga. El miedo al juicio, una baja autoestima o malas experiencias en torno a las llamadas pueden determinar también este miedo. “Muchas personas temen ser malinterpretadas, no expresarse de forma adecuada o ser percibidas como incompetentes”, especifica.

¿Cómo saber si hemos desarrollado miedo a hablar por teléfono?

Pilar Guerra nos cuenta cómo actúa nuestro cerebro frente a la incómoda idea de coger una llamada o tener que hacerla: “Cuando hacemos esta anticipación, el cerebro activa la amígdala, una región asociada a la detección de amenazas”. Entre las respuestas físicas frente a este estrés y nerviosismo podemos detectar “la aceleración del ritmo cardíaco, sudoración o pensamientos catastróficos”. ¿Y a qué recurre, entonces, nuestro cerebro? A la vía más fácil en estos casos: los mensajes de texto y su capacidad de sentir que controlamos la situación. Otros comportamientos como fingir no haber escuchado el teléfono, poner el modo avión, procrastinar hacer una llamada importante o directamente rechazarla “son mecanismos de evitación que alivian temporalmente el estrés, pero refuerzan la ansiedad a largo plazo”, advierte la psicóloga clínica.

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