Se creó entonces una tradición en la que mi hermano me regalaba sus libros favoritos de Ernaux. Comentar juntos sus experiencias, su familia y sus orígenes nos servía como material para desgranar los nuestros y para matizar nuestras creencias. No tardé en emanciparme de él y ser yo quien comprara los libros de Ernaux, uno tras otro. Un otoño hicimos un viaje juntos a Annecy, sólo para conocer el pueblo de esta autora. Años más tarde, me encontraba cocinando lentejas al curry en casa cuando escuché por la radio de la BBC que el Premio Nobel de Literatura era para Annie Ernaux. Desde ese momento, pasaba de ser una autora que vivía en las conversaciones más íntimas y cercanas con mi hermano, a verla en las librerías y stories de todos los demás.
Pero ese cambio acarreó otro muchísimo más importante: Ernaux pasaba a convertirse en la defensora del “yo” en la literatura, y por tanto el trabajo de todas las que vendríamos detrás tendría un lugar en el mundo. La creciente crítica que tachaba de narcisista a este tipo de escritura se evaporó, tan rápido como había llegado. Este género estaba desde entonces legitimado y sublimado por la obra de una autora que consagró su vida entera a escribir siempre desde los ojos de una mujer, y concretamente, una mujer con ideas de izquierdas. Ernaux se escogió como el personaje individual que atravesaría hechos colectivos: desde su infancia, adolescencia, la vida como mujer casada y divorciada, su maternidad, su aborto clandestino, su figura de amante, la de “tránsfuga” de clase y la culpabilidad que eso acarreó en ella. Su objetivo siempre fue el de escribir para vengar a su pueblo y a su sexo.
“He empezado a hacer de mí un ser literario, alguien que vive las cosas como si un día debieran escribirse.”
En su obra El Acontecimiento, la autora termina así el libro: “Y el verdadero propósito de mi vida quizás sea solamente éste: que mi cuerpo, mis sensaciones y mis pensamientos se conviertan en escritura, es decir, en algo inteligible y general, mi existencia completamente disuelta en la mente y la vida de los demás.”
Me gusta interpretar esta afirmación como el deseo de Ernaux de ver su ego disuelto, o lo que es lo mismo, su pudor, su necesidad de escribir sin miedo a ser expuesta. La idea de auto-disolución asusta y seduce a partes iguales. Pero sobre todo facilita mostrar la más honda intimidad.